Hacia una nueva cultura de pactos
Así como la irrupción de la TDT, la televisión digital terrestre, provocó en su día la fragmentación de la audiencia televisiva de modo que se hizo casi imposible que un solo canal superase un 20% de cuota de pantalla, salvo en acontecimientos muy especiales, el descrédito de la política en general está dibujando un mapa cada vez más troceado de la representación electoral en el que seguramente ningún partido logre superar el 40% de los votos, aunque gane las elecciones que se hubieran convocado. En Andalucía, el PSOE sólo lo ha conseguido en dos circunscripciones: Jaén y Huelva.
En ese escenario, forzar por ley o mediante un pacto entre los dos grandes partidos que el gobierno del país, de un ejecutivo autonómico o local sea sistemáticamente para la lista más votada pierde sentido si es que alguna vez lo tuvo. Un gobierno en manos de la lista que obtuvo el 40% del escrutinio no fortalece más a un régimen democrático que si el poder lo detenta un acuerdo del otro 60%.
Al contrario, el acuerdo que pretende el PP para que, al menos, el PSOE se sume a un pacto de modo que gobierne siempre la candidatura más votada no deja de ser otro pacto más pero para que no gobierne una mayoría alternativa que pudiera constituirse.
Caminamos, a tenor de los resultados en Andalucía y lo que pronostican los sondeos, hacia parlamentos, consejos, más plurales, con una mayor representación de fuerzas políticas. Así lo quiere la sociedad, que distribuye su voto entre un abanico mucho más amplio de propuestas por diversas razones, entre ellas la del desprestigio de los dos grandes partidos. Pretender maniatar esa realidad con acuerdo a priori de gobierno es como poco una proposición oportunista y poco respaldada socialmente.
El electorado desea más opciones e insatisfecho con la oferta actual ha premiado a partidos con una corta trayectoria y que deberán demostrar la validez y coherencia de sus planteamientos. Y esa mayor fragmentación del arco político obliga necesariamente a pactos, a veces complejos, para llevar al gobierno de las instituciones mayorías estables y con capacidad suficiente de liderazgo durante una legislatura.
En la historia de las democracias en Europa ha habido gobiernos que se han sustentado en mayorías parlamentarias de muy difícil construcción pero que han resultado increíblemente eficaces. Una nueva cultura de pactos que se base realmente en programas de gobierno más que en un mero reparto de poder puede ser perfectamente explicable a los votantes de las diferentes formaciones que participen en esos acuerdos de gobierno. Cuando se justifica con claridad qué se cede a cambio de qué, cuando se hace una ejercicio profundo de transparencia, los pactos de gobierno no tienen por qué ser contra natura, sino que al contrario los electorados suelen entender sin problemas las razones de esas negociaciones y sus objetivos. Lejos de limitar la calidad de la democracia, normalmente los pactos de gobierno, si se hacen bien, generan cultura política de consenso y una pedagogía muy sana.