Infieles y conversos
Con un 40% de indecisos, el plebiscito convergente del 25-N se presenta más incierto de lo calculado por sus promotores. Mas dirige su mirada hacia los valedores del socialismo añejo (Mascarell, Requejo, Castells, etc.), en busca del consuelo que puede precisar la frustración, que el mismo se impone para hacerse perdonar muchos años de pensamiento débil. Navarro, indeleble menchevique, se ha perdido en el orificio de la historia tratando de encontrar a Pi Margall, la sombra del primer federalismo. Oriol Junqueras, a fuer de historiador académico, ha olvidado cómo nos traicionó la Europa de Utrecht, un espacio que él quiere revisitar a través de Bruselas. Herrera, simplemente, desespera; y López Tena huele a pólvora; tiene los dedos de Zumalacárregui y la decisión de Savall. Al líder de Solidaritat le sobra convicción y le falta moderación; Antoni Puigvert le llama “lo tigre de Sagunt” y lo compara con el cabecilla Barrancot, recreado por Vayreda.
Mientras tanto en la vigía y retaguardia se las prometen muy felices. Alguien ha convencido a España de que CiU juega la carta independentista por puro tacticismo, para asegurar la mayoría absoluta. Ni se imaginan lo que se les viene encima. Están en el macizo de la raza, junto a Federico Trillo, el actual embajador en Londres, y autor esta semana de una carta en el Financial Times en la que desmarca el caso catalán de la Escocia díscola, una nación que hace 300 años decidió integrarse en el Reino Unido. Catalunya, en cambio, solo pertenecía al “reino de Aragón que es parte esencial de España desde su nacimiento, hace más de cinco siglos”, dice el ex ministro de Defensa. Trillo lleva galones en la bocamanga y su tono suena a marcha de alabarderos. Pero la rectificación de Almunia no le va a la zaga. El vicepresidente de la Comisión despechó su propio exceso democrático de días atrás (cuando dijo en Barcelona aquello de que “si la gente vota la independencia, pues bien”) zanjando la cuestión al mentar la bicha, la UE, y haciendo uso de su peor amenaza: “si os vais de España, os pasaréis 25 años fuera de Europa”. El de Almunia es el rebufo de Jacques Delors, aquel presidente visionario que en 1992 inventó el Tratado de Maastricht y comparó la Europa de las regiones con la afición a la canaricultura.
El flanco Europeo no responde. El pasado jueves, Mas fue el tema du jour en Bruselas al afirmar que anhela para Catalunya un “nuevo Estado dentro del marco de la UE”, con respuesta de perdonavidas a cargo del blog europeo del Wall Street Journal: “Recuerde que todo nuevo ingreso exige unanimidad”. Finalmente, para reforzar su argumento, el citado blog desdeñó una posible reunión de hermandad entre Mas y el escocés Alex Salmond. En el Jarama, las trincheras catalanas van más justitas todavía. Duran Lleida duda, no lanza todavía su perfil; se muestra un poco distante aunque en realidad sigue al acecho, se mantiene como tesoro inadvertido. En la federación nacionalista dicen que su hora será la mañana del 26, cuando el recuento obligue a aguzar el ingenio en la geometría variable de las alianzas.
Las elecciones cambian a los políticos. Junqueras ha perdido solemnidad y peso. Mas ha ganado ángulos; desde que abrazó el viejo Consenso de Washington, el candidato a repetir en el cargo, ha mejorado el reflejo pero ha perdido compasión: habita un escenario montado sobre el paro, los recortes y los desahucios. El encaje le ha ganado la partida a la moral. En el lado catalán fallan la cartografía y las brújulas; desconocemos en qué punto nos encontramos de nuestro camino como pueblo (de ahí la convocatoria de CiU dispuesta a conocer la verdad sobre el independentismo supuestamente mayoritario). En el bando español prima la abolición del pasado (o su banalización como ha hecho Trillo con su carta al Financial), la destrucción de la memoria, el síntoma de una época crepuscular. El territorio le ha ganado la partida a la sociedad. El mapa puede más que la economía y ya hemos visto que esta segunda puede movilizar, como está ocurriendo con los desahucios y como ocurrió con el 15-M. Los comicios catalanes se juegan en los medios pero están encima de fogones que pueden encenderse en cualquier momento.
Un 40% de indecisos es mucho, máxime si pensamos que se dividen en dos: infieles y conversos. Estas elecciones catalanas no tienen relación alguna con los comicios vascos de 2001 en los que Jaime Mayor Oreja (PP) y Nicolás Redondo Torrero (PSOE) se unieron para desplazar al nacionalismo de las instituciones. El derecho a decidir no es la segunda vuelta del Plan Ibarretxe. La Brunete mediática de entonces se quedó corta si la comparamos con aliento que reciben ahora, por parte del Gobierno, La Razón, El Mundo, el ABC, la SER o las teles. Y es que el caso catalán preocupa mucho más en Madrid que el encaje vasco.
1714 frenó el atlantismo catalán, su perfil aliadófilo. La derrota de Vilardell y de Rafael de Casanova, como ha tratado de recoger Sánchez Piñol en Victus (un novelón de hemeroteca), tuvo poco que ver con el Archiduque Carlos de Austria y mucho que ver con la expansión comercial interrumpida, umbral de la decadencia y entrega a la Corona (desde Felipe V hasta Don Juan, Conde de Barcelona, antes de ser coronado Juan Carlos I). Hoy, el frente independentista va desde la aleatoria CiU o la matizada ERC de Junqueras, hasta la irredenta Solidaritat. Desde el pacto forzado hasta el país idealizado. Todo apunta a que el partido de Mas laminará a sus aliados y satélites; pero, si no lo consigue plenamente, habrá escrito la primera parte de su descenso a los infiernos de la soledad.