Helena Herrero: el amargo derrumbe de HP

Ya no quedan directivos capaces de afirmar que la crisis es una oportunidad. Salvo algunas excepciones, como la de Helena Herrero, presidenta de HP España, hija espiritual de Juan Soto, aquel ingeniero humanista de la Complutense que regresó de una Fullbright para liderar desde Ginebra el desembarco europeo de la vieja Hewlett-Packard.

Soto es el origen de Herrero, como lo fue de Antonio M. Pérez (CEO de Kodak Mundial), Francisco Román (Vodafone), Belarmino García (Orange), Gabriel Cerrada (Dell), Alberto Mazagatos (Cisco) o Isabel Aguilera (Google o Telefónica), entre otros, que pasaron por sus manos y que completan el salón-comedor de los delicados “muebles Luis XIV”, mal distribuidos en la superficie abigarrada del tejido industrial español, echado a perder en brazos del ladrillo.

España, paraíso de la productividad rampante, es ahora mismo el escenario de una batalla laboral en HP, que Estefanía Oliver ha calificado de “western americano” en estas mismas páginas de ED. Un pack de medidas de ajuste para las filiales, Outsourcing y Consultoría y Aplicaciones, han puesto en pie de guerra a una plantilla que en su día fue un templo de la eficiencia. La crisis arrambla con todo. La competitividad de hoy se gana disminuyendo salarios e indiciando convenios lejos del IPC, como quiere hacer el Gobierno para el cálculo de las pensiones. Así cualquiera hace negocios; también, la brillante Helena Herrero.

Juan Soto, el gran antecedente, reinó entre 1966 y los noventa, la época de los cuatro jinetes de la banca americana (Bank of America, JPMorgan Chase, Citigroup y Wells Fargo) que junto a las marcas europeas, Deutsche, BNP o Barclays, dominan todavía hoy la energía, la química o la metalurgia mundiales.

Este enorme conglomerado, robustecido por la concentración de capital producto de la actual crisis, pasó en su día por las tecnologías de la información. Contempló desde arriba la batalla por la hegemonía entre IBM y Hewlett-Packard que arracimó negocios bajo la legendaria Glass Steagal, la ley Antitrust americana, cuya aplicación allanaría el terreno de la Tercera Ola, la de Microsoft y Apple.

El relevo empezó con una traición, la del ingeniero de HP, Stephen Wozniak, inventor de un prototipo de ordenador personal que no consiguió ganar la atención de sus directivos. Como es bien conocido, Woczniak se retiró y se asoció con Steve Jobs para fundar Apple. Para entonces, Soto escalaba hasta lo más alto; y, en 2002, tras la fusión HP-Compaq, pasó a desempeñar la presidencia de honor.

Los ecos de la Herrero resuenan estos días por las paredes de la sede corporativa de HP España. Al margen de la socorrida crisis-oportunidad, la presidenta de HP dijo no hace tanto que “tecnología, talento y un marco regulatorio adecuado son tres de los motores que impulsan la innovación, siendo la financiación el motor clave que hace posible la puesta en marcha de todos ellos”. Fue en un congreso de la APD, fiebre de media jornada y blanco del papanatismo intelectual más rancio.

Ella empieza su jornada laboral leyendo la prensa en su Tablet Elitepad. Confiesa su propensión al riesgo aprendido en una corporación con un Ebitda superior al de Coca Cola, Disney, Visa, o McDonald’s. Hoy, HP es fruto del Cloud, que permite nuevos modelos para ofrecer los servicios de las tecnologías de la información aportando flexibilidad y ubicuidad; del Big Data, que jerarquiza y estructura la información relevante del mundo digital; de la Seguridad, que protege de las ciberamenazas y, naturalmente, de la movilidad. Un discurso de premio, pero apremiante para su masa salarial española (8.000 puestos de trabajo) que no parece dispuesta a aceptar las condiciones laborales del coloso americano.

El origen de HP, el mito del garaje compartido en 1939 por dos ingenieros de Stanford, Bill Hewlett y David Packard, ha perdido su brillo cenital. Aquel garaje, ubicado en el 367 de la avenida Addison, en Palo Alto, California, que la viuda Spencer alquiló a los ingenieros, sigue siendo el cráter de una mitografía creada desde el ensueño; tan sibilina, como el árbol de Guernika o el escudo de Jofre. La tierra prometida ya no es el Silicon Valley, sino el Silicon Alley neoyorkino, refundado por las TI de nueva generación.

Entre 2008 y 2013, el mundo del valor añadido ha perdido su fulgor de otro tiempo. Los costes laborales unitarios son de nuevo el sujeto de la economía. Las aplicaciones modernas han comoditizado la inteligencia artificial. Los márgenes se angostan y la HP de Helena Herrero trata de reducir sus costes laborales para seguir en pie. El valor del trabajo sostiene el edificio doctrinal de la cacareada transferencia de tecnología.