No hace tanto de su última conspiración. Fue a la vuelta del pasado verano, cuando Joaquín Gay de Montellà mostró la musculatura del marbete patronal al que pertenece, tratando de liderar una insumisión fiscal. Aquella movilización ha tenido su segunda réplica esta misma semana en la que varios grupos de empresarios han depositado sus impuestos en la dirección de Tributos de la Generalitat, en vez de hacerlo en la Agencia Tributaria.
Aquel primer intento buscaba su paralelo en el histórico tancament de caixes, impulsado en 1899 por el alcalde Bartomeu Robert contra una ley tributaria del gabinete Silvela y de su ministro de Economía, Fernández Villaverde. En su actual versión, el instigador de la insumisión es Òmniun Cultural, líder de una fronda que pretende vertebrar a las organizaciones empresariales (Foment, Cámara de Comercio, Cecot, etcétera) y a los foros de opinión, cerrando filas en torno al pacto fiscal de Artur Mas. Pero, lo cierto es que no ha habido realmente un pistoletazo de salida. Y la insumisión a gran escala –un pretexto inútil, tras conocerse la regularización de los patrimonios invertidos en paraísos fiscales— ha quedado arrumbada hasta nueva orden.
Gay de Montellà se siente parte del mundo hamletiano que palpita tras los gruesos muros de la sede de Foment del Treball. También está atento al café, a la tertulia de hombres solos (que no misóginos) y a la superstición de la opinión periodística arrebatada por el artículo de fondo. Su reinado sucede cronológicamente al microcosmos lánguido y triste de sus mayores (presidentes de Foment, como el tradicionalista Alfredo Molinas i Bellido o su efímero continuador, Antonio Algueró) y representa el seguidismo de Juan Rosell (actual presidente de la CEOE), un profesional del cargo, trabajador incansable, marcado por la retórica y seguro de sí mismo.
Para alcanzar la presidencia de la gran patronal catalana, Gay de Montellà se forjó en una presunta sociedad secreta, germen espontaneo de las terceras y cuartas generaciones de núcleos familiares, como los Vilà-Recolons, Bueno-Henke-Gaspart, Rosell-Lastortras o Montellà-Ferrer Vidal, integrantes de un bajorrelieve más propio de la ficción de Chesterton que de los modernos grupos de interés.
Esta división entre los patricios de linaje burocrático y el de los meritocráticos ha marcado la guerra sucesoria de Foment, desde el día en que Juan Rosell anunció que se marchaba a Madrid. Durante varios años, los meritocráticos trabajaron en la sombra, alentados por Joaquim Boixareu (última generación de una saga siderúrgica) y Carles Sumarroca (también descendiente de una saga tan política como empresarial) desde Femcat y acompañados de figuras como Antoni Zabalza (presidente de Ercros y ex secretario de Estado de Hacienda). Pero no llegaron a rozar al grupo hegemónico del heredero dinástico.
Rosell le dejó su trono, aunque al ingeniero de Congost (la empresa familiar capi-disminuida de los Rosell-Castell) le costó decidirse; no hacía sino el papel encomendado en su momento a Carlos Ferrer Salat en la fundación de la CEOE; a Alegre Marcet, expresidente de la patronal electrofascista Unesa (el coppy pertenece a Ramón Tamames, de la época de Triunfo) o a Rafael Termes, aquel banquero de banqueros, que presidió la Asociación Española de la Banca (AEB) con una mano aferrada al consejo del Banco Popular, de los Valls Taberner.
En los años del hierro, el Popular fue la casa común del reformismo opusdeista; llegó a estar presidirlo por Felix Millet i Maristany (el padre del taimado), mientras que el cargo de secretario-letrado lo desempeñó un tiempo el ex senador rojo Josep Benet, histórico miembro de la Comisión Abad Oliva, que, en 1947, entronizó en la basílica de Montserrat la imagen de la virgen morena flanqueada por un batallón de requetés y bajo un palio solemne en el que la mitra barcelonesa se entreveró con yugos y flechas.
Gay de Montellà dejó su profesión en la antigua Acesa (integrada en Abertis) para encarar su carrera institucional fragmentada por momentos por éxtasis ideológicos. Su estilo es el de un señor que calienta motores y se prepara para dar zarpazos inesperados a sus presas. El más reciente esta siendo la negociación rediviva para integrar bajo la misma cúpula a la Fepime de Eusebio Cima (emprendedor de chaleco y salacov, marcado por su pasión africana de cazador en las llanuras del Serenguethi) y a la Pimec, del incombustible Josep González.
La historia no es nueva, como tampoco su papel de animador en las cocinas del PP, engrasadas tantas veces por la Fundación Faes, presidida por José María Aznar e iluminada por Joaquín Trigo, economista hayekiano (relanzó la sociedad Mont Pelerin, creada por el maestro austríaco) y mano derecha de Rosell en el encendido Jarama de Arturo Fernández, el operador madrileño encapotado bajo el tizón blanqueado de su manto cabelludo.
A Gay de Montellà le pudo tanto la pulsión política, en la antigua familia de Rodrigo Rato, que llegó a organizar almuerzos de scouting en el castillo de Hostalrich. Entonces practicaba la captura de nuevos talentos. Fue en la última etapa de Josep Piqué en el virreinato catalán y en plena fase terminal del viaje al centro, con Jordi Vendrell y Miquel Nadal, haciendo las maletas.
Al presidente de Foment, un hombre de doble linaje nobiliario, en Girona y en Tarragona, le van los castillos con torre de defensa. Recibió de su abuelo materno, Juan Ferrer-Vidal, la Torre del Veguer, retacada de orquídeas y palmeras, ubicada en el extremo poniente del término municipal de Sant Pere de Ribes, tocando al límite de Vilanova y la Geltrú, circundada de viña y pegada a una capilla mariana devota a María Auxiliadora. Los hermanos Ferrer-Vidal, que en su momento desempeñaron la presidencia de Foment y uno de los consejos de la patronal, fueron los propietarios de la célebre Fábrica del Mar, una textil situada en la vieja Rambla de Vilanova. Al final del novecientos adquirieron las viñas del Veguer, remodelando su casa fuerte medieval, levantada por los Jerónimos en el seiscientos, y rehabilitada a base de merlones, matacanes o aspilleras de dudoso gusto neoclásico.
A los Montellà les va como anillo al dedo el oficio de cosecheros. La esposa de Gay de Montellà, Marta Estany Bofill (hándicap 2 y subcampeona de Europa de Golf), preside el grupo familiar Estram y es la gestora real de las bodegas Torre del Veguer, una marca de recorrido esperanzado que no ha conseguido todavía su inclusión en la Biblioteca Salvat, de Mauricio Wiesenthal.