‘Ich bin ein Katalaner’

En un día como hoy que menos que ser políticamente incorrectos. Recordemos que poner flores a Casanovas es como sí los franceses pusieran a Petain –lea historia quien no sepa la historia–. Y ya que al President, Artur Mas, le ha dado por tirar de frases históricas con su i have a dream de Luther King para ver, siendo vulgar, quien la tiene más larga, yo me acerco un poco más a Kennedy. Un tipo más golfón y torticero, pero un político de verdad, por lo que en su parte lívida seguro liga más con la pseudo política de Artur Mas. Eso sí desconozco quién es su Marylin, si Carme Forcadell o Joana Ortega.

Volviendo al título. Tengo el defecto de no saber alemán. Les confieso que maltrato de igual manera cualquier idioma: castellano, catalán o inglés. En Madrid, los taxistas me dicen que soy catalán; en Londres siempre me confunden con escocés, supongo que para ellos tengo un acento cerrado, pero deber ser que pronuncio fatal. En Catalunya tengo ese acento barcelonés del centro del Eixample tan característico. Ya saben ese catalán un poco menos glamuroso que aquel de Diagonal para arriba –cuna de un buen número de políticos– donde siempre renunciaron a la lengua.

En lo deportivo, lo admito, no soy del Barça, otro símbolo patrio catalán. Desde niño he sido de la Real Sociedad y del Bilbao, algo que si fuera vasco sería inviable, pero que está aceptado como catalán. Aquí mientras uno no sea del Madrid o del Espanyol todo es posible. Lamento decir que no tengo casa en la Cerdanya –otro elemento de catalanidad frecuente–, aunque curiosamente allí tengo familia, y en los 90 he pasado largas temporadas cuando mi primera mujer vivía por allí.

En lo profesional me ha dado cuenta que llevó más de 20 años de socio del Institut d’Estudis Catalans. Fuí profesor unas temporadas de la Universitat Oberta de Catalunya. Hace muchos años me dieron –ya saben, cosas de Jordi Pujol, supongo– el premio a la Internacionalización de la Economía Catalana, y alguna cosilla más. Alguna vez me han invitado al Pati dels Tarongers, pero entenderán que –por la edad, claro– me cuesta rendir pleitesía y arrodillarme, y aquello fue algo muy puntual. Finalmente, hasta tengo un abuelo cubano –dudo de que cantará habaneras–, y algunos familiares no tan lejanos no saben hablar en castellano. En el tema de la lengua, tan importante en estos momentos, mientras me entienda con ellos es suficiente, y jamás he tenido el más mínimo problema.

Por todo eso, si fuéramos distribuyendo carnets de catalanidad seguramente tengo más méritos que Mas, al que sólo se le conoce su filiación política, su familia bien relacionada y pocos méritos más por el país. Por suerte, a pesar de TV3, ser catalán no es nada de todo lo dicho. No es tener premios, hablar catalán, tener casa en la Cerdanya o en la Costa Brava –jamás en Vall d’Aran, que eso es de españoles– , o ser miembro de una asociación histórica. Pero para que no se engañen tampoco ser catalán es ir a la Via Catalana, bailar sardanas, comer pan con tomate o enfundarse una camiseta made in Marroc. Triste confusión de algunos, pero es así.

Luther King hablaba de sentimientos mientras Kennedy –con sus cosas– hacía política. Yo, estimado Artur Mas, quiero un Presidente que haga política no uno que viva de sentimientos. Uno puede trazar una política correcta o equivocada, según interprete la realidad que le envuelve, pero cuando se tira de sentimientos en política es que algo va mal. Presidente, tirar de sentimientos y ser incapaz de entender e interpretar la realidad de un país, más allá de los tópicos, son la antesala de la huida. Por cierto, tiene como referencia al citado Casanovas que tanto abrazan estos días.

Y, entonces, ¿nuevas elecciones? Me parece correcto. Siempre será mejor que un Govern basado en los tópicos catalanes, donde estigmatizan qué es ser buen catalán. Un estigma por el que sus sueños llevan a otros a grandes pesadillas. Un estigma basado en manuales de siglos feudales, en tópicos tan criticados más allá del Ebro. Esa España del “sol, playa y sexo”. Perdón, para que lo entienda, el sun, beach and sex, que aquí ha sido banalizado con su independentismo de manual del buen catalán.

Recuerde que por suerte uno puede decir Ich bin ein Katalaner sin encadenarse a nadie. Y aunque usted no lo entienda todos somos catalanes. No unos y otros, como usted diría separando ya desde la semántica, sino todos. Porque insisto todos somos catalanes y no todos tenemos que pensar igual. Por suerte, la divergencia es la fuerza del progreso, la convergencia es la representación del oscuro pasado.