Izquierda Unida se vende por media docena de escaños
A Rafael Nadal le faltó intensidad. Esa es la clave de su derrota frente a Andy Murray en el Open de Madrid. Lo que nunca le ocurre, sucedió. En los puntos claves, Nadal falló. Lo he sentido mucho, aunque solo sea porque Nadal ha interrumpido, espero que momentáneamente, una recuperación asombrosa, increíble.
He salido a caminar por Chueca para relajarme después de la tensión del partido. Me cuesta mantener la calma; me lo tomo como un asunto personal.
En estas condiciones, escribir sobre lo que pasa en la política es trabajoso.
La novedad es el pacto naciente, con fórceps, de Podemos con Izquierda Unida. Para rematarlo solo falta el reparto de premios. Es un problema de cargos. Un problema de ambición. Me duele casi tanto como la derrota de Nadal. Creo que Izquierda Unida, corrigiendo el drive y algunas formas de revés, tenía futuro. Y creo que era una referencia importante a la izquierda del PSOE. Diluyéndose en un movimiento populista como Podemos, todos salimos perdiendo menos Pablo Iglesias. Y veremos. Siempre pensé que Izquierda Unida era un partido honesto; siento que se haya vendido.
Es cierto que Izquierda Unida, sus militantes, tienen síndrome de «colchoneros». Les ocurre como les pasaba hasta hace poco a los seguidores del Atlético de Madrid. Llevaban toda la vida perdiendo. Aguantaban bien. Habían hecho de la derrota una seña de identidad. No se si los otros colchoneros tendrán síndrome de ganador que le impida ganar en la final de Milán. Es cierto también que el «Cholo» Simeone ha dañado la grandeza de perdedores de los colchoneros. Ahora ganan gracias a las marrullerías de quien es capaz de mandar arrojar un balón para impedir un contraataque o le pega un manotazo al delegado del club.
Los dirigentes de Izquierda Unida han sucumbido a la patología del perdedor. Se han cansado de perder. Ha llegado Pablo Iglesias y les ha comprado con un plato de lentejas. Justo cuando estaban remontando y subían claramente en las encuestas. Todavía no sabemos cuantos escaños les van a caer, pero son pocos considerando lo que gana Pablo Iglesias. O lo que él piensa que va a ganar.
Gaspar Llamazares es un Nadal de la política. No porque sea un vencedor, sino porque no tira la toalla. Le tengo por un político honesto, inteligente y tenaz. No es simpático, ni falta que le hace. Habla «clarito» como dicen en México. Mantiene el tipo. Ha leído la encuesta del CIS. El estudio demoscópico tiene mucho jugo entre líneas. Ha retratado el declive de Pablo Iglesias. Uno de cada tres de quienes votaron a Podemos el 20-D tenía pensado no volverlo a hacer. Esta circunstancia es la clave de un pacto, el de Podemos e Izquierda Unida, netamente mercantil. Y Gaspar Llamazares ha denunciado la venta de Izquierda Unida.
No hay posibilidad de un casamiento intelectualmente honesto entre estas dos formaciones. De boquilla puede haber coincidencias. Pero casar el populismo oportunista de Podemos con la vieja tradición de izquierda democrática de Izquierda Unida no es posible, sino fuera por la conveniencia de ambos.
Pablo Iglesias pretende disimular su declive con el voto añadido que le pueda facilitar el pacto con IU. Los que eran miembros de «la vieja política», ridiculizados y maltratados como solo sabe hacer el líder de Podemos, son ahora la nata del pastel.
Los impulsores del pacto desde Izquierda Unida quieren media docena de escaños en el Parlamento. Y están dispuestos a entregar su proyecto, sus principios y sus siglas para lograrlo.
Quizá las cuentas no salgan como creen. En política las matemáticas no son siempre una ciencia exacta.
Los votantes que optaron por Izquierda Unida el 20-D eran, seguramente, los «colchoneros» de la izquierda. Ahora les ofrecen ganar quemando su camiseta y poniéndose otra que antes no consideraban. ¿No van a estar, algunos de ellos, resentidos con quienes han dinamitado la historia de su club?
En esta dinámica de democracia asamblearia, en la que se consulta todo, y al mismo tiempo, nada, a los militantes, solo el 28 por ciento de los convocados apostaron por la fusión. La inmensa mayoría se abstuvieron, probablemente porque sabían que la venta de Izquierda Unida era imparable y prefirieron no participar en el suicido.
No es buen síntoma para el 26-J. Si no se han molestado ni en votar en el referéndum del pacto, siquiera por Internet, apretando un botón, ¿porque van a votar una opción que evidentemente no les gusta?
Y en la otra bancada, ¿qué puede ocurrir?
En el magma de votantes de Podemos hay muchas sensibilidades. Si aceptamos como hipótesis que uno de cada tres votantes no van a repetir, ¿que pasa con el 75 por ciento que quedan?
Podemos ha crecido porque era un amalgama de muchas especies. La única condición para estar era repudiar la «casta» en una apuesta que pretendía no ser de izquierdas ni de derechas. Un movimiento transversal, no jerárquico y asambleario. Bien, pues en esta transformación, Podemos ha terminado por abrazar a un viejo partido, jerárquico, comunista y orgulloso de haber hecho la transición tan despreciada por Pablo Iglesias.
No está claro que esto entusiasme a muchos votantes de Podemos, lo que asienta mi creencia de que este proceso no da como resultado una suma matemática exacta.
Espero que Nadal se recupere en el próximo torneo de Roma que le catapulte hacia Roland Garros. Y espero que los votantes de Izquierda reflexionen sobre el suicidio de Izquierda Unida y el mercantilismo de Pablo Iglesias. Uno sigue siendo un poco romántico pero me molesta que me vendan congrio como si fuera