¿Hay alguien en Madrid?
Quienes hemos acreditado de forma sobrada la indiferencia que nos produce el llamado proceso soberanista emprendido por algunas fuerzas políticas catalanas estamos legitimados para señalar que al otro lado, en el metafórico Madrid, no hay nadie al teléfono, nadie en la recepción.
La consulta, la pregunta y sus derivadas serán un tiempo perdido a decir de muchos. Un gesto político indispensable a decir de sus promotores, en cambio. Pero el órdago está lanzado, vivo, y en Madrid, como símbolo del Estado, como emblema de la política española, no existe liderazgo político con capacidad para plantar clara al liderazgo menor, quebradizo y coyuntural si se me permite, que emana de una parte de la sociedad catalana, incuantificada hasta la fecha pero ruidosa.
Nadie en Madrid asume el papel de defender la validez de una Constitución, de una historia en común y de un estado democrático que, con los ajustes que correspondan, parece mejor solución, más europea y global, que cualquier otra posible. Ni un político ni, por supuesto, un partido. PP y PSOE siguen definiéndose por oposición a los movimientos nacionalistas y más allá del Ebro se echa en falta un liderazgo de izquierdas o de derechas, o de ambos si cabe, con capacidad para generar ideas renovadoras y entusiásticas. Esa es hoy, muy posiblemente, la gran virtualidad del nacionalismo catalán que sí ha sabido ver la rendija por la que colar sus argumentaciones y tildar a unos pobres partidos sin rumbo de nacionalistas españoles.
Cuánto se echa de menos un abanderamiento pragmático como el de Adolfo Suárez, o uno ilusionante como el de Felipe González en tiempos, cuando fue capaz de echarse a la espalda un referéndum sobre la OTAN en un país de amplias preferencias antiatlantistas y antimilitaristas. El líder socialista lo propuso desde un partido de izquierdas, aguantó la presión que le criticaba la incongruencia y lo ganó.
Se ha criminalizado el Madrid político, pero no por la ausencia de ese liderazgo. Tampoco por la falta de visión estratégica estatal, sino por otras diversas razones. Es algo que el nacionalismo catalán ha utilizado en estos últimos años, a la vista de las ausencias que detectaba enfrente. Si algo han sabido hacer bien CiU y ERC es aprovechar el deterioro de los dos grandes partidos de la centralidad española. En otro momento, sin una crisis galopante como la actual, con un partido y/o un líder fuerte y con carisma se podía incluso convocar un referéndum. Una consulta que aclarara de forma democrática la inviabilidad de los deseos, de las ansias de un grupo aún reducido de catalanes que está causando una niebla política que tapa todo lo sustantivo que está situado justo detrás. Sería un descanso para una generación, a la que nos ha tocado vivir este sinvivir constante.
La lástima es que en el Madrid político hoy no hay nadie al teléfono, nadie en la recepción, nadie en una mesa para negociar. Y eso, créanme, no beneficia ni aquí ni allí, sino que perjudica a todos por igual.