Hiperliderazgos políticos
La desmaterialización de la política viene determinada porque el concepto, las ideas o ideología del político está por encima de la realidad material de la obra
Hace unos años, el político francés Édouard Balladur publicó un crítico libro sobre la hiperactividad de Nicolás Sarkozy que lleva por título Maquiavelo en democracia. El ensayo censura la sobreexposición política de Sarkozy y su tendencia a entrar en todas las polémicas políticas, por nimias que fueran. El liderazgo del que fuera Presidente de la República francesa estaba basado en cuestionar la ley del mínimo esfuerzo y batirse en todos los campos de batalla política con el máximo esfuerzo y arrojo.
La prensa francesa lo caricaturizaba con la imagen de un nuevo Napoleón. Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido, en su etapa de alcalde de Londres también fue considerado como el paradigma de personaje político que necesita el conflicto para actuar y hacerlo con mucha energía. Johnson considera un referente político a Winston Churchill porque fue capaz de escribir unas memorias políticas compuestas de dieciséis volúmenes que le permitieron ganar el premio Nobel de literatura, ganar la Segunda Guerra Mundial, pintar e incluso realizar un jugoso ensayo titulado La pintura como pasatiempo.
Churchill escribió: “sería una verdadera lástima desperdiciar el tiempo libre del que disponemos arrastrándonos o agitándonos por el campo de golf o jugando al bridge, haciendo cerámica o simplemente holgazaneando”.
La historia política contemporánea se podría dividir entre los híper liderazgos, como el de Sarkozy, y los liderazgos tranquilos, como el de Angela Merkel. Los primeros están cada vez más asociados al populismo, como es el caso de Putin o de Trump; los segundos se asocian a una práctica más sosegada del poder. En España, desde la transición, solo Jordi Pujol, Felipe González y José María Aznar alcanzaron a tener la imagen de un hiperliderazgo capaz de construir ismos como el pujolismo, el felipismo o el aznarismo. Ahora, si exceptuamos a Isabel Díaz Ayuso, todos los políticos tienen una concepción templada de la política.
Alberto Núñez Feijoó, Pere Aragonès o Juanma Moreno no pretenden trascender, sino estar y mantenerse en el poder. El tono político está basado en la lentitud, el temor a los dados, el deseo del paseo y en evitar, sobre todo, verse obligados a correr. Los liderazgos europeos, incluido España, son cada vez más técnicos y menos autodidactas, más profesionales que amateurs. De la vanidad, que era el motor de los liderazgos del pasado, hemos pasado al recato en la actuación pública. Las estridencias del genio han sido sustituidas por los miramientos de los profesionales.
Destacar en política es señalado como pernicioso para el ejercicio público, mientras que el ocultamiento político abre ventanas de oportunidad para escalar en él. Antes, en los hiper liderazgos, la realidad de la obra hecha definía sus ambiciones, mientras que hoy son los conceptos y las ideas las que definen el éxito político. La desmaterialización de la política viene determinada porque el concepto está por encima de la realidad material de la obra, como ocurre en el arte conceptual. La razón por la que los ciudadanos no se sienten identificados con el político se puede deber al hecho de que ninguno de ellos está dispuesto a ser cogido por el toro; prefieren aplaudir desde el tendido que ser aplaudidos en la plaza. Este cambio de orientación de la política, que no está ni bien ni mal, debe ser tenida en cuenta para entender por qué los liderazgos políticos hoy son sospechosos y antes eran aplaudidos.