Goirigolzarri: el “último de Neguri” en la estafa de Bankia

Su sonrisa etrusca (placentera) se cruzó con el mal sueño de Bankia. A José Ignacio Goigolzarri, le preocupa un diferencial perdedor del banco que él preside: Bankia retribuye al 2% los activos titulizados procedentes del mercado hipotecario, mientras que ha concedido hipotecas a particulares y a empresas a un interés del 0,8% sobre la referencia del interbancario europeo (euribor).

La diferencia entre lo que paga en el mercado secundario y lo que recibe en el mercado primario hunde su cuenta de resultados y mucho más ahora cuando tiene que seguir satisfaciendo sus activos titulizados, pero no ingresa apenas intereses nuevos ya que el hipotecario está prácticamente plano. A otros les ocurre lo mismo, pero no están pillados como lo está Bankia.

La entidad, que en busca de liquidez titulizó la mayor parte de su paquete hipotecario durante los años de la burbuja, se encuentra ahora en un callejón sin salida. Solo la puede salvar el dinero del contribuyente. Y por eso ha pedido al FROP 10.000 millones de euros, más del doble de lo inicialmente pactado, una cantidad de la que el banco responsabiliza a las nuevas provisiones exigidas por el Ministerio de Economía para cubrir la exposición inmobiliaria.

El bombazo de Bankia ha mellado al mundo del ahorro. Hay dos cosas especialmente graves: La pérdida de valor de las acciones canjeadas a los clientes atrapados en activos ilíquidos que fueron adquiridos bajo la promesa de futura liquidez y el embrollo de las preferentes. Bankia espera que Madrid y Bruselas fijen la quita que sufrirán los titulares de preferentes. La judicialización no ha hecho más que empezar.

El Fiscal General, Eduardo Torres-Dulce, encargó la investigación al fiscal jefe de Anticorrupción, Antonio Salinas, quien el pasado 28 de mayo abrió diligencias (estafa, apropiación indebida, delitos contables, administración desleal y falsedad documental), justo dos días después de que Goigolzarri anunciara la recapitalización de la entidad con un total de 23.465 millones de euros, entre las preferentes suscritas por el Frob inicialmente ( 4.465 millones) y una dudosa inyección de recursos propios de 19.000 millones, aportada entre Bankia y su matriz, BFA.

En medio de la melé, muchos se preguntan por qué José Ignacio Goigolzarri aceptó este marrón. El actual presidente de Bankia se beneficia del fondo de pensiones del BBVA, un reservorio de viejos prematuros al que él levantó 68,7 millones de euros (2,29 millones por año trabajado) o, dicho de otro modo, una retribución de tres millones brutos al año.

Es el listo de la clase y su estampa bien vale una misa: El último de Neguri vivió en el Bilbao-Vizcaya de los sabios ungidos por Deusto (Sánchez Asiaín o Antonio López); de los pensionistas dorados (Emilio Ybarra Churruca) o de ejecutivos derrotados (José Domingo Ampuero o Gervasio Collar); fue subdirector general ascendente, delfín de Pedro Luis Uriarte y consejero delegado del BBVA.

Viene del pasado, procede del alma de Getxo, nexo de concordias y discordias entre los grandes del hierro, los Aguirre, Alonso-Allende, Icaza, Aresti, Lecea, Zubiría, Muguruza, Lipperheide, Delclaux o De la Sota, antiguos dueños de los cruces accionariales en los bancos vascos; vocalías rancias en los consejos de administración que amalgamaron a la oligarquía industrial y financiera.

Mecido entre gasas de seda, Goigolzarri no quiere convertirse en estatua de sal. En su lucha contra la nostalgia, optó por el bando ganador, cuando Francisco González, siguiendo expresos deseos de Rato y de Aznar, se proclamó presidente del BBVA.

