Gigantes de terracotta: el techo de cristal de China
Xi Jinping y sus jerarcas del núcleo duro usan las mismas técnicas ejemplarizantes de Mao: cuanto más arriba llegue cualquier miembro del partido, más estrictos serán los requisitos
Las informaciones acerca de un potencial Lehman Brothers chino, en forma del colapso cataclísmico en ciernes del grupo inmobiliario Evergrande, han eclipsado las maniobras en la oscuridad de la Nomenklatura encabezada por Xi Ping para reconducir el control efectivo del poder mediante una purga a varios niveles, con un estilo que no deja de recordar la retórica de las renombradas «autocríticas» a la que fueron sometidos quienes se salían de la ortodoxia durante la era maoísta.
Así, la fraseología empleada por las fuentes oficiales para dar a conocer la expulsión del Partido Comunista y el procesamiento del que fuera viceministro de Seguridad del Estado, Sun Lijun, encajaría perfectamente en la oratoria del periodo de la Revolución Cultural. Lijun ha sido acusado no sólo de una luenga serie de delitos de corrupción, sino también de heterodoxia, ambición política desmedida, indisciplina, conducta inmoral y fomento de la desunión.
El florido aviso para navegantes del Comité del Partido del Ministerio de Seguridad Pública no podría haber sido más explícito: quienquiera que transgreda la disciplina del partido y la ley será severamente castigado. El partido no espera menos que lealtad absoluta, algo que debe demostrarse mediante las «dos salvaguardas»: respaldar resueltamente la posición de Xi Jinping y la posición central de todo el partido, y aceptar inequívocamente la autoridad centralizada y unificada del Comité Central del Partido.
Esto se traduce en fortalecer las «cuatro conciencias» y las «cuatro autoconfianzas», para lograr los «dos mantenimientos», reforzando activamente la conciencia ideológica y acatando estrictamente la disciplina de partido, para cumplir con los «cinco deberes», y preservar estrictamente las «siete cosas» (lealtad, honestidad, conformidad, benevolencia, integridad, obediencia y ortodoxia), estando proscrita la tolerancia a ser una «persona de dos caras».
En román paladino; Xi y sus jerarcas del núcleo duro usan las mismas técnicas ejemplarizantes de Mao al proclamar que cuanto más arriba llegue cualquier miembro del partido, más estrictos serán los requisitos, el nivel de exigencia, y la disciplina a la que será sometido el transgresor.
Este grado de escrutinio no se limita a los funcionarios públicos, como bien sabe Jack Ma, quien fuera en su día el hombre más rico de China, hasta que osó intentar darle la vuelta al sistema financiero chino para sacarlo de las manos del Estado mediante la que iba a ser la mayor operación de salida a bolsa de activos, y que acabó viendo como su imperio empresarial era desmoronado por el Estado, de la noche a la mañana.
Una suerte similar corrió Zheng Shuang, una estrella cinematográfica penalizada por evasión fiscal, que pasó a formar parte de la nutrida lista negra de díscolos famosos.
La apertura a dejado de ser útil para el Partido Comunista de China
En el fondo de esta reacción represiva y regulatoria de Xi subyace la constatación de que el proceso de apertura ha dejado de ser útil al Partido Comunista, y que la tolerancia al culto de celebridades heterodoxas dejaba cabos sueltos que ponían en riesgo el control del Apparátchik.
Esencialmente, las condiciones globales han cambiado sensiblemente, lo que ha llevado a China a reconsiderar la estrategia formulada en su “teoría del pastel”, poniendo ahora más énfasis en el reparto justo del pastel que en seguir haciéndolo más grande.
En su discurso de celebración del centenario de la fundación del partido comunista, Xi dijo que China ya se había convertido en una sociedad próspera y buscó la complicidad popular pidiendo “no olvidar la intención original”, insinuando así que los siguientes pasos irían en la dirección de convertirla en una sociedad más equitativa.
Un pilar fundamental de esta política deriva del giro hacía reequilibrar el crecimiento hacia la demanda interna que Xi Jinping denomina «circulación interna», que surge del relativo agotamiento de la estrategia de “gran circulación internacional” que uso en marcha, hace 30 años, Deng Xiaoping.
Esto no deja de ser un intento de hacer virtud de la necesidad, habida cuenta de que la alteración del paisaje económico tras la pandemia está llevando a China a una desaceleración económica y a la súbita aparición de un techo de cristal para su crecimiento, manifestado en las recientes incitativas combinadas AUKUS y QUAD, que esbozan un patrón de creciente contención internacional que hará muy difícil que China pueda seguir aumentando el tamaño de su pastel al ritmo necesario para desbocar a Estados Unidos de su posición predominante.
A esto deben añadirse las limitaciones de su horizonte demográfico, que apunta a una pérdida de 200 millones de adultos en edad laboral para 2050, que pasarán entonces a convertirse en 200 millones de jubilados. Por ende, la productividad de las empresas chinas se ha reducido consistentemente durante la última década, algo que traduce en unos mayores costes de producción, que se han tenido que financiar parcialmente contrayendo una deuda que llegó a alcanzar el 300% del PIB justo antes la pandemia.
Además, los limites del crecimiento de China se reducen asimismo a causa de la dependencia exterior provocada por la voracidad energética de su modelo productivo, y la dependencia de las importaciones agro-alimentarias que tienen su origen en la esquilmación de terrenos de cultivo como consecuencia de la extracción minera de tierras raras a gran escala, y de carbón en fechas más recientes.
No es de extrañar, pues, que Xi Ping haya decidido poner en orden su casa, en lugar de embarcarse en una nueva etapa orientada al crecimiento que tiene una dudosa probabilidad de tener éxito, máxime si se expande la corrupción en las altas esferas de la administración, y crece el descontento en la población a causa de la ostensible desigualdad material que hasta ahora había estado representada por los nuevos super ricos que tanto se han prodigado en las tiendas de lujo de las capitales occidentales.