In Memoriam Muriel Casals

Han pasado ya unos cuantos días, pero no puedo dejar de pensar en el triste y gratuito fallecimiento de Muriel Casals. He estado muchos años de mi vida, casi toda la vida, cerca de ella y no me es fácil asumir que, de golpe y porrazo, y sin intervención de ninguna de esas causas biológicas que, por los caprichos de la fortuna –más bien del infortunio-, precipitan un final prematuro, haya desaparecido ya de este mundo.

Conocí a Muriel en nuestros tiempos de estudiantes universitarios, de militancia antifranquista y de ilusiones y esperanzas en un mundo mejor. Con los estudios terminados, compartimos, con otros pocos privilegiados, los primeros pasos de una nueva institución, la Universitat Autònoma de Barcelona, que entonces se alojó provisionalmente al final de las Ramblas barcelonesas, frente a la estatua de Colón. 

Desde aquellos años gloriosos de la primera infancia de la Autònoma, hasta su muy reciente jubilación, Muriel y yo mismo hemos estado trabajando en el Campus de Bellaterra. Hemos pertenecido a la misma Facultad y al mismo Departamento. Incluso integramos los dos, con Eloi Serrano y casi nadie más, el último grupo de investigación de que formó parte.

Se trataba de estudiar determinados aspectos de las relaciones económicas internacionales. Ese fue un foco de atención preferente para ella en los últimos años. No en vano, fue Vicerrectora de Relacions Internacionals i Cooperació de la UAB entre 2002 i 2005. 

En fin, faltaba muy poco para que se cumplan cincuenta años de nuestra estrecha vecindad en la Autónoma. Sin embargo, ya no podremos celebrarlo. Ahora no me queda sino recordarla, aunque sea muy brevemente.

Muriel venía de muy buena cuna. Lluís Casals, su padre, fue en su juventud un auténtico lletraferit. Formó parte a fines de 1934 de un pequeño y muy brillante grupo de jóvenes intelectuales que creó L.E.D.A. –Les Edicions d’Ara- , con Salvador Espriu, Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Ignasi Agustí, Joan Teixidor y Tomàs Lamarca, con el propósito de reunir un público suficiente para asegurar, por suscripción, la viabilidad de ediciones de poesía de carácter vanguardista. Él mismo compuso el pequeño poemario Set colors, editado en 1934. 

La desgraciada y absurda Guerra Civil de 1936 puso fin a estos afanes y a otras muchas cosas. Muriel nació en Avignon, la ciudad de los papas, donde Lluís Casals estuvo exiliado. La encantadora madame Couturier fue su madre, así que Muriel, como tantísimos otros catalanes, fue ejemplo de esa constante en la historia del país que es el mestizaje. Su hermana Montserrat, también fallecida muy prematuramente, destacó como extraordinaria periodista.

El talante personal de Muriel Casals era realmente sobresaliente: en cincuenta años, nunca le escuché una palabra más alta que otra. Equilibrada, serena, reflexiva y, a la vez, inteligente y firme, mostró una coherencia personal y una dignidad ejemplares. Siempre a favor de las causas más justas.

Se ha escrito en estos días que la trayectoria política de Muriel Casals en los últimos años es muy representativa de algo que ha sucedido en Cataluña en una escala muy notable. Yo también lo creo.

Militó durante muchos años en el PSUC, y luego en Iniciativa per Catalunya-Verds, pero dejó esta militancia y pasó a formar parte de Òmnium Cultural. Desde la presidencia de esta institución, que ocupó en 2010, asumió sin reservas el máximo protagonismo en el movimiento independentista que se estaba configurando. 

Alguien debería preguntarse por las causas de este desplazamiento suyo, pero también  tan masivo, hacia el independentismo en la Cataluña de los últimos años, sin prejuicios y sin el triste recurso de los gobernantes estatales de enseñar el texto de la Constitución a todas horas y recitar la amenaza de todas las plagas bíblicas.

¿No pueden comprender que cuando tantas personas, de muy diversa formación y condición, coinciden en un paso tan extremo pueden –deben- existir causas muy profundas? ¿No son capaces de entender que hoy, más que nunca, como proclamara el gran Miguel de Unamuno ante cierto energúmeno espadón en el maravilloso Paraninfo de la Universidad de Salamanca en 1936, el verdadero reto no es vencer sino convencer?

Ahora, ya no es posible convencer si no es con palabras, con explicaciones, con buenos argumentos. Pero, además, en la Europa del siglo XXI tampoco es posible vencer si no es con buenos argumentos. Los tiempos del ‘ordeno y mando’ ya pasaron. Y para nunca volver. Señores del Gobierno, y de la oposición, ¿todavía no se han enterado?

Entre tanto, el Govern ha concedido a Muriel Casals, a título póstumo, la Medalla d’Or de la Generalitat por «su amplia trayectoria cultural, social, docente y política». Me alegro muy especialmente. Estoy seguro de que nuestro país -el mundo entero- sería mejor, mucho mejor, si hubiera más gente como ella.

Pero, incluso por respeto a su persona, se debería decir la verdad. Los méritos que se quieren reconocer, y honrar, con la mencionada distinción son los que se presumen a su actuación política de los últimos años ¡Nada menos!