Greta Thunberg y el ecologismo como religión
El ecologismo es una ideología substitutoria que toma cuerpo en una utopía negativa y que tilda al disidente de reaccionario, liberal e iletrado
Reparen en el título. El artículo no habla de la ecología, una ciencia, sino del ecologismo, una movimiento e ideología que –prepotente como es– se considera a sí mismo como el único sistema global de interpretación del mundo capaz de crear un contramodelo social que, afirmándose científico, quiere organizar las relaciones entre sociedad, biología, economía, cultura y política.
Ustedes son unos biocidas
El ecologismo –anatemas, reprobaciones, reprimendas– puede catalogarse como una religión o iglesia más dotada de una determinada doctrina con sus dosis de iluminación, revelación, dogmatismo profetismo, sacralización, maniqueísmo, virtuosos y pecadores, absolutización, ortodoxias y heterodoxias, moralismo y milenarismo.
Un ecologismo cuya última ratio –con independencia de lo que afirma la ecología: el ecologismo y la sociedad del espectáculo que le acompaña son el peor enemigo de la ecología– se encuentra en un cientificismo moralizante que conoce con exactitud la existencia del Bien y el Mal. Un pensamiento prêt-à-porter –con frecuencia, reaccionario y preindustrial– que tiene respuesta para todo y para todos y todas.
Un ecologismo que no admite la refutación de sus postulados bajo amenaza –“eres un biocida”, dice sin conceder al Otro el derecho a la legítima defensa– de excomunión política, social, ideológica, científica y moral. Un fundamentalismo que cree en la existencia de la maldición bíblica olvidando la capacidad de innovación y adaptación del ser humano para salir del atolladero.
Comunismo homeostático
Efectivamente, hay algo más. El ecologismo es una ideología substitutoria que ocupa la vacante dejada por la quiebra de los llamados relatos emancipatorios. Es decir, la ideología socialista y la comunista. El ecologismo –como sus predecesores difuntos– ya ha definido “un nuevo ideal emancipatorio” que permita “cambiar la vida y transformar la sociedad” previa constitución de una “nueva conciencia crítica”.
El ecologismo –un lobby en toda regla–, con la inapreciable colaboración de una izquierda que necesita retomar la cruzada anticapitalista y antiliberal después de la caída del Muro y el consiguiente triunfo del capitalismo y el liberalismo, es la representación por excelencia del pensamiento único de nuestros días. Una policía de la opinión.
Son muchas las propuestas y programas que, de Greenpeace a Podemos pasando por Ecologistas en Acción, el 15-M y asimilados, permiten detectar la vocación substitutoria del ecologismo.
Puestos a elegir, saquemos a colación un artículo de esa inquietante portavoz autorizada del activismo ecologista que es Greta Thunberg.
Anoten: “Al fin y al cabo, la crisis climática no afecta únicamente al medio ambiente. Es una crisis de derechos humanos, de justicia y de voluntad política. La han creado y alimentado unos sistemas de opresión coloniales, racistas y patriarcales. Hay que desmantelarlos” (Por qué volvemos a hacer huelga, distribuido por Project Syndicate y publicado por diversos medios durante la última semana de noviembre de 2019).
Obvio: Greta Thunberg arremete contra el sistema capitalista. Como Greenpeace, Podemos, Ecologistas en Acción, el 15-M y asimilados. El capitalismo liberal es el adversario, o enemigo, a “desmantelar”. El capitalismo liberal o el Mal a erradicar.
Antología de textos: “el capitalismo rueda vertiginosamente hacia la destrucción de este planeta”, “el socialismo es la única esperanza que le queda a la humanidad para parar los pies al capitalismo”, “los poderes económicos han optado por seguir adelante con este modelo suicida”, “no tenemos un planeta B”, “existimos para denunciar a criminales medioambientales y desafiar al gobierno y las empresas”, “autogestión económica y autoabastecimiento”, “igualitarismo” (Fuente: Educación para la ciudadanía, Greenpeace, Podemos, Ecologistas en Acción, Reacciona, Actúa).
¿Una alianza implícita entre el ecologismo y el capital? Mejor así
Casualmente, las embestidas y alternativas al “modelo suicida” capitalista y los “sistemas de opresión” se asemejan a un trabajo premonitorio. En 1975, Wolfgang Harich publicó ¿Comunismo sin crecimiento?, ensayo que impulsó un debate de cierta relevancia.
