De la inutilidad del nacionalismo
Si el relato independentista ya no es creíble, cabe preguntarse para qué sirve ahora el nacionalismo catalán
El procés tuvo consecuencias judiciales, sociales, económicas y también políticas: mató cualquier utilidad del nacionalismo para los catalanes no subvencionados. Y ofreció una lección a todos aquellos que, bienintencionados o no, aseguraban que nadie se atrevería a intentar una ruptura por las bravas.
Falsos intermediarios afirmaban que los líderes nacionalistas podían ser sobornados con más poder (federalismo) o más recursos (pacto fiscal) y que, llegado el momento, pondrían el freno de mano a la deriva secesionista. Nada más lejos de la realidad. La conjunción de una ideología, como la nacionalista, y un clima político, como el populista, imposibilitaba cualquier moderación.
No tenían apoyos internacionales, ni siquiera contaban con la simpatía de la mayoría de la sociedad catalana. Sin embargo, carentes de autoestima, necesitaban sus 8 segundos de gloria. Y, con la declaración unilateral de independencia, dispararon su última bala… en su propia cabeza. La credibilidad del separatismo se esfumó de repente para todos los no adictos a TV3.
Por primera vez, el abstencionismo crece entre el electorado nacionalista
No ha hecho falta esperar una generación. Los jóvenes han desconectado de un nacionalismo que perciben liberticida y rancio. Por primera vez, el abstencionismo crece entre el electorado nacionalista. No pocos dejaron de soñar despiertos. La ensoñación llegaba a su fin. Pero, si el relato independentista ya no es creíble, cabe preguntarse para qué sirve ahora el nacionalismo catalán. Sus propios líderes responden: para nada.
La candidata de Carles Puigdemont, Miriam Nogueras, se presenta a las elecciones generales con la clara intención de no hacer nada, de no servir para nada, de, como mucho, dedicarse a estorbar y, eso sí, cobrar un buen sueldo en una gran ciudad.
El candidato de Esquerra, Gabriel Rufián, prometió que abandonaría el Congreso en 18 meses y que no había plan B. Eso fue en una década pasada. Cambió de opinión, diría un sanchista. La cuestión es que sigue ahí, aferrado al escaño, sin conseguir ninguna mejora para el resto de los catalanes.
Los líderes nacionalistas están empecinados en demostrar su inutilidad. Tras el descalabro en las pasadas elecciones municipales, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, dio por hecho que el próximo gobierno de España estaría formado por el centro derecha y llamó a formar un “frente común” con Junts per Catalunya, siendo esta la poco original salida de todos aquellos que sufren menguantes expectativas electorales y quieren diluir responsabilidades.
La cuestión es que ni en JxCat, ni en la propia ERC, le hicieron mucho caso. Sólo Xavier Trias trataría de formar un frente separatista, una “jugada maestra” procesista que le llevaría a perder la alcaldía de Barcelona.
En el pasado, el nacionalismo ofreció estabilidad a los gobiernos de España. Apoyaron investiduras y Presupuestos Generales del Estado. También negociaron y aprobaron todos los sistemas de financiación autonómica, incluido el vigente, hijo del tripartito y ZP.
Hoy, sin embargo, ni los hijos del pujolismo, ni los republicanos, sirven para nada. Huyen de foros como la Conferencia de Presidentes autonómicos. Dejan la silla vacía allí donde se debaten los intereses de los catalanes. Y promueven “mesas de diálogo” que solo sirven para solucionar los problemas de Pedro Sánchez. Y es que esa es quizá la única utilidad del separatismo: mantener a Sánchez en el poder y aprobar todas esas malas leyes que benefician a los delincuentes y escandalizan a los ciudadanos.
En Cataluña, el nacionalismo ha obstaculizado inversiones necesarias como el Cuarto Cinturón o la ampliación del aeropuerto de Barcelona. Nunca les interesó una Cataluña conectada con el mundo; no sea caso que el nacionalismo se cure realmente viajando. Agitar la estelada les sirvió, durante un tiempo, para desviar la atención, pero el efecto empobrecedor de sus políticas ya es demasiado evidente.
España no sólo es una democracia plena, es también uno de los estados más descentralizados del planeta. Por esta razón, las políticas de los diferentes gobiernos autonómicos tienen un impacto directo en la economía de cada comunidad.
JxCat es infantilismo paralizante y Esquerra es cautiva del sanchismo
Los gobiernos catalanes se han dedicado a aumentar los impuestos y a disminuir la seguridad jurídica. Resultado: las empresas se van y las inversiones no llegan. Se escudan en un supuesto efecto capitalidad de Madrid, pero las empresas también se trasladan a Andalucía y Galicia, y pronto, si nada cambia, correrán hacia la Comunidad Valenciana y Baleares.
El nacionalismo es asfixia económica, y también cultural. En nombre de la lengua están matando la cultura. Pretendiendo imponer el monolingüismo, los niveles educativos se hunden. Y la lengua catalana, a golpe de políticas nacionalistas, se desprestigia entre los jóvenes.
De nada sirve el nacionalismo. JxCat es infantilismo paralizante. Y Esquerra es cautiva del sanchismo. Son un estorbo para el progreso de Cataluña. Son una rémora que sólo consigue lo contrario de lo que se propone. Sí, la clerecía procesista es amplia y no vive mal del cuento, pero estos chupópteros pierden apoyo social a la carrera y sólo les queda la esperanza de que España siga gobernada por un ambicioso sin escrúpulos. Así, más nacionalismo es más Sánchez, pero también menos Cataluña.