Helmuth Schmidt, el hombre al que Pujol amó, tan lejos de Mas
Jordi Pujol tuvo sus buenos momentos, no se piensen. Años en los que dirigía Cataluña y codirigía España, y ofrecía lecciones de política internacional. Amante de Alemania –estudió en la escuela alemana– Pujol siempre ha tenido dos grandes referentes, el democristiano Helmut Kolh, y el socialdemócrata Helmut Schmidt, fallecido este martes a los 96 años.
La figura de Schmidt es oportuna. Fue un político capaz, que batalló por encima de los intereses de su propio partido, a contracorriente. Fue responsable de las carteras de Defensa, Economía y Finanzas, y fue el canciller entre 1974 y 1982. No fue derrotado en las urnas. Fueron los liberales de Hans Dietrich Gensher los que apostaron por los democristianos, cambiando de bando. El beneficiado fue Helmut Kohl, que sería canciller a lo largo de 16 años.
Entre las grandes aportaciones de Schmidt figura la institucionalización de las cumbres europeas y la creación del sistema monetario europeo, el embrión de lo que acabaría siendo el euro. También quedará en los libros de historia sus acuerdos con la OTAN, para albergar en territorio alemán misiles de alcance medio, tomando partido en el conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Más amigo de los líderes conservadores del momento, como Válery Giscard d’Estaing o Gerald Ford –del francés no guardan buenos recuerdos los políticos españoles– Schmidt tuvo una máxima, la que le ha gustado siempre a Jordi Pujol: el liderazgo del que hizo gala, que, en ocasiones, rozaba con el autoritarismo, dejando en un segundo plano la unidad, un anhelo que siempre ha tenido la izquierda catalana.
Pujol, en octubre de 2010, en la presentación de un libro de memorias de Joan Rigol –todavía el soberanismo no era hegemónico– tomaba a Schmidt de referencia, recordando sus habituales lecturas de la prensa alemana. Y defendía la importancia de que los políticos fueran capaces de sacar adelante determinadas políticas, aunque la aplicación de éstas no les garantizara la reelección al cabo de cuatro años. «Schmidt consiguió sacar el país de la crisis, pero como lo hizo sin unidad lo sacaron. No fue un caso de unidad, fue un caso de liderazgo, y lo que da resultado en política es un buen liderazgo, y no necesariamente la unidad».
Llegados a este punto, el sucesor de Pujol al frente de Convergència, Artur Mas, se encontró este martes con la primera negativa para ser investido en el Parlament como presidente de la Generalitat. A Mas no se le podrá negar, como le recordó Miquel Iceta, determinación y capacidad de resistencia, pero en todos estos años no ha podido liderar el bloque independentista en su conjunto.
Le ocurrió en 2012, cuando adelantó las elecciones, con la esperanza de lograr una gran mayoría absoluta. Perdió 12 diputados. Y le ha vuelto a pasar en 2015, donde fue de número cuatro –¿liderazgo?– en una lista conjunta con ERC, con nada más y nada menos que 10 diputados para la CUP.
Ni unidad, ni liderazgo. Ni unidad del movimiento independentista, con un reto gigantesco como es el de romper un país para crear otro, ni liderazgo para conseguir que vuelvan a creer en él para seguir adelante. Muy lejos de Schmidt, y muy cerca de Jordi Pujol, porque por esa proximidad, precisamente, no le votará la CUP.
Descanse en paz el canciller.