Gay de Montellà, y los empresarios «americanos» en Cataluña
Todos los países, ni Cataluña ni el resto de España son una excepción, tienen la tentación periódica de cambiar las cosas, de reconstruir el edificio. Bueno, no todos. Los hay más consistentes, los que consideran que las instituciones están por encima de todo. El Reino Unido es uno de esos ejemplos, aunque, ciertamente, los problemas internos son numerosos. Holanda es otro, y Francia y España completan ese cuarteto, como siempre ha destacado Jordi Pujol, citando a De Gaulle.
Pero en España, en los úlimos años, debido a una crisis económica devastadora, todo se ha puesto en cuestión en muy poco tiempo. Hay quien cree que se debe «romper» el candado de la Constitución, y quien dice que fue el producto de los «fascistas». Los excesos desacreditan a quien los comete.
En Cataluña ese gran malestar social se ha canalizado en los últimos años a través del proceso soberanista. Y también se ha llegado a confundir las cosas, al entender que en un nuevo país todo se podría resolver, porque se podría partir de cero. Se olvida de forma rápida que la Generalitat, precisamente al constituirse como una administración nueva –recuerden aquello de Jordi Pujol, cuando le espetó a Prenafeta que la Generalitat eran ellos dos– pudo organizarse con un modelo singular, pero acabó adquiriendo todos los defectos de la administración central española.
Pero para que exista un debate plural, para que se puedan matizar las opiniones y los proyectos, es necesario tener conciencia de la responsabilidad pública. Es decir, querer intervenir, y hacerlo según los criterios que tenga cada uno, al margen de lo que, supuestamente, una mayoría pueda defender.
Y aquí aparece Joaquim Gay de Montellà, el presidente de Foment, que mantiene un mismo discurso desde que tomó cuerpo el proyecto soberanista catalán. Gay de Montellà sigue defendiendo que existe un problema con la financiación autonómica, que la Generalitat debería tener más recursos. Y propone un pacto fiscal y un pacto institucional, como este lunes recordó ante la asamblea de la patronal.
Apoyó el llamado derecho a decidir, siempre que fuera legal, lo que implica un acuerdo con el Gobierno central, como ocurrió en el Reino Unido con Escocia. Con esas dos premisas, ha ido incidiendo en el debate público, con más o menos suerte.
De lo que se trata, al margen del problema coyuntural en cada momento, es de que los empresarios sean «americanos», una característica que hay tomarse más en serio. Aunque Europa no tiene nada que envidiar a Estados Unidos, es cierto que si en algún lado existe la sociedad civil es al otro lado del Atlántico. Opinar, tomar partido, matizar, estar presente en la vida pública, eso es lo que hacen los actores empresariales y sociales en una sociedad democrática. Sin tapujos, sin miedos, sin necesidad, tampoco, de herir a nadie.
Gay de Montellà, a su manera, como todos, sigue esos preceptos, como otro empresario ilustre, José Luis Bonet. Son, es una licencia, «nuestros» empresarios ‘a la americana’.