Gobiernos de colisión
La política española se halla inmersa en el debate de investidura del candidato Sánchez. Discursos previsibles; desenlace esperado. El pacto firmado entre PSOE y Ciudadanos no ha prosperado. El Gobierno de coalición deberá esperar.
Sostengo, desde hace semanas, que más allá de la calculada escenificación electoral, protagonizada por el PSOE y el resto de partidos, la convocatoria de elecciones dependerá de las previsiones electorales que arrojen las encuestas en las próximas semanas. Singularmente, Podemos observará vacilante el escenario, pero los partidos en liza estarán sujetos a tal servidumbre.
Comprobaremos como la cacareada nueva política guarda una estrecha relación con los viejos hábitos electorales. No por viejos, menos razonables. Se abstendrá Podemos en una próxima votación si sus expectativas menguan, significativamente. Si así fuera –y con argumentos ad hoc de rancia política- Sánchez podría convertirse en el próximo Presidente y líder de una coalición de Gobierno entre PSOE y Ciudadanos, con la abstención de Iglesias.
Es sabido que la política española carece de la cultura de coalición necesaria para regir el destino de la Nación. Pero se acabará aceptando que, con investidura o con nuevas elecciones, un Gobierno de tal naturaleza es inevitable. Nada que debiera sorprendernos –pues, independientemente, de que un Gobierno de coalición sólo es eficaz si es fuerte y estable- la política española, por esa razón, cada vez más, se parecerá a la europea. En la Unión Europea, el acuerdo, después de mucho esfuerzo negociador, deviene una bendición.
Hablar de coalición de Gobierno es un lugar común en Catalunya. La experiencia del Govern Tripartit, en el período 2003 – 2010, con dos Gobiernos presididos, respectivamente, por los presidents Maragall y Montilla, dejó un inquietante balance de claroscuros.
Aparecieron con rotundidad las dificultades propias de un Gobierno de coalición, frágilmente ensamblado en torno dos objetivos políticos básicos. En primer lugar, que no gobernara el partido que ganó las elecciones y, en segundo, el ejercicio del poder mediante un pacto político excesivamente débil. Recordamos estupefactos las reiteradas incompatibilidades entre los partidos que formaban Gobierno y entre los partidos y el President de turno.
Fueron llamativas las discrepancias entre ERC y PSC y entre ambos e ICV. Y, más que llamativas, sorprendentes, las reacciones que, con frecuencia, ponían en cuestión el liderazgo de Maragall, primero y Montilla, después. La ciudadanía asistió atónita a los efectos letales de una política de colisión, más que a una de coalición. La acción de gobierno fue, metafóricamente, comparada al Dragon Khan de la feria y, sus efectos políticos fueron, francamente, controvertidos.
¿Fallaba, acaso, la forma de coalición debido a su naturaleza o, más bien, las constantes desavenencias se debían a inconciliables intereses partidarios de corto y medio plazo? El lector que recuerda la historia podrá juzgar, pero hubo mucho de ambas cuestiones.
La combinación de la frágil naturaleza del pacto y la exaltación de los intereses de partido arrojó un balance claramente negativo para la ciudadanía. Se tradujo en una formidable derrota de los partidos de la coalición y en una victoria rotunda del partido que, durante esos años, lideró la oposición.
Hoy, nos encontramos ante una fórmula de Gobierno parecida a aquella, con protagonistas que, sólo en parte, han cambiado. Junts pel Sí, expresión electoral y organizativa de CDC y ERC, gobierna el país bajo la presidencia de Puigdemont -candidato sorpresa en el último suspiro gracias al pacto in extremis firmado con la CUP.
Habrá que estar atentos a que el Gobierno de coalición no se convierta, en un futuro próximo, en uno de colisión. Hay suficientes razones para creer que eso puede suceder en los próximos meses. El programa de Junts pel Sí es en buena medida un pacto contra las tradiciones políticas que han encarnado Convergència y ERC, singularmente el primero.
El programa acordado tiene el antecedente primordial en la experiencia vivida en el Parlamento catalán, del Pacto de Estabilidad 2013 – 2014. Allí se cimentó la base programática de Junts pel Sí e implicó un giro de CDC hacia la izquierda –debido a las imposiciones a las que, objetivamente, obligaba la crisis y, subjetivamente, reclamaba ERC. Hoy ese programa es la carne y sangre del nuevo Gobierno.
Esta acción concertada es hoy posible, gracias al pacto explícito de las dos formaciones en torno al objetivo común superior de la independencia de Catalunya. La eventual consecución de dicho objetivo hace que las diferencias, que existen, se atenúen.
Y, aunque un atento observador contemple las tensiones subterráneas que ha provocado la formación del Gobierno, la elección de altos cargos y la adopción de las primeras decisiones políticas, el objetivo de la independencia pone en sordina el ruido de la discrepancia.
Pese a la aparente unidad de la acción gubernamental, tenemos la percepción de la incipiente batalla. A medida que se acerque el plazo de los dieciocho meses que el Govern se ha dado, los desacuerdos se manifestarán con mayor crudeza.
Esta dinámica contradictoria y compleja vendrá exacerbada por las tensiones del pacto con la CUP, que padece ya sus propias dificultades internas.
Creo que, en los próximos meses, el objetivo de la independencia se alejará discreta, pero perceptiblemente, y la lucha sorda entre socios de Gobierno y, entre éstos y su socio parlamentario, no dejará de crecer.