Guerra en el PP, Casado pierde o pierde
La contienda por la presidencia del PP madrileño solo debilita el liderazgo de Casado, más aún cuando la popularidad de Ayuso la encumbra y blinda para protagonizar futuros asaltos por el poder
O victoria Pírrica o derrota que agiganta a la rival. Gane quien gane, perderá Pablo Casado. Por si alguien no lo recuerda, Pirro, rey del Epiro, territorio griego vecino a Macedonia, desembarcó en el sur de Italia con su bien pertrechado ejército, incluidos los tal vez primeros elefantes que pisaron suelo latino. Doblegó a los romanos .
Sin embargo, lejos de ceder, cada vez que era humillada en el campo de batalla Roma enviaba un nuevo ejército mientras el de Pirro iba menguando. Hasta que, al ser felicitado por sus oficiales tras el enésimo y costosísimo triunfo exclamó “otra victoria como esta y estoy perdido”.
Algo así resulta esta guerra para un Casado que jamás debió haberla emprendido o tolerar a su estado mayor que la librara por él. Porque todos se la juegan, pero desde luego, sea cual sea el resultado, el jefe quedará tocado y se verá obligado a cortar cabezas en lo que quede de Génova a fin de intentar reforzarse culpando a otros de su propio y monumental error.
La batalla por Madrid
Antes de emprender esta crucial por insensata batalla, Casado estaba en su mejor momento. Reforzado en Valencia, sin enemigos en casa, con no pocos sondeos a favor, podía por fin ocuparse de sus dos principales obligaciones: resolver el espinoso asunto del poder judicial, lo cual hizo a medias, y dedicarse a liderar la oposición presentándose como alternativa a Pedro Sánchez, pero la guerra de Madrid ha interrumpido la labor justo en su comienzo.
El Gobierno de coalición respira de nuevo. Los enfrentamientos entre ministros no impiden sacar adelante los presupuestos. Miel sobre hojuelas, el PP se dedica, no a rifirrafes de poca monta sino a una auténtica guerra por la hegemonía entre sus dos máximas figuras que hace palidecer las disensiones en campo contrario, ya que siempre disponen de un árbitro, el presidente del Gobierno cuyas decisiones resultan incontestadas.
Ayuso, en cambio, desafía a Casado. Palabras mayores, ambición desbocada, estrategia milimetrada. Madrid como campo de batalla favorable a la presidenta de la comunidad. En vez de apoyar las aspiraciones de Ayuso y cederle el partido, intenta debilitarla con el único propósito de maniatarla. Tarea imposible. Ayuso es mucha Ayuso pero Casado no es tanto Casado. Y menos que lo será en poco tiempo.
Casado solo pierde
Veamos. Si gana Casado, será a costa de un duro desgaste que le va lastrar el resto de legislatura. Por el contrario, si Ayuso le derrota, habrá sufrido una tremenda humillación de la cual solamente se recuperaría si un no predecible hundimiento de la izquierda le catapultara a La Moncloa por arte de birlibirloque.
En cambio Ayuso saldrá reforzada de la contienda en cualquier caso. Aunque pierda, o se retire a tiempo con una paz fingida que no sería más que tregua, no queda eliminada como rival de Casado, que es de lo que se trata. Ni siquiera debilitada en tanto que icono político capaz de unir a la derecha y arrastrarla tras de sí.
Aún perdiendo esta partida contra el aparato del partido, que no contra la militancia. Ayuso estaría en condiciones de ganar, incluso por KO, en un segundo enfrentamiento. O sea que, a diferencia de los de Pirro, los elefantes de Casado lejos de pisotear, espantar y poner en fuga al enemigo, han convertido Génova en una cacharrería.
Esta guerra no es sino el preámbulo de otra que, según el calendario electoral previsible, va a tener lugar tras los comicios de 2023 si el malvado tío Frankenstein vuelva a situar a Pedro Sánchez en La Moncloa. En este caso, calculan en Génova, si Ayuso no manda en el PP de Madrid, no dispondrá de fuerzas para enfrentarse al líder.
Como si de eso se tratara. Cuando Rajoy decidió proseguir en vez arrojar la toalla tras su primera e inesperada derrota, se procuró en primer lugar el apoyo de los líderes regionales, empezando por el entonces muy poderoso presidente valenciano, el trajeado Francisco Camps.
En esta futurible ocasión, las cosas van a ser muy distintas. Tenga o no tenga poder en la dirección del partido, Ayuso lo tendrá ante la militancia. Más aún entre el electorado. Algo así como Trump, pero con más experiencia, una base de poder y numerosos apoyos en el exterior del partido.
La plana mayor de Casado calcula que una victoria en Madrid bunqueriza al jefe ante cualquier aciaga eventualidad. Nada de eso. Rajoy derrotó a Zapatero y si Casado desaloja a Sánchez de La Moncloa de poco le valdrá esconderse en su refugio.
En las manos de Ayuso estaría de todos modos la continuidad o defenestración de Casado. Le bastaría con sentenciar que es un perdedor recalcitrante para encabezar una rebelión, interna o externa, da lo mismo, para canalizar en su favor toda la rabia y la frustración de las derechas hispanas y convertir a Casado en chivo expiatorio de una derrota que con ella hubiera sido victoria.
Pero tal vez no hará falta adelantar escenarios. A poco que los sondeos que hasta el momento tanto le aúpan empiecen a languidecer, la estrella de Casado se dirigirá hacia el ocaso mientras la de Ayuso montará por oriente. Esta es su gran ventaja. Solamente puede quedarse quieta o ascender. Casado lo contrario, cuando más y más belicosamente se mueva, más descenderá.