Impasible el ademán

Este es el país de las sorpresas. Quienes siempre dijeron que las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre solo eran autonómicas y no plebiscitarias, ahora dicen que la candidatura que ganó, de forma aplastante, perdió.

En cambio, quienes defendían a capa y espada que se trataba de un plebiscito, ahora se sienten legitimados para ponerse manos a la obra, sin haber alcanzado la mitad más uno de los votos expresados. Tampoco sus contrarios llegaron a la mitad más uno de los sufragios. Cabe añadir que no fue, ni nadie pretendió que lo fuera, un verdadero referéndum, que es un procedimiento de aprobación de leyes o decisión de actos políticos por el voto popular expresado democráticamente. El domingo pasado no se aprobaba nada.

Creo que la lectura más sencilla y honesta de los resultados de la jornada electoral es que la candidatura Junts pel sí alcanzó una victoria incontestable y abrumadora y que el tema de la independencia se cerró con algo muy cercano a un empate técnico. Otra verdad incuestionable es que el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, sufrió una derrota estrepitosa, con un minúsculo 8,5% de los votos.

En todo caso, tal y como avancé pocos días atrás aquí mismo, el tema no se va a resolver pronto ni fácilmente. Si yo tengo razón, la pregunta relevante es si va a haber cambios en el actual equilibrio de fuerzas durante los próximos meses. Mi impresión es que los va a haber y no precisamente a favor del unionismo. El señor Rajoy, ha decidido que «yo sigo», como dijo Joe Rígoli, aquel cómico de décadas atrás. Impasible el ademán, don Mariano parece convencido que basta cantar la canción del «no, no, no». Con él, la mayor parte de los dirigentes españoles se ha instalado en la más absoluta pasividad. «El que se mueva no sale en la foto«, como diría aquel angelote llamado Alfonso Guerra.

Creo que han decidido tirar por el camino equivocado. ¿Se lo han pensado bien? La historia de los últimos tres años apunta a un aumento continuo de los independentistas convencidos. ¿Tienen los dirigentes de los partidos estatales, por ventura, información privilegiada que les garantiza que ese trasiego se ha agotado por completo y para siempre? ¿Están seguros de que nadie más –por ejemplo entre los votantes de «Catalunya Sí que es Pot» o UDC– va a expresar su rechazo al statu quo en el futuro? ¿Han calculado qué pasará por la mente del sufrido votante unionista cuando tenga que padecer una vez más el maltrato que nos regala la red de cercanías de RENFE con una frecuencia exasperante? ¿O creen que el votante unionista no se va a hartar jamás de la indiscutible discriminación fiscal? ¿Piensan pedir a Merkel, Cameron y Obama que les saquen las castañas del fuego otra vez? Por cierto, ¿Qué debe estar pensando Nicolas Sarkozy del brillante resultado del 8,5% que ha conseguido el PP en estas elecciones con su apoyo inestimable?

Hay que ser justos y reconocer que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acaba de ofrecer al nuevo gobierno de la Generalitat «diálogo y lealtad institucional». Pero no ha dicho de qué está dispuesto a hablar. ¿Tal vez de los resultados de los partidos de futbol de la última jornada o de la pasada Vuelta ciclista a España? Otra vez, el mismo error. Artur Mas le plantea la necesidad de un nuevo pacto fiscal y Rajoy contesta que ni hablar. Artur Mas le presenta un documento con 23 propuestas, muchas de ellas absolutamente razonables, y Rajoy mira para el otro lado. Se reclama una mejor financiación para sanidad y educación, que es inferior a la media española en términos per cápita, y la respuesta es conocida por anticipado: no, no y no. Lo mismo con el asunto de una consulta democrática pactada.

Pero ninguno de esos temas es ajeno a los intereses de los ciudadanos. Son ellos, los votantes, quienes salen perjudicados siempre de la regla de oro del Gobierno español: el principio de la parsimonia. En otras palabras, y en noble lenguaje baturro: «chifla, chifla, ¡que si no te apartas tú!»

El tancredismo de Rajoy le ha regalado siempre la iniciativa a su oponente. Mas, o el soberanismo, formulan propuestas razonables. Rajoy se encarga de asumir el papel del malo: ni acepto tus demandas, ni voy a mejorar las de mi cuenta. La virtud de pedir para Mas, el vicio de no dar para Rajoy. Lo que es indiscutible de las elecciones del domingo pasado es que el statu quo recibió en Cataluña el apoyo entusiasta del 8,5% de los votantes. ¿Todavía no se han dado cuenta, señores del PP?

Las voces que reclaman negociación, dentro y fuera del país, son cada vez más numerosas e insistentes. Pero nada, impasible el ademán. Para mí está claro que esa estrategia no va a desinflar el sufflé. Lo seguirá inflando. En román paladino, quienes detentan el poder no desisten de su empeño de acrecentar la influencia y los votos del soberanismo. ¿Quién da más?