Jaume Collboni: la ciudad rica de ciudadanos pobres

Barcelona es hoy una ciudad rica de ciudadanos pobres. Su Ayuntamiento arroja un superávit de 140 millones de euros arrumbados en el cajón del ahorro. Collboni destinaría este dinero a la depauperada franja del Besós, a terminar las obras del Hospital del Mar o a mejorar la calidad de vida en Ciutat Vella. Socialdemócrata, federalista y licenciado en Derecho, Jaume Collboni entronca con el espíritu de 32 años de gobiernos socialistas (Serra, Maragall, Clos y Hereu) y se presenta como el superador del porciolismo incrustado en los zapatos del edil convergente, Xavier Trias. Ante los retos de hoy, Trías es un hombre ensimismado de solapa ancha y mirada triste. Argumenta la falta de presupuesto; denuncia el recorte fiscal de Montoro y se sienta en la puerta de su casa a esperar tiempos mejores o a que pase por delante el cadáver de su enemigo.

Con el superávit a cuestas, la ciudad ha caído en el monocultivo turístico aupado por las ferias y los congresos. En apenas un mes, los salones Mobile World Congress y Alimentaria han chutado cientos de millones a la hostelería y al transporte congresual. Pero Collboni no tiene bastante. Él quiere una urbe diversificada; anhela el salto cualitativo de Le Corbusier (o cuando dos y dos son más que cuatro). Quiere un remake del 22@. Si por él fuera, pondría en funcionamiento aquel Pacto Industrial de la pasada legislatura ahora que la nueva economía ha enterrado para siempre el humo de las fábricas y la brea olfativa del antiguo muelle, convertido en un lujoso pantalán de recreo. Collboni siente Barcelona como el centro de la gran región del Mediterráneo occidental. La capital de un territorio que abarca desde Lyon hasta la franja del Ebro; desde la Marsella descascarillada hasta el mundo lacustre de la Malva Rosa.

Collboni es de Horta-Guinardó. Nació en el mismo barrio que Manuel Valls, el nuevo primer ministro francés, de origen catalán. Pero el alcaldable socialista es un poco más de izquierdas que el inquilino de Matignon. Antes de conquistar París, Valls fue el edil de la multiétnica Evry y ministro de Interior, azote de la banlieue. Collboni representa un soplo en la Barcelona mestiza. Parecida a la de Jordi Martí, su oponente en las primarias que no ha pasado a la segunda vuelta de este sábado. Collboni comparte talante con Carmen Andrés, su alter ego, o con Rocío Martínez-Sampere, una militante ubicua capaz de medirse en la calle y en los salones particulares de Sant Gervasi. Rocío mueve sus pestañas con la misma facilidad con que las arquea la circunspecta Laia Bonet, caída también en la primera vuelta. Bonet es una mujer imán, con mucho peso dentro del PSC.

Collboni desborda la línea oficialista de su partido. Es un político volcado en lo social que mira de frente al debate soberanista. No se esconde detrás del federalismo programático de su dirección. En estas primarias, los socialistas han ganado tantos apoyos fuera del partido como los que han perdido dentro. Las urnas han llegado a la calle sin pasar por los militantes de carnet. Es la primera vez que un partido vence a su propio corporativismo. Un euro por persona y la fotocopia del censo pueden meter a Collboni en la primera silla del Salón de Plenos. Si esto llega a ocurrir, las ideas habrán derrotado a la molicie burocrática.

Alguien en el PSC sabe que la ideología llega a la calle por contagio. La praxis del siglo XXI será patrimonio de las “no organizaciones, no gubernamentales”, tal como la definió el Club de Roma. Las primarias son una ventana abierta al futuro, pero no se pueden hacer trampas. De ahí que el ex diputado haya pedido que se anulen las mesas de Ciutat Vella, Ciutat Meridiana y Poble Sec, donde él mismo resultó ganador en la primera vuelta, en medio de la polémica suscitada por grupos de ciudadanos de origen paquistaní que acudían a votar a favor de su candidatura. La imagen de personas repartiendo su papeleta y, a veces, euros para votar cerca de las agrupaciones socialistas ha hecho mucho daño. No conviene olvidar que el aparato del partido, históricamente dominado por gentes como José Zaragoza o Josep Maria Sala, mueve los dados bajo un manto de opacidad muy estimable. La economía interna y el clientelismo figuran entre sus pasivos.

Pero el clásico esquema de oficialistas contra críticos es una versión superada. Solo es un punto de partida si se quiere alcanzar una regeneración socialista, desde dentro. A medida en que se acerca el fulgor lúdico de Barcelona World, se aleja el olimpismo de los mejores años. Xavier Trias estuvo a punto de cogobernar con el PSC, pero los collbonis se lo impidieron. No importa, pactó con el PP y consiguió el superávit señalado. A Trias no le duelen prendas. La ciudad es una manzana de piel brillante e interior carcomido. Luce bien, aunque su escaso oropel (la rehabilitación del Passeig de Gràcia) ya no da para tapar todas sus vergüenzas. Ahora Barcelona quiere crecer en ayudas sociales, sanidad y educación. Quiere dejar de ser un montepío del ahorro. Sacudirse la avara poertà de sus rancias arterias comerciales. Abandonar su sello actual de ciudad rica habitada por ciudadanos pobres.