El filósofo, impresionado por la lectura del Informe del Club de Roma titulado Los límites del crecimiento (1972), que hablaba de las tendencias que ponían en peligro el futuro de la Humanidad, propuso el llamado “comunismo homeostático”.
La teoría: la actualidad del comunismo “se deriva de la universal crisis ecológica que enfrenta a toda la Humanidad con la posibilidad de llegar en el plazo de pocos decenios a su total autodestrucción”. Objetivo: “lo esencial es que el homo sapiens sobreviva” y “la primacía es la conservación de la biosfera”. Por eso, “la producción ha de adaptarse a las exigencias de protección de la naturaleza y la política ha de actuar como juez”. ¿Les suena?
La práctica: un “comunismo homeostático” –autorregulado y sin crecimiento– fundamentado en medidas “rigurosas y globales” como la propiedad social y la planificación del Estado con el objeto de lograr “raciones iguales entre individuos”.
Elemental: el feminismo y la mujer tienen un papel determinante frente al “apocalipsis”, porque han “aprendido a sortear el poder omnímodo y a defender a los débiles” y han mantenido una “relación atenta y conservadora con la naturaleza”. ¿Les suena?
Wolfgang Harich concluye con un par de máximas: una de Rousseau (“¡Vuelta a la Naturaleza!”) y otra de Marx (“De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”). ¿Les suena?
Cabe añadir que Wolfgang Harich se inspira en el movimiento de la Conspiración de los Iguales (1796) y el Manifiesto de los Iguales (1795) de un François Babeuf que proclama que “la naturaleza ha dado a todos los hombres el mismo derecho a gozar de todos los bienes”. De ahí, la expropiación de la propiedad que reivindica el paleocomunista francés en beneficio de la propiedad comunal.
El capital también descarboniza
Efectivamente, todavía hay algo más. El movimiento ecologista juega el papel del integrismo útil que favorece los intereses de una serie de lobbies de la descarbonización –empresas, entidades financieras y aseguradoras– que también apuestan por la transición energética. El capitalismo y el capitalista –¡mira tú por dónde!– como terapia ecologista. ¿Una alianza implícita entre el ecologismo y el capital? Mejor así.
No vean nada malo en ello. Todo lo contrario. Gracias a las presiones del movimiento ecologista, la iniciativa privada ha constituido entidades como la Alianza Europea de la Electrificación, la Asociación de Empresas de Energía Eléctrica o el Grupo Español para el Crecimiento Verde.
En dichas entidades participan sociedades como Endesa, Iberdrola, Viesgo, Naturgy, EDP, Acciona, Bankia, BBVA, Caixabank, Enagás, Ferrovial, Sacyr o Mapfre. El lema: “La Economía Verde es fuente de crecimiento y prosperidad”.
Menos ecologismo y más ecología
Otra prueba más de las bondades de un capitalismo que, en la línea de Adam Smith –recuerden la teoría del interés del carnicero del economista escocés–, se caracteriza por satisfacer las necesidades del ser humano. Por interés, claro está. Pero, ¿acaso el interés y el afán de lucro –de todos y todas– no mueven el mundo?
Ítem más: parte del ecologismo tiene el apoyo moral y económico de conocidas instituciones mundiales. Así, la European Climate Foundation, que promociona políticas energéticas y climáticas que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero, recibe ayudas de Bloomberg Philantropies o Rockefeller Brothers Fund, relacionadas con las finanzas internacionales.
No en balde Adam Smith, en su Teoría de los sentimientos morales (1759), muestra que el hombre establece vínculos de solidaridad y ayuda mutua con sus semejantes. ¿Quién se queja de un capitalismo que invierte en la sostenibilidad del planeta? Un capitalismo –unas empresas– que, por cierto, patrocina la Cumbre del Clima de Madrid.
No es el clima, es la política
Más allá de la mística, el ecologismo se caracteriza, fundamentalmente, por ser una ideología substitutoria –no es el clima, es la política– que toma cuerpo en una utopía negativa –de izquierdas, dicen– y que tilda al disidente de reaccionario, liberal e iletrado.
Una peculiaridad del movimiento ecologista: se autolegitima y autoverifica –dentro del mismo todo vale y fuera del mismo nada vale– con un discurso y una actitud que lo convierten en la reencarnación de los viejos inquisidores y en el heredero natural del integrismo progresista. Ese smog que todo lo contamina. Menos ecologismo y más ecología.