Innova, la última joya que guardaba el oasis catalán

Una más, y van… Si hace un par de semanas («Las lluvias que trajeron este lodazal«) nos preguntábamos por los denominadores comunes de la corrupción en este país, las últimas revelaciones y derivadas sobre el caso Innova destacan uno de ellos en Cataluña: la connivencia entre los dos grandes partidos mayoritarios de la comunidad con el clientelismo como fórmula de consenso político.

En efecto, la sucesión de escándalos en la sanidad catalana (el citado caso Innova, Sant Pau, las dudas sobre determinadas prácticas privadas en el Clínico, las adjudicaciones que favorecieron a Sehrs, las irregularidades detectadas por la Sindicatura de Cuentas en la mayoría de consorcios y empresas públicas dedicadas a la salud…) ha puesto definitivamente en cuestión el conocido como modelo sanitario catalán y cuya principal característica es la connivencia bajo un mismo paraguas y presupuesto de entes privados y públicos.

Esa cohabitación ha provocado una confusión entre lo público y lo privado que está en el origen de buena parte de las anomalías detectadas. Ambiciones privadas con dinero público, pero sin el control de los órganos interventores habituales en la administración, una buena fórmula donde han pescado oportunistas de distinta calaña. Algunos de ellos, políticos desocupados que han ido a parar a la sanidad pública para mantener sus ingresos y el poder de sus señoritos, todo ello al calor de unos presupuestos difíciles de gobernar.

No estaría de más echar la vista unos cuantos años atrás y buscar los inicios del otrora alabado modelo en el reparto político que se produjo en Cataluña en las primeras elecciones con los nacionalistas de CiU en la Generalitat y los socialistas en el gobierno de la mayoría de los más importantes ayuntamientos.

Cuando el Gobierno central dispuso el traspaso total de las competencias sobre sanidad al autonómico, los socialistas defendieron con uñas y dientes el mantenimiento bajo su jurisdicción de importantes hospitales, como por ejemplo en Barcelona el Hospital del Mar. Estaba en juego el poder sobre un sector de magnánimos presupuestos y donde dar empleo a buen número de cargos.

En el oasis catalán, la coexistencia se reprodujo a diferentes niveles y sus consecuencias las conocemos bien hoy: la desaparición de cualquier oposición política reconocible al nacionalismo gobernante. En ese palmeral cabían todos, con una única condición, que no se hiciera ruido, que hubiera un reparto razonable (se decía que del 60/40) que permitiera a todos una existencia feliz y no como en Madrid donde andaban siempre a gritos tirándose los trastos a la cabeza.

En la Cataluña civilizada y cohabitada el mayor exabrupto conocido fue cuando a Maragall se le escapó aquello del 3% y duró apenas unas horas, un escándalo que escandalizó tanto a los que iba dirigido como a los de su propio partido que se echaban las manos a la cabeza temiendo que esa maragallada les llevara a territorios desconocidos y abruptos. En fin, y aún hay quien se pregunta cómo es posible que la familia Pujol nos gobernara durante un cuarto de siglo.

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