Ganar una batalla, perder la contienda

La Generalitat llegará al final de su camino sin salida con una consulta disminuida y sin garantías. Las consecuencias serán inesperadas

Artur Mas se envolvió en las estelades de la masiva Diada de 2012 y ya no miró atrás. Ahí se lanzó la carrera que estos días llega su punto de máxima excitación y peligro. Tras ‘la Gran Redada’, mientras se alistan miles de refuerzos policiales y se presentan denuncias por sedición –tipo penal que conlleva fuertes penas de cárcel— Carles Puigdemont se recubre de azul y amarillo para invocar una intervención de la Unión Europea.

La internacionalización del conflicto es una estrategia planificada, financiada y ejecutada metódicamente durante los últimos años por el Govern y por un clúster de colaboradores en todo el mundo. Ahora, convertida en el verdadero Plan B del independentismo, es la que más posibilidades tiene de forzar la mano de Mariano Rajoy y su gobierno.

El Govern intentará realizar, aunque disminuida, una consulta el 1 de octubre. No solo para conferir valor a la nueva “legalidad” de las leyes de desconexión y justificar, por ejemplo, una declaración unilateral de independencia; sino, principalmente,  por su impacto visual ante los medios de comunicación extranjeros que estarán presentes masa para contarlo.

La visibilidad internacional –el ‘exposure’— es el flanco débil del Gobierno central. Un argumentario legal (constitución, procedimientos institucionales, apoyo porcentual en las urnas de unas u otras opciones) palidece ante la fuerza simbólica de las grandes palabras: “libertad”, “democracia”, “derecho a decidir”.

El Govern ha logrado una gran ventaja en la tarea de generar una percepción favorable a sus intereses

Lo que cuenta es lo que se percibe. Lo que percibe un ciudadano catalán en La Vanguardia, en Naciódigital o en TV3, o la opinión que se forma un lector de The Guardian o un espectador de la BBC en cualquier lugar del mundo.

Y, por supuesto, lo que vea y escuche un espectador de Salvados este domingo, donde Carles Puigdemont, previsiblemente, explicará a Jordi Évole por qué Cataluña no tiene más remedio que independizarse. No convencerá a la mayoría, pero tendrá la oportunidad de introducir dudas en algunos, en especial entre los jóvenes y críticos con el “Régimen del 78”.

El 20 de septiembre, el Gobierno ordenó una actuación legal. Su finalidad era impedir por via gubernativa y bajo mandato de un juez, la comisión inminente de un acto ilegal e intervenir los medios materiales destinados a ese fin. Esa fue la realidad objetiva, pero la percepción, fue distinta. Se percibió como un atropello. Como un acto de fuerza excesiva.

El Govern intentará realizar, aunque disminuida, una consulta el 1 de octubre

Las imágenes de la Guardia Civil y su significado en el imaginario popular desbordaron unas emociones que ya estaban a punto romper los diques. Su efecto fue diferente según la audiencia. Los que saludaron la actuación gubernamental lo hicieron en Twitter o, como mucho, en el bar de la esquina. La masa social soberanista, acostumbrada a movilizarse, se lanzó a la calle por decenas de miles. Así se crean los ‘optics’, las imágenes, con las que se ha comenzado a librar la siguiente etapa del conflicto independentista

El británico The Guardian se ha convertido en una referencia global del centro-izquierda. El día 21 acogía en su edición digital, la más leída, una tribuna de opinión de Carles Puigdemont. Tras reiterar sus argumentos habituales, el president pedía una intervención de la Unión Europea. En un pasaje concreto, Puigdemont –o quien redactara su artículo— lograba colocar en apenas dos líneas, tres conceptos de notable significado para una audiencia extranjera liberal y progresista: “La Constitución española se creó para cimentar la democracia después de la dictadura de Franco, pero este gobierno está explotando su significado como medio para negarnos nuestro derecho al voto”.

Pese a la habilidad propagandística, los medios de mayor influencia internacional no avalan la independencia. Pero reconocen el problema y piden una solución política. Y, tras los hechos recientes, han elevado a Cataluña a la categoría de amenaza para la estabilidad europea. Los gobiernos extranjeros continuarán apoyando al Gobierno y al estado de derecho, pero entrar en el dossier de los asuntos urgentes es el equivalente político de ser reconocido como beligerante en una contienda. Es un éxito soberanista y un fracaso de la diplomacia española.

