Gay de Montellà: sí, pero no
Doble rasero del señor De Montellà. La gran patronal catalana se pone a cubierto: acepta el documento de Joan Rigol (Manifiesto del Derecho a Decidir) pero, al mismo tiempo, rechaza el Pacto Nacional salido de la mayoría del arco parlamentario catalán. Economía sí, política no. Lo llevan escrito en la frente los residentes eternos de la sede de Foment del Treball, el palatzo de Via Layetana 32, obra del arquitecto Adolf Florensa. Incluso en los tiempos que corren, “la neutralidad es nuestra vara de medir”, dice a menudo su secretario general, el poliédrico Joan Pujol.
La fuerza de Foment nace de su implantación territorial. Su peso específico tiene relación con la composición de su Junta, integrada por un centenar de empresarios de primer nivel, que se reunieron el pasado miércoles en sesión extraordinaria para rechazar el Pacto Nacionalal considerarlo “una plataforma de acción política, cuya actividad se aleja de las funciones de la organización empresarial y de sus compromisos de representación con sus asociados”.
Los miembros de la patronal, liderados por su presidente, Joaquím Gay de Montellà, celebraron una Junta exprés –algo más de veinte minutos– para constatar su deseo de “limitar la actividad de Fomento”. Se celebró en la sede de Foment a las cinco de la tarde del pasado miércoles día 25. A la misma hora en la que el Parlament iniciaba el debate de política general donde Artur Mas reiteró su apuesta por una consulta soberanista en 2014.
Las casualidades no existen. El horario de los patronos se superpuso esta vez al de los políticos, a quienes los primeros consideran sus empleados, ya que su fuente de ingresos, el Presupuesto, bebe de la presión fiscal. La incertidumbre regulatoria de las multinacionales se hizo patente el mismo día. Tampoco fue casual. Antes de la Junta, tuvo lugar en Foment una reunión del cuerpo consular de Barcelona, con más de 45 países representados.
La postura de Foment es un aviso a navegantes por parte del sector privado. Un aviso no exento de contradicciones porque algunos miembros de su directiva, entre ellos Antoni Abad (Cecot), ven con buenos ojos el proceso soberanista de CiU. Otros, como Raventós, perfilan el lado institucional, bordeado por un sorprendente Joan Gaspart soberanista y por los que viven entre la nostalgia de un pasado duro y la aventura de un futuro incierto. Por su parte, Gay de Montellà evitará cualquier fractura: “Quiero que encontremos lo que nos une y no lo que nos separa”, dijo en la citada Junta extraordinaria. Evitó el compromiso: “Al documento de Rigol como principio democrático no le podemos decir que no. Estamos de acuerdo con su tesis, pero los empresarios tenemos otras ocupaciones, como crear riqueza y puestos de trabajo”.
Foment es la última esperanza del encaje catalán. La Plaça Sant Jaume le exige mucho. Moncloa prefiere esperar y ver, mientras el debate territorial exhala destellos luciferinos. Aunque Gay no cede, le presionan desde sectores soberanistas como el Cercle Català de Negocis (CCN), desde donde piden a Foment que “no se doblegue a los intereses estatales”. Este escenario no es nuevo. Lo sufrió Rosell cuando FemCat trató de conquistar la ciudadela patronal. FemCat está metido hasta las cachas en el programa independentista, y algunos de sus líderes, como Joaquim Boixareu o Carles Sumarroca, pertenecen al sector negocios de Convergència.
La lucha entre el empresariado duro y el demócrata ya no cuela. El proteccionismo es un rescoldo del pasado y, por su parte, el librecambismo europeísta, que se impuso durante la Transición (la etapa fundacional de Ferrer-Salat combinada con el asalto liberal de Millet i Bel), se ha ido encerrando en el bando nacionalista. Foment vive del presente y de la memoria a partes iguales.
Gay cimentó su experiencia profesional en el ABN Amro y en Acesa, la actual Abertis. Pero su herencia genética se remonta a la Fábrica del Mar, una factoría textil (hoy arqueología) situada en la Rambla de Vilanova i la Geltrú. Perteneció a su abuelo materno, Juan Ferrer-Vidal, el presidente de Foment que, en 1899, apoyó la insumisión fiscal a través del sonado tancament de caixes (cierre de cajas), ideado por el mítico doctor Robert. De ahí que, hoy por hoy, los órdagos forales de su nieto, marcados a fuego por la herencia del tradicionalismo, flirtean con la radicalidad.
Ruido en la propuesta y sensatez en los actos, dice y hace Montellà. Justo lo contrario del lema jesuítico, suaviter in mod, fortier in re (suavidad en las formas, fuerza en el fondo), proclamado por Claudio Acquaviva, que fue General de la Compañía de Jesús.
Al margen de sus raíces empresariales, Gay de Montellà vindica su génesis en los viñedos familiares de Torre del Veguer. Concentra industria, agricultura y tradición; un buen mix para la representación en el mundo corporativo. Foment es la patronal más antigua de Europa. A ella no se accede solo por la puerta férrea de Vía Layetana; sus murallas reales son los mil vericuetos de su abigarrada red territorial. La gran patronal es un laberinto con muchas puertas y sin ventanas. En su interior, se palpa el deseo de permanencia, gravitan el sillón de cuero y la mesa de caoba.
Es el escenario de la neutralidad vocacional alimentada por la actividad económica, su gran pretexto. Sus miembros protegen con celo la fortaleza. Y, esta vez, han aplicado un principio canónico: discurso sí, consecuencias no. Sí, pero no. El doble rasero de Montellà.