Ignorantes también en economía

A los quince años, uno de cada seis estudiantes españoles no sabe identificar lo que es una factura, según el último informe PISA. Es una incompetencia que se suma al uso deficiente del lenguaje, al desconocimiento matemático y a la incultura científica. Se puede añadir el bajo nivel de inglés y la inexistencia de una educación cívica porque España necesita de un sistema educativo que nos haga más competitivos y a la vez mejor ciudadanos.

El Gobierno de Mariano Rajoy se ha empantanado en la reforma educativa tan necesaria y en eso cuenta con la complicidad de casi todos, oposición, sindicatos, padres, alumnos y profesores. Todos nos quejamos del estado de la educación en España pero casi nadie parece dispuesto a contribuir a un consenso a largo plazo que, aunque fuese de forma gradual, diera forma a una nueva educación, reformada de modo razonadamente riguroso y efectivo.

En privado, los profesores universitarios comentan con horror la falta de conocimientos de los estudiantes que les llegan y cuentan historias kafkianas sobre el corporativismo intrínseco en las universidades. Pero no somos una sociedad decidida a articular estas impresiones en forma de exigencia. Los políticos son los primeros que huelen a distancia el riesgo de intervenir de forma decidida en lo que es el grave estado del sistema educativo. No es fundamentalmente una cuestión de más dinero, sino de voluntad y rigor.

 
Los salarios en el sector de la construcción tentaban a los muchachos a dejar las aulas

Es como si toda una sociedad estuviera dispuesta a no tener en cuenta que si en España tenemos el paro que tenemos es de modo sustancial por una disfunción educativa. Los años del ladrillo provocaron un nivel tan elevado de abandono escolar que hoy comprobamos que era insostenible. Los salarios en el sector de la construcción tentaban a los muchachos a dejar las aulas. Salían sin la preparación debida –por decirlo con un eufemismo– y ahora están en el paro, de modo difícilmente reciclable, por falta de conocimientos elementales. Para mayor abundancia, expoliar el dinero de los fondos públicos destinados a esa formación urgente se ha ido haciendo práctica habitual.

De modo que el problema es tan grave como elemental. Hace falta renovar los cimientos del sistema educativo, desde la formación profesional siempre desatendida a una universidad sin ninguna presencia –salvo las escuelas empresariales–entre las doscientas mejores del mundo.

La cuestión del paro es pesarosa y tiene mucho que ver con la falta de una reforma educativa radical. ¿Cómo reubicar una mano de obra descualificada? ¿Cómo puede esa mano de obra competir con zonas de la economía global en las que se aprovecha la deslocalización industrial de las grandes economías?

Otra cuestión es reconocer que en el fondo no supimos aprovechar debidamente un crecimiento económico del que estábamos tan orgullosos que incluso nos endeudamos. Pero vivir en una burbuja nunca ha justificado el orgullo