Hace más de 10 años, cuando recibí el Premio de la Internacionalización de la Economía Catalana de la mano del entonces Molt Honorable President Jordi Pujol, me costaba entender dónde estaba el límite de nuestro mercado. En aquel momento disponíamos de clientes en 25 países, ahora, bastantes años después, ya llegamos a 103 países, y la verdad sigo sin entenderlo.
La edad no me ha hecho cambiar por lo que confieso que sigo sin, valga la redundancia, entenderlo. Pero aún más, creo ser sincero si comento, sin tapujos, que para mi la palabra internacionalizar no existe. En mi vocabulario es simplemente un vocablo antiguo, válida quizá hace 10 años, pero que ahora deberíamos sustituir por una más sencilla: mercado. Y eso es lo que hay que conseguir.
Hace años me explicaban una anécdota sobre las empresas españolas muy sencilla. Me decían algo así como que se peleaban sólo por entrar en Latinoamerica, olvidaban el resto del mundo. El mercado latinoaméricano tiene más de 30 legislaciones diferentes con un número global de habitantes parecido al de Estados Unidos. Éste, curiosamente, sólo tiene una legislación y además un poder adquisitivo sensiblemente superior. Pocas empresas españolas se orientan a los Estados Unidos. Me argumentaban que todo se resumía en dos miedos. Por un lado el temor a competir, ese estúpido sentimiento de inferioridad tan hispano; y por otro, el desconocimiento de los idiomas, en este caso el inglés.
Dos miedos surgidos en paralelo, pero sobre los que las empresas, en la mayoría de casos, sólo han atendido parcialmente atacando la barrera idiomática. ¿Cuántos hemos seleccionado personal sólo por esos conocimientos?. Cuando uno viaja por el mundo se da cuenta de que el idioma es menos importante que el producto, sí este es bueno, y que sólo sirve, en la mayoría de ocasiones, para hablar con el taxista o del tiempo. Me estoy confesando demasiado esta semana, pero mi nivel de inglés es muy inferior al de la mayoría de los lectores. Aún así, me muevo por el mundo sin problemas. Quizá sorprenda, pero soy incapaz de mantener una conversación sobre algo que no sea mi negocio, y no dejo de tener clientes.
Ello me lleva a decir que la palabra internacionalizar, para mi una más del vocabulario, no sólo implica saber idiomas como algunos piensan, sino más bien comporta no tener miedo, no sentirse inferior. Crear un valor añadido, creer en él y considerar cualquier parte del mundo como un lugar con un potencial cliente. Es preciso concienciarse de que no sólo basta con ir a Soria a buscar clientes, sino también a Rumanía o a Malaysia. Todos deberíamos pensar que el mundo es muy grande para dejarlo sólo en manos de otros, cuando puede ser también nuestro.
Alguien dirá: “¡bonito discurso pero!” Así que vamos al pero. Pongamos el foco en la realidad diaria, algo tangible. Para ello, les pido un ejercicio de geografía. Pensemos la distancia en linea recta entre Nueva York y Los Ángeles, aproximadamente unos 4.000 kilómetros. Calculemos el mismo dato pero sobre la distancia entre Madrid y París, unos 1.000 kilómetros. Y por que no, recordemos la distancia de Madrid a Moscú, separadas por un poco menos de 4.000 kilómetros, es decir menos que de Nueva York a Los Ángeles.
Ahora pensemos en mover una mercancía, una simple caja entre esos dos puntos. Hagan el ejercicio con cualquiera de las empresas de mensajería. Pueden pedir presupuestos on-line en cualquiera de ellas. Verán, curiosamente, que el envío entre los dos puntos más lejanos, Nueva York y Los Ángeles, es infinitamente más barato que un simple Madrid-París. Es decir mucha Unión Europea, mucho alardear de internacionalizar, pero cuando llega el momento de mover una simple caja cuesta hasta cinco veces más para una distancia hasta cuatro veces inferior. No hace falta citar el ejemplo de Moscú, una distancia parecida a la de Nueva York-Los Ángeles. Pero si quieren pueden comprobarlo. Aunque se escandalizarán.
Es decir, volvemos a aquella enseñanza de las empresas españolas de toda la vida. Mejor un mercado latinoamericano disperso con muchas legislaciones que un Estados Unidos único y competitivo. Europa repite el error, y más de 30 años unidos no han servido para que ningún político de los que corren por Bruselas, muchos por cierto hispanos, se percate de semejante salvajada que coarta la supuesta internacionalización, técnicamente denominado mercado interno, y que por otro lado piden.
Esta claro que en España falla el miedo a salir, pero también el ninguneo de la clase política a entender que se debe de hacer para mover productos. Una Unión Europea llena de oportunidades con unos políticos mediocres que legislan sobre autenticas memeces, y no ven más allá de sus billetes de avión. La movilidad es la base de la internacionalización, y sí somos como la Latinoamérica de las empresas españolas de hace 30 años nunca avanzaremos en este campo.
Internacionalizando es un gerundio, por lo que es algo en movimiento. No sólo unas palabras bonitas que el político de turno cita, que el líder pide a sus empresas. Es además una forma de trabajar, pero siempre bajo unos medios decentes. Una movilidad real que no existe en la Unión Europea. Hablamos de Unión, pero somos más locales que nunca. Es lamentable que un paquete en España puede enviarse por cinco euros, y que en Francia pueda enviarse internamente por otros cinco euros, pero que de España a Francia valga cerca de 30 euros… Eso no es una Unión, sino un nuevo reino de taifas donde algunos no entienden nada.
Volviendo al origen, claro que es importante conocer idiomas, pero es más necesario trabajar en explicar que los mercados son globales, y en crear mecanismos para que las mercancías se muevan no sólo libremente, sino a unos precios que puedan generar competencia. Todo lo contrario es un proteccionismo absurdo en pleno siglo XXI. Los ciudadanos y las empresas podemos luchar contra nuestros miedos, pero sí nuestros políticos no se ponen las pilas, se perderá otra generación. Sólo algunos locos llegaremos, nos seguirán dando premios, aunque quizá nunca entendamos que no hacemos nada que no nos parezca normal.
Si los políticos se llenan la boca con la palabra internacionalizar, quizá sea hora de exigirles que actúen para lograrlo. En definitiva, que abran más el mercado y legislen para que la movilidad de las mercancías, no sólo de las personas, sea lo más transparente posible. Que pidan explicaciones a las empresas transnacionales como UPS, FEDEX, DHL o TNT, curiosamente americanas, sobre porque en distancias hasta cuatro veces inferiores en Europa los precios son hasta cinco veces superiores que en Estados Unidos.
Eso sería actuar con diligencia y entendiendo que son las cosas. Quizá ese puede ser un primer paso para que mucha gente entienda que internacionalizar, aunque sea de momento en la Unión Europea es sencillo. Y nadie dude, políticos incluidos, que los países nacen del trabajo y de las voluntades de todos, no sólo de unos pocos locos que vamos dando vueltas por el mundo, sin mas conocimiento que la confianza.