Identidad y estabilidad según Escocia

Las especulaciones sobre un impacto dinámico del sí escocés en las voluntades del independentismo catalán pueden tener sentido jubiloso muy a corto plazo, pero no tanto cuando se vea hasta qué punto ese sí descubre una dimensión desconocida, en términos jurídicos, institucionales, económicos y relativos a la Unión Europea, por no hablar del efecto negativo en la estabilidad de los mercados, como ya se vio cuando al avanzar el sí la libra esterlina pasó algún apuro.

El no provocará el desánimo entre los independentistas más tibios que son los que tienen la clave del proceso secesionista en Cataluña.

Desde luego, David Cameron no es el más maduro de los políticos. Ha llevado mal el dosier escocés desde el principio. Por ejemplo, resulta difícil que, en una democracia como la británica y en un proceso de escisión como el escocés, la decisión sea tomada por mayoría simple y al margen de porcentaje total de participación en el voto de hoy. Tiene lógica, como saben los canadienses respecto al Quebec, que una decisión de esta envergadura tenga que estar avalada por una mayoría cualificada y con el requisito de un tope mínimo de participación.

El caso de un sí o no por solo un voto más lo deja todo en manos de cualquier oscilación accidental de esa mayoría, con lo que el referéndum se convierte en papel mojado, como decisión aleatoria e inestable. Lo que sí quedó bien clara fue la pregunta –“¿Debiera ser Escocia un país independiente?”-, a diferencia de las dos que Artur Mas fue a exigir a la Moncloa.

El no escocés tampoco tiene por qué afectar a la amalgama decididamente pro-secesión de Cataluña, aunque incidirá en los indecisos y en los que entre la afirmación identitaria y la estabilidad prefieren no iniciar aventuras. Según la CNN, se espera una participación muy elevada. Una clave es el voto laborista que pueda pasar al sí. En el caso hipotético de una consulta legal para Cataluña, si mengua la abstención en Barcelona, el no tendría un apoyo más que significativo.

Una respuesta habitual es que los escoceses partidarios de la independencia no votan simplemente por identidad, sino para vivir en una Escocia mejor. Pero tampoco deja de ser identitario que, por el hecho de separarse del Reino Unido, la economía escocesa vaya a dar un salto cualitativo. Eso no está demostrado, por ahora. Al contrario, el sí escocés generará una alarma en los mercados, precisamente cuando la frágil recuperación económica requiere escenarios de estabilidad.

¿Qué hará la bolsa y cómo, puertas adentro, verá el Banco Central Europeo la independencia de Escocia, aunque el Reino Unido no esté en el euro? Hasta ahora no puede decirse que el nacionalista Alex Salmond haya explicado con claridad y rigor como será la Escocia independiente que propugna. Por ambas posiciones, la búsqueda a cualquier precio del voto indeciso es un espectáculo poco edificante.

La unión británica tiene trescientos años de experiencia. Dada la gran fragilidad de las acciones humanas, es muy respetable que algo así como la mitad de los escoceses prefieran quedarse como están.