La síntesis más incisiva de ese punto de vista lo publica The Economist en uno de sus ‘lead articles’ de este sábado. El prestigioso semanario afirma sin ambages que el presidente Puigdemont debe cancelar “este referéndum temerario”. La situación, afirma, es una “seria amenaza para la democracia en España”.  Su “solución sensata”, agrega, importa al resto de Europa: “el precedente que se siente afectará a otros separatistas, desde Escocia a la región de Donbas en Ucrania”.

The Economist defiende que el presidente Puigdemont debe cancelar “este referéndum temerario”

En frente exterior, el Gobierno ha cometido los mismos errores que en el doméstico: fiar todo al cumplimiento de ley y la mejora de la economía, subestimar el problema y el adversario, ignorar las apariencias, y actuar tarde, mal y sin un plan cuidadosamente elaborado.

Hasta ahora, Mariano Rajoy se ha librado de una ‘sugerencia’ pública de la Comisión Europea –que el jueves estuvo cerca, según fuentes de Bruselas— para abrir en breve un diálogo sustancial. La situación puede cambiar en los próximos días tras la segura reelección de su campeona, Angela Merkel, en las elecciones alemanas del domingo y en Consejo Europeo del día 29 en Estonia. La líder germana difícilmente aceptará de brazos cruzados que el país-escaparate de sus recetas de rigor presupuestario entre en una crisis constitucional.

La UE tiene demasiados problemas como para que España se convierta en el siguiente: involución y anti-europeísmo en Hungría y Polonia; una Rusia agresiva en el Báltico (donde hay aviones y blindados españoles) y en Ucrania; un Brexit que lleva camino de ser traumático; Francia, camino a la agitación social, e Italia… sin camino a la vista.

Mariano Rajoy se ha librado de una ‘sugerencia’ pública de la Comisión Europea, de momento

Las llamadas a Madrid no son las únicas, sin embargo. Con la misma claridad, aunque con mayor discreción (‘negabilidad plausible’— se le ha hecho saber a la dirigencia independentista que la única manera de que Cataluña no sufra eventualmente la misma suerte que Turquía respecto de la UE –quedarse extramuros— es un acuerdo legal y pactado.

En Madrid existe preocupación. Las cabezas más frías reconocen que el problema se le ha ido de las manos al ejecutivo y se apunta a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y a su legión de altos funcionarios, los ‘sorayos’. “Se han pasado años estudiando 80 horas semanales para sacar sus oposiciones de élite, pero ignoran lo que pasa en la calle”, comenta una fuente informada. “Están en la cocina de las decisiones, pero ahora no se necesitan cocineros ni recetas sino una política decidida y diferente”.

Podemos huele sangre.

Cataluña ha revitalizado a la izquierda abertzale, hasta el punto de forzar que el PNV acuda –junto a ERC y PDeCAT—a la asamblea de electos convocada por Pablo Iglesias en Zaragoza el domingo.

Peligra el apoyo de los nacionalistas vascos a los presupuestos de 2018, crítico para que Rajoy pueda completar la legislatura. Si el PSOE, en el que sus familias tiran en direcciones opuestas, cede a la presión de retirar su apoyo al Gobierno popular, Cataluña será el detonante de una crisis de estado.

El apoyo de los nacionalistas vascos a los presupuestos de 2018 está en peligro

La izquierda parlamentaria –con el previsible apoyo de los diputados catalanes—intentaría iniciar el proceso constituyente deseado por el líder de Podemos. ¿Qué haría el PSOE… además de romperse? ¿Se unirían PP y Ciudadanos en un único partido de centro-derecha? ¿Cómo reaccionaría la economía? Terra incognita. Hipótesis que hace un año parecerían de política ficción y que hoy son factibles.

¿Un soufflé? A medida que pasan los días –incluso las horas— Cataluña adquiere un potencial de contagio difícil de prever. Sin ningún estadista en escena. Ni se le espera.