¡Gracias crisis! Ojalá dures un poquito más
Sí, ya sé que algún lector pensará que el gin-tonic que estoy tomando me ha subido un poco más de lo debido. Pero no se preocupen. Con unas noches tan frías e intempestivas, un invierno de los de antes, como diría mi abuela de casi 100 años, el tiempo para la reflexión pensando en un futuro mejor para nuestros hijos está libre de penas.
La verdad, hace meses que pienso en clave de futuro y el presente lo doy por un período en extinción. Una etapa de limpieza profunda en la hemos de caer más abajo para eliminar todo lo nocivo de estos años. La ebullición de la corrupción política no generalizada, pero sí general, es uno de los primeros logros de la crisis. Antes nos la “podíamos permitir”, entiendan el entrecomillado, ahora es sencillamente la constatación de la humillación como sociedad.
Este período lo empezamos con el mago Millet –cuantas cosas tendrá aún bajo la chistera– , seguimos con medias piezas de todos los colores, y creo que no acabaremos aún con Luis Barcenas. Seamos francos. Si no fuera por la crisis algunos chorizos seguirían andando por sus campas, y lo peor: a muchos les parecería hasta bien. Pero eso es sólo el principio, aún deberíamos ver más cosas.
En la política toca una regeneración profunda. Pero no se equivoquen, los grandes cambios se hacen desde dentro. Ya paso en la extinta URSS que fue “destruida” –por suerte, ya que los regímenes que no permiten el libre movimiento ni la libertad de opinión deben ser extinguidos– por gente como Mijail Gorbachov o Boris Yeltsin, no por oportunistas de última generación. Esos que por aquí tenemos últimamente a patadas. La verdad es que mirlos blancos se ven aún pocos y eso significa que aún falta tiempo de crisis.
Pero en las empresas toca también una regeneración. La transparencia debe ser la base de una compañía. Junta a ella la ética, y aspectos más mundanos como la total internacionalización –clientes en cualquier país en un mercado global– y la base tecnológica. En el mundo de la gran empresa –nada que ver con una pyme y más cercana todavía a los ministerios– hay mucho camino que recorrer. Es impresentable que aún funcionen apaños como los precios pactados de gremios como las gasolineras, o detalles más miserables como los servicios abusivos de compañías de servicios; telefonía, agua, luz o gas. Prestaciones además que gestionan equipos de no atención al cliente llevando a la desesperación a más de uno.
Estas prácticas deberían ser perseguidas de forma fulminante y sancionadas con la máxima gravedad si queremos hacer una sociedad mejor. Las grandes culturas y, como no, las grandes empresas son las que solucionan problemas, no aquellas que martirizan y esclavizan a sus clientes con unos servicios de no atención penosos. Mucha aplicación tiene el Gobierno en perseguir a los autónomos y/o a las pymes mientras las grandes empresas campan como perfectos delincuentes del siglo XXI.
Más difícil será cambiar la educación. Sí, escribo cambiar. Además profundamente. El sistema educativo no funciona. Las universidades son un plato de endogamia ya pasado. Sus niveles orinan cualquier palangana rastrera y aquí no toca sólo regenerarlo, sino cambiarlo por completo. El sistema escolar tampoco va a la zaga y un país con el nivel de fracaso actual no es digno de Europa. Llorarán mucho los colectivos de profesores pero seguramente parte culpa tendrán ellos de la situación actual. Quién me lee hace tiempo sabe que mi preocupación por la educación es máxima. Creo que es la clave de la salida de la crisis. Pero también tengo claro que nos ha traído hasta aquí.
Podríamos alargarnos en esta columna en más colectivos. Pero no quiero olvidarme uno que creo juega un papel muy importante. Es la prensa. Ellos hablan de regeneración de la sociedad y olvidan que ese colectivo es el primero que debe reformarse. Tenemos en general una prensa vendida al poder que no informa, sino simplemente vocea la voz de sus amos. Desde televisiones autonómicas indignas de su nombre, a medios supuestamente privados que ven la prostitución al poder como única forma de supervivencia. Triste, pero para educar es necesario tener una buena y sana comunicación. No olvidemos que lamentablemente una de las causas del bajo nivel educativo y cultural del país lo tienen los medios, que se han dedicado estos años más a lo suyo particular que a lo general.
Pero muchos medios y mucha atención mediática son personas. Demasiados incoherentes en muchos casos. Desde aquellas, tipo Julia Otero, que dan discursos morales contra el sistema económico en la radio mientras ponen la mano y cobran por entrevistas de anuncios de bancos, a otras más cinematográficas que anuncian hipotecas y luego las critican. Queda claro: sin coherencia no hay país. Y dar pábulo y reír las gracias a los incoherentes es una política vomitiva. Aún demasiado habitual en el país.
Todavía hay más motivos. Por eso lamento decirles que aún espero que la crisis se profundice más para ver si logramos desatascar esos puntos. Habrá todavía que sufrir mucho. Seguiremos viendo en el camino jetas, auténticos desgraciados –donde debería intervenir el Estado con mano firme–, aprovechados y hasta monstruos mediáticos. De momento de bajo nivel, salvo para la demagogia. Sin ir más lejos en Italia llegaron a Silvio Berlusconi y aquí, ni en eso salimos del manual de izquierdas, sólo tipos de libro del siglo XIX como Alberto Garzón, aquella niña socialista del discurso en Portugal que ya nadie recuerda o Ada Colau.
Eso es lo triste, que profundizamos la crisis y no vemos a nadie del sistema moverse. A día de hoy, aún no detectamos un Gorbachov en potencia. Tiempo al tiempo que vendrá. Porque si no, quizá me equivoque, ni nuestros hijos tendrán futuro. De momento, cuatro charlatanes de tertulia de bar seguirán gritando, vomitando demagogia de manual mientras el país se sigue muriendo. Por eso mientras ya acabo mi gin-tonic pienso que quizá falta demasiado para salir de la crisis. No hay valores, no hay personas, y la mayoría siguen siendo los de siempre. Gracias a la crisis hemos detectado algunos chorizos, pero el problema de país está aún presente, latente. Y ojalá dure más la crisis para encontrar de una vez una salida total, no simplemente remedios para seguir con más de lo mismo.