Hay conflicto para rato
Putin puede mitigar o intensificar la destrucción, pero de ahí a controlar Ucrania media una distancia literalmente astronómica
Una vez adentrados en la fase aguda de la guerra, no hay que esperar soluciones ni a corto ni tal vez a medio plazo. No habrá alto el fuego, y si lo hay, va representar solamente un respiro para las martirizadas poblaciones pero no para las tropas de ocupación.
Sea cierto por completo o no, Zelensky ya ha advertido que no controla las milicias, lo cual es coherente con su llamamiento de resistencia hasta el final. Putin puede mitigar o intensificar la destrucción, pero de ahí a controlar Ucrania media una distancia literalmente astronómica.
Ocurra lo que ocurra en el maltrecho y valeroso país invadido, la partida iniciada por el sátrapa del Kremlin no tiene final a la vista. Él no cejará porqué dar marcha atrás significa la pérdida instantánea de lo que le puede quedar de autoridad y prestigio en su propio país.
Podría ser que lo depusieran o lo eliminaran los suyos a consecuencia de la dureza de las sanciones, y esta es tal vez la mejor de las opciones. Pero aún así, los cambios imprescindibles que se deberían producir en Rusia para que renacieran la confianza occidental y las sanciones dejaran paso a la colaboración no son ni fáciles ni pueden operarse de un día para otro.
Gran parte de las empresas y negocios de Europa y América instaladas en Rusia están renunciando a este mercado. Otras lo harán más pronto que tarde. Las actuales sanciones van a incrementarse. La UE se prepara para dejar de depender de los hidrocarburos rusos de modo progresivo hasta culminar la desconexión hacia el 2030. Al mismo tiempo, la dependencia energética europea disminuirá de manera acelerada gracias a un mayor hincapié en las renovables.
Estamos pues ante una gran operación que consiste en aislar a Rusia de Occidente. Esta vez, el telón de acero económico se construye desde este lado. Del mismo modo que levantarlo requiere de grandes esfuerzos y notables sacrificios, demolerlo no será coser y cantar. No es como, pongamos por caso, las sanciones a Irán, que pueden imponerse o aliviarse casi de un día para otro.
Estamos ante una gran operación que consiste en aislar a Rusia de Occidente. Esta vez, el telón de acero económico se construye desde este lado
Mientras, la guerra de Ucrania tiene todas las perspectivas de empantanarse y alargarse. Rusia puede ocupar incluso buena parte del territorio, pero la hostilidad de la población, incluida la rusófona y hasta hace poco rusófila, está garantizada por un largo tiempo. Una hostilidad que de va a manifestar en hostigamiento, sabotaje, francotiradores en posesión de armamento letal sofisticado, etc., y convertirá en imposible la pacificación del país mientras no se produzca la retirada completa de los efectivos militares rusos y el reconocimiento total de la soberanía.
Los desajustes, la inflación, las carencias en materias primas y cereales ya se hacen notar ante todo en Europa, pero por así decirlo, las neveras de los europeos seguirán llenas mientras las de los rusos se irán vaciando sin remisión, igual que sus armarios y sus bienes. Al mismo tiempo, las grandes fortunas de los oligarcas rusos, fundamento del sistema de poder montado por Putin, se verán seriamente afectadas.
La solución más sencilla, tanto para la población como para los grandes multimillonarios, consiste en eliminar a Putin y dar marcha atrás cuanto antes mejor. Algo sencillo de decir o proponerse pero bastante más arduo de llevar a la práctica. Como todos los dictadores, y hoy es ya uno de los más implacables, Putin se ha montado un sistema de seguridad personal bunkerizado que casi solamente se puede volar desde dentro mediante un atentado urdido por algunos de sus más cercanos colaboradores.
Ocurra lo que ocurra con Putin, está claro que su era declina y puede darse por finalizada, pero la agonía del sistema puede ser lenta y ocasionar nuevos y graves estragos. Siempre hay que tener cuidado con las fieras acorraladas, pero no hay otro remedio que correr este riesgo o ceder a sus ambiciones expansionistas y entregarle las llaves de Europa Oriental.
La era Putin declina y puede darse por finalizada, pero la agonía del sistema puede ser lenta y ocasionar nuevos y graves estragos
La esperanza está en el alma, en el sentir de los rusos, que se consideran y son europeos a todos los efectos. Como analiza Paul Krugman, Rusia no puede sobrevivir por sus propios medios, dadas las tremendas carencias de su industria. La alternativa al modus vivendi actual, suministro de energía y materias primas a Occidente a cambio de productos manufacturados, supone convertirse en socio, y en el fondo súbdito, de China. Así el gigante asiático se convertiría casi en el único cliente pero sobretodo en el proveedor exclusivo de los mercados rusos.
De manera inmediata, los rusos se están dando cuenta de que no pueden bastarse por ellos mismos, ni ahora ni en ningún horizonte razonable de futuro a su alcance. A medio y largo plazo, las opciones son dos y solamente dos. O socio fiable, pacífico y amigable de occidente o el ingreso en la órbita China.
Tanto a Rusia como a Europa y los Estados Unidos les interesa la primera opción. Por lo que se echa en falta una oferta en este sentido, una mano tendida bajo las condiciones de abandonar el imperialismo y democratizarse. Alemania, que lidera Europa, debería anunciar que reabrirá los gasoductos en cuanto Rusia se convierta en democracia. Téngase en cuenta que las sanciones sin zanahoria alimentan el resentimiento y pueden derivar en catástrofe.