Innovación social

Cuando a lo largo del 2007 y la primera mitad del 2008 se realizaron en Catalunya más de 800 consultas a expertos y se pidió la opinión a un grupo de consultores internacionales sobre las políticas de investigación e innovación, la sorpresa fue que los países más avanzados –siempre los nórdicos– ya no hablaban sólo de innovación tecnológica. En los Planes estratégicos de Finlandia o en los retos de Dinamarca alineados con las tendencias previstas por la OCDE en el siglo XXI, aparecía siempre la innovación social con tanta importancia como la innovación tecnológica.

El Pacto Nacional por la Investigación y la Innovación de Catalunya, firmado en 2008, incorporó esta vertiente. Y esto era antes de que la crisis estallara con toda su contundencia. Los nórdicos tenían claro que por más adelantos que hiciera la tecnología si la sociedad y sus organismos no adecuaban sus estructuras y su comportamiento a los cambios profundos de la civilización que venían, no servirían. Los nórdicos sabían que no se puede ser competitivo en la esfera productiva e ineficiente en el sector público.

La innovación social se tendría que producir necesariamente para mejorar la calidad de los servicios y evitar su colapso en el ámbito de la sanidad, la escuela y los servicios sociales. También en las relaciones de trabajo dónde en las empresas todavía predominan modelos piramidales propios del siglo XIX que fomentan la irresponsabilidad de empresarios y de sindicatos.

Los unos continúan tratando la mano de obra como mercancía y los otros prefieren la confrontación a la cogestión. Innovación en la gobernanza de las instituciones desde las Universidades o las Cámaras de comercio, a la misma administración. Modelos corporativos donde el ciudadano tiene poco acceso a la información y es considerado un consumidor y cliente de servicios y no un colaborador corresponsable en la provisión de éstos.

La importancia del tema se refleja en portales como el de Euskadi Innova en cuya presentación hay una sección dedicada a la innovación tecnológica y otra a la social. En esta dirección, toda economía social, la del tercer sector, la del cooperativismo y también lo que alguien ha denominado la economía cívica, están dando ejemplos de soluciones autogestionadas por los usuarios sin voluntad ni afán de lucro y al margen de las estructuras de Estado, impotentes o insolventes para abordar ciertas demandas.

Aplicándolo a Catalunya, y contemplando los hachazos que el Reich alemán y el Imperio Castellano están imponiendo a la población catalana, de forma injusta, me pregunto por qué no hacemos de este problema una oportunidad. Por ahora, la sensación que se tiene es que con el simple recorte lineal y con la persistencia en no modificar los sistemas de sanidad, escuela o servicios sociales, lo único que se consigue es un regreso hacia los inicios del siglo XX; y una creciente desigualdad social en la percepción de servicios por su privatización en manos de empresas con finalidad de lucro.

Lo que tocaría, en cambio, sería renunciar a las rigideces controladoras de la administración autonómica. Si no hay dinero, que no se pretenda dar el servicio del mismo modo. Hay que dar libertad de autoorganización a escuelas, centros de atención primaria, áreas de servicios sociales para que, de forma creativa, y aplicando la innovación social, encuentren fórmulas basadas en la cooperación y la responsabilidad del usuario; y facilitando la constitución de entidades sin afán de lucro que sean la fuente de la coproducción de servicios públicos. La inspección en lugar de ser un asunto burocrático para controlar que los funcionarios cumplan, haría falta que se preocupara y ayudara a imaginar otras maneras más eficientes y participadas de llegar a los mismos o superiores objetivos.

A estas alturas del artículo, alguien puede decir: ¿no está usted por el Estado catalán, donde se supone que estas miserias no las tendremos que sufrir? Razón de más. Tenemos la ocasión de construir un aparato nuevo de Estado que sea más una piel de la sociedad civil responsable y organizada, y deje de ser la coraza ortopédica de una sociedad civil débil y desorganizada.