Iglesias gana y pierde toda la política española
Pablo Iglesias ha ganado en Podemos. Vistalegre II ha resultado un éxito para sus intereses. Sigue como secretario general, pero además arrincona a Iñigo Errejón, al ganar también su lista en el Consejo Ciudadano. Lo que Iglesias ha impuesto es una tesis política en su partido que tiene un claro y único objetivo: triunfar como partido de oposición, sustituyendo de forma rápida al PSOE. Es el sueño de Julio Anguita, de cuyas fuentes Pablo Iglesias ha bebido.
La izquierda que proviene del comunismo, del PCE de Santiago Carrillo, e Iglesias la representa a la perfección –él mismo militó en IU—sigue creyendo que fue traicionada. Que la transición fue una capitulación, que fue dominada por los franquistas, y que el PSOE maltrató a quien sí se había opuesto al franquismo. Todo eso puede ser cierto. Es interpretable. Pero este año se cumplirán 40 años de las primeras elecciones democráticas.
Por eso choca y mucho, y deja en evidencia lo que quiere realmente defender Podemos, que se cierre el acto con L’estaca de Lluís Llach. ¿Qué es lo que hay que romper?
Para Mariano Rajoy podrá ser una buena noticia que Iglesias se haya hecho con todo el control de Podemos, pero, ¿realmente es algo positivo que la política española derive hacia un partido de centro-derecha, que prefiere el inmovilismo y la gestión mínima para que el país siga adelante, junto con otro partido que sólo dice que quiere representar ‘a la gente’? ¿Quién es la gente?
Se analiza la política y se deja de lado las políticas. Profesores de ciencia política, como son los dirigentes de Podemos, se han olvidado de que el debate se debería centrar en ‘las políticas’, con el objeto de alcanzar consensos. Se debería ser consciente de que en España no se puede oponer una disyuntiva entre derecha e izquierda, como polos opuestos sin más, cuando Cristóbal Montoro, a ojos de muchos economistas –y no neoliberales recalcitrantes—es en realidad un socialdemócrata, que no para de reclamar a las grandes empresas que paguen más por el impuesto de Sociedades, y que ha recibido un palo contundente de la CEOE.
Hay en España un problema muy serio con los salarios. Son bajos, pero responden también a la productividad de un sistema que tiene carencias: el tejido empresarial es minifundista. Faltan empresas con un mayor tamaño, que puedan competir mejor, pagar mejores salarios y dedicar esfuerzos a la investigación y a la innovación. ¿Qué dice Pablo Iglesias sobre todo eso?
Podemos es el producto de una coyuntura. Y se debe aplaudir que un movimiento que surgió como una enorme protesta al calor de una crisis financiera que provocaron de forma irresponsable los bancos de inversión, derivando en una colosal crisis económica, apostara por la vía institucional. Pero con el apoyo recibido, con poder real en ayuntamientos y parlamentos autonómicos y en el Congreso, esa fuerza puede perder toda efectividad si el único objetivo es ‘combatir a la derecha’ y, por supuesto, estar por delante del PSOE.
Debemos saber cosas que no gustan mucho cuando se hacen realidad. Pero están muy analizadas, y llegan, en Estados Unidos y tal vez en Francia y Alemania.
Tony Judt recordaba en su Algo va mal que para la mayoría de la gente la legitimidad y credibilidad de un sistema político descansa no sobre prácticas liberales o formas democráticas, sino sobre el orden y la predecibilidad.
Y sí, «un régimen estable autoritario es mucho más deseable para la mayoría de sus ciudadanos que un Estado fallido democrático. Incluso la justicia probablemente cuenta menos que la competencia administrativa y el orden público. Si podemos tener democracia, la tendremos. Pero, sobre todo, queremos seguridad. A medida que aumentan las amenazas globales, el orden ganará en atractivo».
Eso lo saben las formaciones que provienen de la derecha. Lo sabe a la perfección Mariano Rajoy, que debería haber visto, sin embargo, que un ascenso de Podemos iba en perjuicio no sólo del PSOE, sino de toda la política española, siempre, claro, que se impusieran las tesis de Iglesias. Y así ha sido.
Llega un nuevo momento, a la espera también de lo que haga el PSOE. Cuarenta años después de las primeras elecciones democráticas se podría pensar ya en colaboraciones, en consensos, en discursos inclusivos, y no en aquellas canciones como L’estaca, compuesta en…1968.