¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?
Es obvio que tomo prestado el título del primer discurso de las más célebres intervenciones e Cicerón, todas ellas pronunciadas hace casi veintidós siglos en el senado romano.
Pienso que las catilinarias vienen muy a cuento en estos momentos que vivimos. En Cataluña, en España, en Europa y en todo el mundo. Porque hemos superado con creces los límites de todo abuso.
Los abusos de los poderosos sobrepasan ya con mucho todo cuanto es soportable. Conviene recordar ahora, cuando tanto se escucha y lee acerca de los llamados paraísos fiscales, que para que exista un paraíso -¡y cuántos paraísos fiscales hay en el mundo globalizado de nuestros días!- es forzoso que exista un infierno. Por desgracia son muchos los infiernos actualmente existentes.
Infiernos de miseria, de empobrecimiento sistemático, de desigualdad y sufrimiento. Con miles de millones de seres humanos concretos, de miles de millones de personas con sus propios nombres y apellidos, con sus rostros y sus cuerpos, con sus corazones a punto de explotar. De miles de millones de seres humanos, cada uno de ellos con su propia e intransferible historia personal.
Encontramos por doquier estos infiernos que alimentan a los siempre insaciables paraísos fiscales. Los encontramos en los infrahumanos centros en los que son concentrados los refugiados que huyen de las guerras de todo tipo, no solo de las hechas con bombas, misiles, disparos, torturas, detenciones y otras atrocidades, sino también de las implantadas por el terror, todo tipo de terror, el del criminal terrorismo así reconocido y también por el no menos criminal terrorismo de quienes imponen el hambre, la desnutrición o la miseria.
Pero encontramos también estos infiernos en nuestro mundo de cada día. Porque para que los paraísos fiscales puedan existir es preciso que las desigualdades económicas y sociales aumenten también aquí, en nuestro propio entorno. Es necesario que la clase media poco menos que desaparezca, que caigan en la miseria quienes hasta ahora eran simplemente pobres, que se imponga la precarización de los puestos de trabajo, que los salarios lleguen apenas ya a la simple supervivencia.
Sucede en el mundo entero. También en Europa. También en España. También en Cataluña. Y lo peor es que, de un modo u otro, todos lo sabemos. Pero sobrevivimos adormecidos, sometidos al peor de todos los estupefacientes que existen, que no es otro que el de soñar como estúpidos -¿qué es, en verdad, un estupefaciente, si no un fabricante de estúpidos?- con un paraíso inalcanzable. Mientras unos pocos, poquísimos, viven en sus paraísos fiscales que nuestros infiernos hacen posibles.
¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?