Hablemos de tasas y becas
Otro curso universitario finaliza. Parece que a muchos ya se les ha olvidado que miles de estudiantes, ahora en verano, tendrán que trabajar duro y hacer malabarismos para poder continuar o iniciar sus estudios universitarios en septiembre.
La escasez y mala distribución de las becas, los bajos sueldos, la manifiesta incompatibilidad horaria, el alto nivel del coste de vida, la falta de alternativas a los estudios superiores universitarios y, sobre todo, las elevadísimas tasas, son algunos de los elementos que contribuyen a la creación de barreras económicas en el sistema universitario, de modo que el elitismo, cada vez más, se está instaurando en las aulas. Pero, ¿los demás países europeos se hallan en una situación similar? Veámoslo.
Según el National Student Fee and Support systems in European Education (cuya traducción vendría a ser Estudio del Sistema de Financiación al Estudiante en los Estudios Superiores en Europa) del curso 2014-15, publicado por la Comisión Europea, España está entre los 10 países que tienen el precio del grado más caro y entre los que menos becas ofrecen a sus estudiantes.
Tal y como podemos observar en la tabla elaborada a partir de algunos de los datos obtenidos, en países como Dinamarca, Alemania, Finlandia, Suecia o Noruega no hay tasas universitarias, ello significa que los estudios universitarios de primer y segundo ciclo son completamente gratuitos.
Además, en dichos países se complementa la gratuidad con la asignación de becas a los estudiantes en base a criterios de necesidad, exceptuando Alemania que cuenta también con un sistema de becas según criterio meritorio. En Dinamarca y en Finlandia, casi la totalidad de los estudiantes están becados, siendo la asignación de una media de 2.300 euros anuales y existiendo complementos económicos para aquellos estudiantes que vivan independizados.
Por otro lado, encontramos países en que el precio de los estudios es igual o superior al español. Países Bajos o Reino Unido son dos ejemplos. No obstante, el sistema de becas está por encima del español, en cuanto a cuantía y a porcentaje de estudiantes que las reciben. Mientras que en España sólo un 27% de los estudiantes pueden beneficiarse de una beca, en Reino Unido, dicho porcentaje asciende hasta el 56% y en Países Bajos hasta el 76%, siempre teniendo en cuenta el criterio de necesidad.
Un sistema de becas sólido, equitativo y justo permite que muchos más estudiantes puedan acceder a los estudios superiores, eliminando las barreras económicas y estableciendo una igualdad entre alumnos.
En España, el precio de los estudios depende de cada comunidad autonómica, pues éstas son libres de fijar, mediante decreto, los precios que crean convenientes siempre y cuando se respeten las horquillas previstas en la Ley Orgánica de Universidades en relación al importe que deberán abonar los estudiantes.
Así pues, un año de estudios (60 créditos ETCS) en Cataluña –una de las CCAA con los precios más altos– cuesta entre 1.516€ y 2.371 euros, dependiendo del grado escogido, mientras que en Galicia –una de las CCAA con los precios más bajos– cuesta 591 euro. Si a ello le añadimos que sólo el 27% de los alumnos reciben algún tipo de beca, sobre todo en comunidades autónomas como Cataluña o Madrid, se instaura la desigualdad, la dificultad para poder abonar el precio de la matrícula o el no poder acceder a la universidad.
Este pequeño estudio comparado nos sirve para dilucidar que España se halla a años luz con respecto a otros países en lo que a precio y becas de estudios superiores se refiere. Son los estudiantes los que sufragan una importante parte de los costes de sus estudios y no el Estado, tal y como sucede en otros países.
Ni el Gobierno central ni los gobiernos autonómicos consideran prioritaria la formación de nuestros jóvenes; todo ello sin entrar en debates como el modelo 3 2, la escasa potenciación de la Formación Profesional (FP) o el maltrecho mercado laboral juvenil.
Si queremos ofrecer una solución a este problema, quizás deberíamos comenzar por mirar qué sucede más allá de nuestras fronteras e intentar reproducir, paulatinamente y con el cambio de cultura que ello conlleva, los modelos educativos que funcionan mejores que el nuestro.