Aquel día, se enterró más de un siglo de historia del País Vasco. Pero Goigolzarri lucía espléndido, lanzando su perfil de Cyrano, bajo el clásico terno azul marino que distingue a los financieros de la orilla derecha del Nervión. Y ahora, unos cuantos años después, ha reincidido en Bankia, la marca de Banco Financiero y de Ahorro (BFA), un holding nacido al amparo de Caja Madrid, la Reserva Federal privada de Esperanza Aguirre, y también de Bancaja, la entidad turbo-inversora de Zaplana y Camps.

No hace falta ser muy sagaz para entender que esta Bankia, inspirada en el núcleo duro del PP, está muy lejos de aquel Banco Bilbao de referencias fabriles levantado por el conde de Arteche después de la Guerra Civil, y también dista mucho de aquel Vizcaya al que Pedro de Toledo, hijo de un médico vizcaíno, colocó en el podio de los grandes durante los años de la reconversión industrial.

Mientras no ejercía, el actual presidente de Bankia se ejercitaba. Lo hizo al amparo de una cláusula de no competencia que venció en septiembre de 2011, a través de sociedades como Azatra o Azatravis, dedicadas a la intermediación y a la tenencia de acciones. Fue vicepresidente y socio de OnOffInvestments, una sociedad con sede en Barcelona, creada por Goirigolzarri y dos socios: Clemente González (del grupo de aluminio Alibérico) y Salvador Martí, antiguo primer ejecutivo de MediaMark.

En el interregno que va del BBVA a Bankia, mantuvo vínculos con Ebesoj, una Sicav gestionada por BBVA Patrimonios y colocó gran parte de sus inversiones en bonos de Popular y Sabadell y en acciones de Iberdrola, Telefónica o Repsol. También participó en fondos de Goldman Sachs y JPMorgan.

Al inicio del proceso judicial, Anticorrupción expresó su extrañeza por el hecho de que Bankia hubiera declarado tener unos beneficios de 305 millones y pocos días después admitió pérdidas por valor de 2.979 millones. Y, como es bien sabido, el Fiscal decidió centrarse en la fusión CajaMadrid, Bancaja, Caja Avila, Caja Segovia, Insular de Canarias, Laietana, Segovia y Rioja, así como en la salida a Bolsa del conglomerado resultante.

Hasta ahora, el ruido ha sido mayor que las nueces. La imputación de Rodrigo Rato protege vergüenzas mayores; ha servido para levantar una cortina de humo que esconde prácticas financieras, cuya honda expansiva todavía desconocida afectaría a muchos miles de ciudadanos. En plena depresión, Bankia hace una lectura particular de las prioridades de sus clientes.

Una de sus prácticas habituales y más alejadas de los códigos de ética profesional que la misma entidad pregona es el negocio de la refinanciación de hipotecas a particulares atrapados por la crisis. Bankia no efectúa novaciones de los créditos que han sido titulizados (aunque la Ley Hipotecaria no contiene referencia alguna en este punto, ya que la titulación es un derecho de la entidad al margen del deudor) y como alternativa obliga a sus clientes a formalizar un nuevo crédito puente que, a la larga, encarece mucho el riesgo contraído. Bankia vulnera el espíritu de la ley, ante la inoperancia continuada del Supervisor.

José Ignacio Goirigolzarri no llegó a celebrar su décimo aniversario como consejero delegado de BBVA. Abandonó al conocer la intención de Francisco González de permanecer en la presidencia; dejó un banco saneado y fortalecido en su negocio internacional, aunque su recorrido quedó ensombrecido por la trayectoria de su competidor, el Banco Santander.

El banco de los Botín protagonizó operaciones corporativas de gran calado, como las compras de ABN Amro o Abbey, frente al discreto segundo plano del BBVA. Goirigolzarri tiene ahora una segunda oportunidad. El último de Neguri sabe estar al sol que más calienta; él nunca ha mordido la mano que le da de comer.

Pero, esta vez, su eficaz servicio de gregario del batallón vasco-español se las verá con Bankia, un pasivo histórico de suelo recalificable y baldío, una patata caliente que Esperanza quiere salvar con el talonario de Sheldon Adelson. Un mausoleo de piedra capaz de taparlo todo.