Iglesias, una moción con el riesgo de fortalecer a Rajoy

Pablo Iglesias corre el riesgo de que la moción de censura se vuelva en su contra

No ha sido una empresa fácil. He rastreado mi barrio, Chueca, en búsqueda de testigos de la moción de censura de mayo de 1980: Felipe González contra Adolfo Suárez. El target era complicado. Personas interesadas en la política que tuvieran la edad suficiente para seguir aquel debate de tres días.

El paso siguiente, realizado el casting de solo tres personas, ha sido reunión en mi casa, alrededor de cervezas y gin tónic, para visionar imagines de Televisión Española de aquella moción de censura, por supuesto, el video de RTVE es en blanco y negro, el color de la época. Los gestos de sus señorías en sus escaños rezumaban inteligente ironía. La calidad de los discursos era muy buena, casi todos sin leer papeles.

Lo primero que llama la atención es cómo fumaban sus señorías en el hemiciclo. Cigarrillos y muchos puros. Luego el elenco: Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Miquel Roca y Junyent, Fernando Abril Martorrell, Santiago Carrillo y hasta Blas Piñar, que defendía el franquismo sin que nadie le abucheara, por pura cortesía parlamentaria. La verdad que comparados a los líderes que están a nuestra disposición, resulta inevitable cierta nostalgia.

Todo esto viene a cuento de recordar que la moción de censura que se debate hoy es la tercera de nuestra historia democrática; la otra fue menos relevante, en donde el recién llegado y efímero líder de Alianza Popular, Antonio Hernández Mancha, que ni siquiera era diputado en el Congreso, quiso presentarse en sociedad con muy poca fortuna.

La moción de censura que se debate este martes es la tercera de nuestra historia democrática

Después del espectáculo de la moción de censura en la Asamblea de Madrid y el riesgo que corre Pablo Manuel Iglesias Turrión, en su aventura de hoy, corremos el riesgo de que un instrumento tan importante de la democracia, como es la Moción de Censura constructiva, empiece a desacreditarse como una lucha navajera que se celebra en el sagrado territorio del Parlamento.

A lo largo de esas líneas, mis contertulios y yo tratamos de resaltar que la moción de censura es una cosa muy seria que, sin embargo, en el caso que nos ocupa, no suscita mucho interés, de acuerdo con el aire que se respira y con el resultado de nuestras prospecciones en Chueca. Sometida su conveniencia por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, a la consulta en referéndum por sus militantes, contestaron a la convocatoria un 18 por ciento de los afilados. Para un partido que promete ser asambleario, no es un dato como para tirar cohetes. Como poco, demuestra indiferencia entre los consultados.

Si los suyos no participan y le va a ser difícil encontrar media docena de votos aparte de los propios, la pregunta es para qué se tira a una piscina con tan poca agua el líder de Podemos. Como hay tan poco interés por la moción que nos ocupa en el día de hoy, conviene hacer reflexiones que pudieran parecer innecesarias. La moción de Censura está anclada en el título V de la Constitución y en concreto en el artículo 113, donde se regula y determina que los proponentes deberán presentar un candidato a la presidencia de Gobierno que resultará investido automáticamente si la moción de censura prosperara por la aprobación de mayoría absoluta de la cámara.

Corremos el riesgo de que un instrumento tan importante como la moción de censura constructiva empiece a desacreditarse

Sin candidato alternativo, la moción no sería tomada en consideración ni se tramitaría. Es decir, hay dos protagonistas en el Parlamento: el presidente a quien se trata de cesar y el candidato que pretende ser investido. Son dos protagonistas inexcusablemente vinculados.

La primera consideración es la viabilidad de la moción. Si el proponente tiene apoyos previsibles para conseguir su objetivo. Si no fuera así, la moción puede considerarse como fuegos de artificio o disparos sin pólvora.  Bueno, puede tener objetivos secundarios.

No es complicado presentar una moción de censura. Basta con reunir la firma del diez por ciento de la cámara. Ese es el requisito formal, al menos 35 diputados rubricando una solicitud. No es casual que las dos anteriores mociones de censura fueran presentadas por los que eran líderes de la oposición en aquellos momentos. Como no contaban con mayoría para que prosperase, habría que preguntarse qué pretendían.

Está implícito que el titular sea líder de la oposición, lo que le otorga una pátina de legitimidad como forma de erosión del gobierno en espera de mejorar sus resultados electorales y conseguir revocar en un futuro al presidente que no se puede cesar hoy. Fue el caso tanto de Felipe González como el de Antonio Hernández Mancha.

No es complicado presentar una moción de censura: basta con reunir la firma del diez por ciento de la cámara

La siguiente reflexión debe situar las razones políticas para sustentar la moción. En el caso de Mariano Rajoy, sería suficiente considerar la inmensa galaxia de corrupción en la que se encuentra su partido. Y, por si fuera poco, en plena campaña de la declaración de la Renta, el Tribunal Constitucional, con unos argumentos demoledores, ha declarado inconstitucional su amnistía fiscal.

Hay muchos datos para considerar la posibilidad de que la moción de Pablo Iglesias sea un poderoso boomerang que ni siquiera roce al presidente del Gobierno y ponga en peligro la cabeza política del líder de Podemos. Ni siquiera ha esperado a que termine el congreso del PSOE, que se celebra el próximo fin de semana. Ni siquiera ha intentado articular el apoyo de quien sí tiene el liderazgo de la oposición.

No tiene apoyos decididos, acaso compañías tan poco recomendables como Bildu y las dudas de ERC, que quiere referéndum en Cataluña como moneda de cambio. Ha sido cuestionado por alguna de sus franquicias. Ha gozado, como hemos dicho, de la indiferencia de sus propios afilados.

¿Por qué se mete entonces Iglesias en este lío?

Me atrevería a decir que solo lo hace porque se aburre, porque quiere que Podemos ocupe espacio informativo aunque sea a costa de poner en evidencia el vacío de su estrategia política. No se me ocurre otra razón para un desafío tan desproporcionado. Encima, ayer mismo, sin haber comenzado a gestionar esta situación, anuncia que no descarta presentar otra moción en un futuro próximo. No son cohetes de feria.

Felipe González en 1980 contaba con 121 diputados. Perdió la votación, pero consiguió el apoyo de 152 diputados frente a los 168 de la Unión de Centro Democrático. Una cifra nada desdeñable que, dos años después, en las elecciones de 1982, se materializó en la mayor victoria de la democracia para el PSOE con 202 escaños.

Solo quedan dos incógnitas sin despejar:

¿Conseguirá Pablo Iglesias en la presentación de su programa de gobierno trasmitir la imagen de un líder capaz de gobernar?

¿Saldrá reforzado Mariano Rajoy como el único líder y el único partido capaz de gobernar España en ausencia de una alternativa creíble?

Mis vecinos se han hartado de mí. Casi anochece. Se han acabado las cervezas y alguno me confiesa que ha hecho un enorme esfuerzo porque esta moción en realidad le importa un pito.

Termino estas líneas y me voy a acostar pronto. Mañana tengo que estar muy temprano en Las Mañanas de Cuatro para analizar el debate. Confieso que no espero mucho, al margen de diatribas frente a desdenes. Nada que ver con el debate de 1980. Entonces había inteligencia, respeto, dialéctica y perspectiva. Naturalmente no todo era mejor, pero debiera servir para reivindicar la inmensa obra de la transición tan desdeñada.  Espero que no tengamos que esperar 37 años para recuperar ilusión y talento.