Iglesias, Garganté, ¡todo sensibilidad!
La nueva política se estaba acercando, llegaba para sustituir a los viejos políticos, a las periclitadas siglas de los partidos de la transición. Y ya están aquí. ¡Las nuevas fuerzas políticas llegan cargadas de ideas refrescantes, lúcidas, preparadas para gestionar y solucionar todos nuestros problemas!
Nadie niega que la democracia liberal, aquí, en Francia y en Estados Unidos, por poner tres ejemplos diferentes, con modelos políticos distintos, tiene problemas. Que la democracia representativa tiene ciertos inconvenientes, y que muchos ciudadanos, producto de un modelo económico que ha abusado y que ha roto muchos consensos, se han distanciado de sus políticos y se muestran irritados. Pero eso no tiene nada que ver con el rostro de los nuevos salvadores de la patria, que pueden provocar un mayor conflicto: la ruptura de la convivencia.
En las últimas horas se han producido dos situaciones impensables. La senadora Rita Barberá, ex alcaldesa de Valencia, falleció en la mañana de este miércoles, tras sufrir un infarto. Acaba de declarar ante el Tribunal Supremo, el lunes, por un presunto delito de blanqueo de capitales. Barberá falleció, y, al margen de la crítica a su gestión y a su trayectoria política –todo lo dura que sea necesario– los diputados en el Congreso decidieron guardar un minuto de silencio. Todos…salvo Unidos Podemos.
El argumento de Pablo Iglesias, de Iñigo Errejón –en eso no parece que tengan diferencias–, pero también el del Alberto Garzón, es que no podían guardar ese minuto de silencio porque no querían rendirle un homenaje. Fueron los únicos, los de Unidos Podemos, en mantener esa posición. ¿Rendir homenaje u ofrecer un respeto a alguien que acababa de fallecer? ¿Se sienten representados los más de cinco millones de españoles que votaron a la coalición de Iglesias y Garzón? ¿Qué se gana con esa actitud? Es cierto que también recuerdan que ese minuto de silencio no se guardó con José Antonio Labordeta, en 2010. Pues fue un error. Si se pide, la mesa del Congreso lo debe conceder, haya o no tradición.
La otra imagen llega desde Barcelona, y la protagoniza un concejal de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona, Josep Garganté. Al edil no se le ocurrió otra cosa que decir, en su cuenta de twitter –las redes sociales merecen otro extenso comentario, para otro día–, el día en el que se cumplían 16 años del asesinato del socialista Ernest Lluch, que el «PSC-PSOE no eran monjas de la caridad», y lo hacía mostrando una foto del ex presidente Felipe González y del ex ministro del Interior, José Barrionuevo, y del ex secretario de Estado, Rafael Vera cuando entraban en la cárcel por el secuestro de Segundo Marey, un caso vinculado a los GAL.
¿Qué aporta Garganté? ¿Qué quiere provocar? En 2016, después de ser juzgados, ¿todavía se sigue con esa letanía de los GAL? Lo hacen hombres jóvenes, como Garganté o el republicano Gabriel Rufián, buscando no se sabe qué complicidad con los abertzales de Bildu. El día que se sigue llorando por una figura como Lluch, que sólo buscó en su vida entender a unos y a otros, que ofrecía diálogo, y que, entre otras cosas, puso en pie el sistema sanitario público en España, ¿a Garganté se le ocurre asimilarlo con los GAL? ¿Qué aporta a la política Garganté, para qué está, qué busca conseguir la CUP con este individuo en sus filas?
Son preguntas que surgen para contrarrestar a los nuevos representantes políticos con los dirigentes de los partidos de siempre.
Será difícil, a partir de ahora, crear lazos de confianza en el Congreso –necesarios siempre, ya sea entre los que comparten ideología como entre los adversarios políticos– cuando todos los diputados de un grupo –el tercero en la cámara– se niega a guardar un minuto de silencio por una senadora que acababa de fallecer.
¿Eso es lo que reclama la sociedad española, esa confrontación de la que hace gala Pablo Iglesias? ¡Cuidado!