Hacia el post-procés

El procés para la eventual independencia de Cataluña se aproxima imparable a su desenlace. La movilización política en torno a los juicios al president Mas, la vicepresidenta Ortega y la consellera Rigau será esencial para determinar la correlación de fuerzas exacta entre unos y otros. Creo que es objetivo político inmediato del Govern catalán caminar de la mano de una amplia y rotunda respuesta popular a los juicios y de la convocatoria avanzada del referéndum, hacia el conflicto político final. Se verá.

El presidente Puigdemont y el vicepresidente Junqueras saben hoy que no les queda más remedio que fiar la suerte última del procés a un arriesgado grado de reivindicación indignada de sus bases electorales. Son conscientes que no habrá procés en el ámbito del diálogo, de la negociación y del acuerdo o del desacuerdo. Esa expectativa está, definitivamente, arramblada. No hay esperanza alguna.

En una etapa prerrevolucionaria como la actual, solo la intensidad del manido choque de trenes y la fuerza de los contendientes pueden determinar el desenlace del ya largo procés. Un final que contemplamos repleto de problemas y dificultades graves.

Con la excepción de la CUP, este escenario no satisface a nadie. Más bien, incomoda a todos. Pero sostengo que los independentistas catalanes han decidido que no hay alternativa, que no hay vuelta atrás. Nos precipitamos a una situación de crisis institucional profunda y el resultado de la misma es, ciertamente, imprevisible.

Para convocar el referéndum, el parlament de Cataluña debe aprobar las tres leyes de desconexión. Es difícil impulsar una consulta sin el viso de legalidad que las leyes votadas en sede parlamentaria pueden pretender justificar. Todos intuimos que no habrá referéndum acordado. Muchas personas creen que con las leyes de desconexión o sin ellas, no habrá un referéndum legal y quizás, no tantas, sospechamos que el fracaso de la convocatoria de la consulta – imposible de materializar- será el acto final del procés. Sin referéndum celebrado habrá que cambiar de orientación política. Sin eufemismos: cambiar de política quiere decir rectificar.

No hay estrategia del Govern catalán para sostener un escenario alternativo e implementar un Plan B o uno C. Con el enfrentamiento que se producirá- desconocemos el alcance y la peligrosidad del mismo- la crisis está, fatalmente, servida. En función de la resolución de la misma, se tantearán opciones que ahora preocupan a todos y, lamentablemente, ocupan a pocos.

Habrá que admitir, no obstante, que hay algunos, intensamente, dedicados a condicionar determinadas respuestas. Si el desenlace se aproxima al que describo, el periodo electoral que, inevitablemente, se abrirá habrá que situarlo en el mundo del post-procés.

Cuando, como solución, las elecciones se realicen, el mapa político catalán experimentará cambios notables y es aquí donde Lliures aspira a ser – con fuerza- un nuevo partido catalanista, liberal y humanista para el post-procés.