Hostilidades crecientes, hostilidad menguante
Sánchez hace de la debilidad virtud y extrae fortaleza de la flaqueza, Torra sigue aferrado como Ulises al palo de la nave catalana
Casi dábamos por terminado el ciclo electoral pero resulta que puede no ser así. Pedro Sánchez amaga con una repetición de las elecciones a fin de presionar a C’s y Podemos.
La intención socialista, llegado el caso de que ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias apoyen gratis a su líder, consiste en cargarles el mochuelo de las culpas y pescar tantos votos como pueda en sus caladeros.
El mensaje de Sánchez es tan tramposo como diáfano: he ganado pero no me dejan gobernar
Por otra parte, la precariedad del gobierno catalán se va volviendo insostenible. El rechazo a la tramitación de la ILP independentista por parte de ERC marca un antes y un después.
La derrota del chapucero proyecto de ley apadrinado por ERC que pretendía limitar los alquileres pone al descubierto la precariedad de la coalición y la clamorosa falta de mayoría para gobernar.
El mensaje de Sánchez es tan tramposo como diáfano. He ganado pero no me dejan gobernar, de modo que, en nombre de la estabilidad y el patriotismo, apelo a los ciudadanos para que me den los votos que C’s y Podemos me niegan sin razón alguna. La explicación es que los quiere gratis, pero eso se lo calla.
A diferencia de los contactos de Madrid para la investidura, la reunión de Waterloo entre Mas y Puigdemont parece haber concluido en pacto
El independentismo, en cambio, carece por completo de mensaje. No tiene la menor hoja de ruta. Ha andado tan dividido como muestran las cuatro candidaturas con las que se presentó en Barcelona.
La lucha a brazo partido de los de Junqueras en pos de la hegemonía augura un pronto final de la legislatura si los sondeos les vuelven a ser tan favorables como los resultados de las generales y las municipales.
Puestos a no avanzar, lo mejor que se puede decir de la situación actual es que las instituciones de gobierno se encuentran severamente bloqueadas. La diferencia es que en Madrid lo exhibe el propio gobierno y en Barcelona lo oculta.
Mientras Sánchez hace de la debilidad virtud y extrae fortaleza de la flaqueza, Torra sigue aferrado como Ulises al palo de la nave catalana. Da igual el rumbo, da igual si se acerca o se aleja de Ítaca, la cuestión es no estrellarse contra los peligrosos escollos de la pérdida de la presidencia de la Generalitat por parte de los posconvergentes y sus allegados.
Sánchez se enroca. Rivera se enroca. Iglesias se enroca. El único que parece dar un respiro, si bien insuficiente, con la cesión de dos votos a cambio de Navarra es Pablo Casado. Entre tanta inflexibilidad, la generosidad del PP causa asombro. Dos gotas de agua en lo que se está convirtiendo en una penosa travesía del desierto.
En cambio, y paradójicamente, el independentismo se desenrosca. La traumática travesía del desierto puede acabar en claudicación, por lo menos aparente. La estrategia de la tensión propiciada por Puigdemont se adelgaza como un chicle convertido ya en hilillo a punto de quebrarse.
A diferencia de los contactos de Madrid para la investidura, todos fracasados, con resultado de retroceso en las posibles negociaciones, la reunión de Waterloo entre Mas y Puigdemont parece haber concluido en pacto. El exiliado a sus combativas labores exteriores y quien le nombró empuñando de nuevo las riendas de la política interior en su precarizado espacio.
No de otra forma se explica que Puigdemont haya tolerado que Mas dejara en fuera de juego a Quim Torra y Laura Borràs. En vez de competir con ERC desde un maximalismo menguante Mas se propone combatir con Junqueras en el campo del realismo. Lo está consiguiendo con la ayuda de los presos.
En Madrid se incrementa el son de los tambores de guerra pero en Barcelona se van apagando, no a favor de las trompetas de la paz pero sí de los flautines de la distensión.
SI ERC encontrara un modo de finalizar con la legislatura antes de que concluya el período de inhabilitación de Mas, incluso podrían los catalanes ser convocados dos veces a las urnas antes de fin de año, una a elecciones generales y otra a autonómicas, esta vez no plebiscitarias.
El retorno del bipartidismo
Par más inri, en aleccionadora conclusión provisional, más pronto que tarde podría convertirse en real una posibilidad que ya se entrevé. Sánchez enfrentándose a una investidura fallida de antemano -aunque nunca se sabe- con los únicos apoyos significativos de los nacionalistas vascos, independentistas o no, y de las dos formaciones del independentismo catalán. No el mundo entero pero sí España al revés.
Sánchez va a favor de la corriente de fondo que propicia un cierto retorno al bipartidismo. Rivera e Iglesias lo tienen mal. Casado podría consolidarse si los posibles nuevos comicios le proporcionan votos a cuenta de Vox y C’s. En cambio Sánchez podría obtener un triunfo pírrico si se limita arañar unos pocos diputados de C’s y otros pocos de Podemos.
En cambio, y tras no pocos tragos amargos, el independentismo podría recuperar una cierta unidad, por lo menos de acción, bajo la bandera del posibilismo cuyo lema podría ser: mientras estemos en España nos conviene que España se muestre lo menos hostil posible.
Hoy por hoy, las hostilidades se van concentrando en los partidos nacionales.