El único gobierno de izquierdas en Europa
De los 27 gobiernos de los Estados europeos miembros de la Unión Europea, 8 son de centro-derecha, 6 de centro, 4 de centro-izquierda, 3 de derecha, 3 de gran coalición, 2 tecnocráticos y 1 de izquierdas
Del estudio del CIDOB (Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona y de Pensamiento Global), titulado Cuáles son los gobiernos europeos: partidos, coaliciones, primeros ministros. Análisis de los 27 gobiernos que componen la UE y los de otros 13 países europeos (15/6/2023), se desprende que, de los 27 gobiernos de los Estados europeos miembros de la Unión Europea, 8 son de centro-derecha, 6 de centro, 4 de centro-izquierda, 3 de derecha, 3 de gran coalición, 2 tecnocráticos y 1 de izquierdas.
Vale decir que de los gobiernos de Estados europeos, que no son miembros de la Unión Europea, 5 son de centro-izquierda, 3 de centro, 2 de centro-derecha, 2 de gran coalición y 1 de derecha.
La pregunta: ¿Cuál es el único Estado europeo cuyo gobierno es de izquierdas? Respuesta: España.
¿Por qué España es el último reducto de izquierdas?
Porque, en España –residuos de los gobiernos de José Luis Zapatero y remanentes de los de Pedro Sánchez- todavía persiste una suerte de romanticismo populista, autodenominado progresista, que continúa creyendo en la posibilidad de una utopía social redistributiva de nuevo cuño accesible a precio de saldo y sin precio alguno. La quimera de una sociedad reconciliada y armónica que olvida la complejidad del presente.
De esta frivolidad, surgen los delincuentes excarcelados o con reducción de pena del “sólo sí es sí”, el desamparo institucional producto de la supresión del tipo penal de sedición, el paro juvenil y/o cierre de pequeños empresarios consecuencia de un poco comedido aumento del salario mínimo interprofesional, la deuda exagerada producto de un gasto –así compran votos los populistas- igualmente exagerado.
Porque, en España los residuos y los remanentes ya citados anteriormente han desprestigiado y descalificado el interés personal, la competitividad individual y el éxito propio. Una filosofía antiliberal que rechaza de facto –¡eres un egoísta y un insolidario! o ¡eres un ultrareaccionario! o ¡eres un ultraderechista” o ¡eres un fascista!- la soberanía del individuo en nombre de no se sabe qué mundo mejor.
Porque, en España –siguen los residuos y los remanentes- el denominado discurso emancipatorio, del llamado progresismo, al creer que la razón y la historia están de su lado, ha incurrido en un particular mecanicismo y teleologismo ideológicos que sostienen que el Proyecto, antes o después, se hará realidad al obedecer a una necesidad histórica.
Un discurso emancipatorio –un progresismo- que es la expresión de un singular reduccionismo físico natural que piensa analógicamente. Esto es, existirían unas leyes del desarrollo de la sociedad que, tal como ocurre con las leyes de la naturaleza, acabarán imponiéndose inexorablemente. En definitiva, un determinismo sin causa.
Sigue la cruzada antiliberal con dosis de paranoia
La izquierda española continúa con su criminalización y su paranoia habituales. La criminalización de la idea liberal y la paranoia ante cualquier disidencia. Un doble objetivo: mostrar la inmoralidad, corrupción y desenfreno de ese enemigo/adversario llamado liberalismo; mostrar que el progresismo es –sigue siendo- la alternativa. La cruzada antiliberal continúa.
Una renovación de colorines
Y cuando la izquierda/progresismo se renueva –o dice que se renueva- aparece un partido o movimiento –PSOE o Sumar, por ejemplo- de colorines que combina el rojo, el verde y el violeta sin olvidar el cuatribarrado rojo y amarillo. Y ante cualquier crítica del helado tutti frutti surge, como no podía ser de otra manera, la alarma fascista.
Una izquierda a la intemperie
Hace unas décadas, el discurso emancipatorio y progresista del conglomerado alternativo se presentaba como la gran esperanza que nos llevaría a un mundo mejor, más libre y más equitativo. A ese mundo, se llegaría previa superación, de facto, de la ideología liberal y la economía de mercado capitalista.
El liberalismo se conforma con propuestas humildes, pero continuas, que pretenden mejorar el presente
Hoy, el mundo ha cambiado. Tan es así que cuesta –sin olvidar los colorines en su justa medida- creer en la posibilidad –con las correcciones y adaptaciones pertinentes- de un mundo mejor que no sea esencialmente liberal y capitalista. Una sociedad de mercado.
Cosa que sólo niega la vieja guardia –o la nueva guardia viejuna que habla de la ola reaccionaria que nos viene encima- de una izquierda/progresismo pereclitada que, probablemente, acabará en la intemperie. Más: el liberalismo –es decir, los liberales- tiene la responsabilidad de hacer realidad el viejo sueño/deseo del ser humano de construir un mundo mejor en donde la existencia sea –paso a paso sin demagogia, fantasías o promesas incumplibles a corto plazo- un poco mejor.
Una propuesta modesta, cierto. Y es que el liberalismo no está en posesión de la verdad ni conoce la solución que nos llevará a un paraíso que no existe ni existirá nunca. El liberalismo se conforma con propuestas humildes, pero continuas, que pretenden mejorar el presente. Que ya es mucho.
Por todo eso, por todo ello, en la Unión Europea sólo hay un gobierno de izquierdas.