Innovación como punto de encuentro

Muchas de las discusiones que hoy se mantienen entre fuerzas políticas y en la calle no tendrían sentido si, en su momento, se hubiera hecho el esfuerzo inversor necesario en investigación. La ciencia y la tecnología permiten alcanzar niveles de desarrollo en los que se generan más recursos, la productividad es mayor y la necesidad de pelear por los recursos públicos se sustituye por una aplicación constructiva: generar más ciencia y tecnología para que los ingresos y las capacidades se multipliquen. Un nuevo punto de encuentro social.

«En España no sólo no se invierte lo suficiente, sino que buena parte de lo que se presupuesta no acaba utilizándose. En España, la inversión en I+D sobre el PIB está estancada en el 1,2%»

El reto más importante y de fondo de las sociedades europeas más tradicionales es cómo asegurar la sostenibilidad de lo que hemos convenido en llamar economía del bienestar. Investigar trae más bienestar y sostenibilidad que ninguna otra cosa, reduce dependencias y generar ese sistema de crecimiento auto-sostenible que ahora se requiere reciclar terminológicamente en el concepto de economía circular.

En países como España, si se pudiera transmitir al ciudadano medio lo deseable e importante que es la investigación, se llevaría las manos a la cabeza al comprobar no sólo que no se invierte lo suficiente, sino que buena parte de lo que se presupuesta, no acaba utilizándose. En España, la inversión en I+D sobre el PIB está estancada en el 1,2%. El promedio de la UE es prácticamente el doble. Y los países que dominan la tecnología en el mundo (lo que equivale, hoy por hoy, a controlarlo) elevan esta ratio hasta el entorno del 3%. No hemos aprendido siquiera de nuestra historia. De grandes científicos que superando tremendas adversidades lograron demostrar que los descubrimientos científicos son los que mueven fronteras. Los que rompen esos lastres estructurales que tantas veces recomendamos los economistas superar con reformas. Investigar es reformar, de forma directa. Lo aseguraba uno de esos aventurados pioneros, Severo Ochoa, cuando señalaba que «la ciencia siempre vale la pena porque sus descubrimientos, tarde o temprano, siempre se aplican». Lo que el mundo académico ha demostrado es que cada euro que se invierte en investigación vuelve a la sociedad claramente multiplicado. El problema está en la capacidad de visión de futuro de gobiernos constreñidos por los ciclos electorales porque los réditos de invertir hoy se recogen años más tarde.

La tentación está también en suponer que hay otras prioridades, sobre todo las relacionadas con el gasto social. Pensar que esto de la I+D+i es cosa de países ricos. Sin embargo, ya hace tiempo que está demostrado que los países que investigan no lo hacen porque son ricos. Son ricos porque investigan.

En la España de la transición democrática se venía de un punto de partida tan bajo que la imitación y la inyección de recursos se dejaba notar notablemente en mejoras de productividad y en crecimiento. Con la consolidación del sistema institucional, España ha podido comprobar las ventajas de un sistema nacional de ciencia e investigación creado, sobre todo, desde la década de 1980 pero nunca se ha dado el paso para jugar en la liga de los mejores. En casi todas las disciplinas tenemos científicos de primer nivel, pero en pocas estamos a la vanguardia como sistema. Y, desde luego, pocas rentabilizamos dentro de nuestras propias fronteras. Además, en el sempiterno desajuste entre educación y mercado de trabajo, nos hemos convertido en potencia exportador de talento (formado con nuestro gasto) por imposibilidad de aprovecharlo en España.

Algunos principios básicos se cumplen. En primer lugar, hay capacidad de formación, hay buenas universidades donde se prodiga el milagro de la multiplicación de la producción científica a pesar de la variabilidad -y general escasez- de recursos. Sin embargo, hay disciplinas donde la investigación de queda en el formato básico y teórico, pero no logra financiación para su desarrollo aplicado. Una desgracia que grandes proyectos -desde el tratamiento del cáncer a la física aplicada al ahorro energético- se queden sin recursos suficientes tras años de esfuerzos.

No sólo es cuestión de poner más recursos sino de gestionar mejor aquellos de los que se dispone. Se ha mejorado mucho en filtros de bioética y en la conexión con el sistema europeo de investigación. Pero los sistemas de financiación (como los basados en créditos que son inaccesibles en la práctica o nunca llegan a tiempo) encierran una burocracia e ineficiencia considerables. Clama a cielo que la mitad del presupuesto destinado a investigación no se pueda ejecutar en muchas ocasiones por una burocracia absurda. Muchos fondos tienen que devolverse.

Ahora que tanto se habla del Horizonte 2030 conviene recordar que no hemos cumplido con el Horizonte 2020, en el que nuestra inversión en investigación debería haber llegado ya al 2% del PIB. Vamos muy por detrás en un mundo en el que la ciencia y la tecnología son más determinantes que nunca. Y lo pagaremos más pronto que tarde.