Italia enferma
Cuando escribo este artículo falta la quinta votación para elegir presidente de la República italiana. Ni Marini ni Prodi han superado las cuatro primeras. Sin Jefe de Estado y sin Gobierno. Bersani el ganador de las elecciones tiene más problemas dentro de su partido con el ala renovadora de Renzi y con el ala alternativa de Vendola que con los otros partidos.
La Liga Norte, uno de los puntales de una posible alternativa de centro está al borde de la ruptura entre el actual líder Maroni y el viejo Bossi. El uno, retrocediendo a un planteamiento autonomista de macrorregión del norte, ahora que la Lega controla los gobiernos del Piamonte, Lombardía y Véneto. El otro atizando de nuevo la propuesta secesionista ante la quiebra italiana. El populismo de Grillo disparando a derecha, a izquierda, contra la patronal y contra los sindicatos. Y Berlusconi después del enésimo lifting, volviendo como candidato y con posibilidades de ganar en unas elecciones anticipadas.
Hace una semana en la convención de la patronal italiana Confindustria su presidente Vincenzo Boccia declaraba «Da vergüenza vivir en este país». ¿Les suena la lamentación? Añadía que con 50 días sin Gobierno ya habían conseguido una bajada del 1% del PIB italiano y que la caja del subsidio de paro estaba a punto de explotar. Boccia proclamaba estar en economía de guerra y denunciaba la irresponsabilidad de la clase política por su indiferencia ante la situación de emergencia generalizada. Y se ponía cinco preguntas: ¿Cómo disminuir la presión fiscal; cómo bajar los costos de la energía; como bajar la deuda; cómo se financiarían las grandes infraestructuras necesarias y cómo favorecer la recuperación de la productividad? Demasiadas preguntas sin respuesta.
Napolitano, como Benedicto XVI, ha dejado de legado al sucesor un doble informe de sabios sobre las reformas institucionales y los retos económicos. Ninguno de los dos informes aborda seriamente la malformación congénita del Estado italiano.
Coincidían estas noticias con mi estancia en el Sur Tirol y el Trentino, regiones de estatuto especial, con un sistema casi foral, y desde allí las cosas se veían diferente. Desde bajo los Alpes y allí donde la cultura germánica vierte hacia valles mediterráneas como las del Adige, y donde la sombra del imperio austro-húngaro se nota en la tipología de las ciudades y la arquitectura, la gente está desconectada de Italia, o en vías de desconexión. Ahora mismo, se acentuará el Sur-Tirol la campaña por la autodeterminación del territorio, a pesar de un estatus que les permite, como Euskadi y Navarra, disfrutar de una prosperidad presupuestaria que se comprueba en una agricultura protegida, una gran inversión en centros de investigación e innovación y un buen nivel de instalaciones turísticas y patrimoniales. Los carteles bilingües italiano y alemán, con una administración que practica la cuota paritaria de germanófonos y italianófonos muestran que te estás moviendo en un lugar que mentalmente y económicamente está más cerca de Zurich, Munich o Viena que de Roma. Los festivales romanos de la politiquería gattopardiana suenan tan lejanos como los debían parecer a las tribus nómadas alpinas los espectáculos de «Panem et circenses» de los emperadores romanos.
Mientras el espectáculo romano continúa, la gente del norte de Florencia, la del territorio industrial está harta de pagar por poco servicio. Y la del sur desindustrializa no perdona que fuera la unificación italiana la que les condenara al subdesarrollo.
Todos cabreados con el estado y su casta política y oligárquica, pero incapaces de generar una alternativa rupturista. Italia, he aquí otro enfermo europeo. Pero que desde la gallardía española no resuenen las campanas. En Italia, Roma no ha aniquilado Milán como capital económica y por ello el norte, a pesar de todo tiene una potencia y un PIB del que nosotros quedamos lejos. En España, desde Felipe II a Rajoy pasando por Felipe V y Franco están a punto de conseguir matar la gallina de los huevos de oro del eje mediterráneo. Complimenti!