Habemus presidente

Aunque no lo buscara de manera ‘ex profesa’, a Pedro Sánchez le ha venido muy bien la disputa con Podemos y la amenaza de repetición de las elecciones

Al final, desenlace extraño pero positivo. Los dos tahúres se han levantado de la mesa de juego y, sin saludarse, se han ido cada uno por su lado. El final puede parecer ambiguo pero no lo es: Habemus presidente.

Sánchez e Iglesias han destapado sus últimas cartas. En una pone coalición, en la otra tú no. Vale. Vale. Sí a la colación. Veto validado por el vetado. Donde dije digo me la envaino. Dadas las circunstancias, es un buen acuerdo.

Si PSOE y UP no han cerrado el acuerdo al 100% ni se han dado la mano

Aunque tampoco parezca un acuerdo, ya que persiste el suspense, de eso se ha tratado, de salvar el escollo principal, o sea el único. Sánchez quería ser príncipe, no copríncipe. Iglesias escondía su carta de vicepresidente tras el comodín de la coalición. Se ha quedado con la coalición y sin la vicepresidencia. Pocas fotos, poco margen.

Si PSOE y UP no han cerrado el acuerdo al 100% ni se han dado la mano o hecho una selfie, es a causa de la inquina personal mutua que siempre les ha definido. También porque a ambos les convenía tomarse la medida y alargar la partida.

Al final, después de ir levantando la patita aquí y allá, los dos se han dado por satisfechos con el territorio marcado. Casi todo el jardín para el macho alfa. Un rinconcito apañado para el cachorrillo.

Como en toda negociación, ambas partes han cedido en algo esencial. El paso del gobierno de colaboración al de coalición es fundamental. El presidente no gobernará como si tuviera mayoría absoluta.

Quien mire a Europa en busca de países comunitarios con gobierno monocolor va a encontrar muy pocos, casi todos de escasa importancia

A cambio, Iglesias no va a sentarse en el banco azul del gobierno. El ejecutivo tendrá una cabeza visible, no dos. Pero Podemos tendrá ministros, no mindundis en cargos subalternos. Habemus presidente. Habemus coalición.

En este capítulo, España entra por primera vez en la normalidad europea. El parto ha sido largo y la condición de excluir al líder del segundo partido es algo raro, muy raro, pero en fin, va a ser una coalición con casi todas las de la ley.

Quien mire a Europa en busca de países comunitarios con gobierno monocolor va a encontrar muy pocos, casi todos de escasa importancia. Para España, se trata de un cambio de cultura de enorme alcance y sin vuelta atrás.

El mundo avanza hacia la complejidad. Cuando se cruzan ciertos umbrales, el retorno al simplismo del ordeno y mando se vuelve más difícil.

El ingreso en el reino de la coalición va a tener repercusiones al  otro lado del espectro político, dicho sea de paso. Vox querrá entrar en los gobiernos de PP y C’s, estará en su derecho y no se lo van a poder negar, con lo cual los resquemores que levante la coalición de izquierdas van a quedar equilibrados con los temores hacia la extrema derecha gobernando en consistorios y comunidades.

La investidura no está votada pero ya no hay tiempo ni excusa para echarse atrás. Lo que queda pendiente, si Podemos propone y Sánchez nombra, o si Sánchez nombra aunque Iglesias prefiera otros nombres, no llega ni a excusa para mantener la tensión.

De modo que, si casi todo el mundo retiene el aliento como si el final de la película no estuviera cantado, no es por falta de inteligencia deductiva sino por pereza de reorientar los focos e iluminar el último tramo, el más desagradable para todos. Consiste en las abstenciones en positivo de partidos independentistas.

Aunque no lo buscara de manera ex profesa, a Pedro Sánchez le ha venido muy bien la disputa con Podemos y la amenaza de repetición de las elecciones. Si desde el primer momento el PSOE y Unidas Podemos hubieran firmado un acuerdo, llevaríamos semanas con la matraca de que España no se puede gobernar con los votos, ni siquiera las abstenciones, de los antiespañoles.

Ahora ya casi no hay tiempo para otra cosa que no sea minimizar dichos votos y abstenciones. Lo principal, que no se repitan elecciones, ya se ha logrado. El mismo Sánchez, que se está volviendo cada vez más cuco, se ha encargado de explicitar por activa y por activísima que no quiere votos de los malos, que no los desea, y que no piensa pagar el menor precio por ellos -como Ada Colau con los de Valls-.

Habemus presidente, no programa

Que si al final los obtiene, será porque la derecha es tan perversa y poco patriótica que le obliga, no a depender de ellos, porque menudo es él para no aplicar un nuevo 155 si la ocasión se presente, pero sí a ser investido gracias a ellos.

Llevará el oprobio con dignidad, por lo menos durante un tiempo. Luego, si la presión ambiental afloja y los independentistas siguen portándose bien y se abstienen tanto de fastidiarle como de armar jaleo, más aún si despojan a Torra y sus ya escasos fieles de su capacidad de influencia (ya la tiene escasa), y si la derecha ahonda sus divisiones, entonces ya veremos.

Habemus presidente. No programa. Tendremos gobierno, no indicios suficientes de los caminos que va a tomar. Disfrutaremos de una legislatura con la estabilidad más aparente que real.

Si alcanza su ecuador sin grandes sobresaltos ni encontronazos, Sánchez pasará a la historia como un estadista aunque sólo sea un funambulista. Un excelente funambulista, eso sí.