Gana la diplomacia del gas

Acabó la guerra fría y ahora tenemos las nuevas incomodidades entre la Unión Europea y Rusia, del mismo modo que crece la tensión entre China y Japón. Ucrania cifra ese choque soft entre Bruselas y Moscú y por el momento se consolida el capitalismo autoritario que propugna Putin. Carece de punch y articulación la diplomacia de la UE, mientras que los largos inviernos ucranianos van a favor de un Putin que controla la espita del gas natural.

Tras el proceso de desunión soviética, Rusia pareció perder toda posibilidad hegemónica. Muy al contrario, ahora el Kremlin habla de gran unión aduanera, de Unión euroasiática y, con menos eufemismos, los ideólogos de Putin invocan la Gran Rusia.

La paulatina “eurointegración” de Ucraina ha reactivado la rivalidad entre Rusia y la Unión Europea. Y eso coincide con el oleaje de un descontento popular –secuela de la “Revolución Naranja”– que tiene ingredientes de la más diversa naturaleza. El Gobierno actual frena el proceso de conexión con la Unión Europea y sucumbe a la diplomacia del gas ruso.

En una suerte de agujero negro quedan la estabilidad política de UCrania, la alternancia democrática y el pluralismo mientras ganan terreno los radicalismos, la xenofobia, el descontrol de la calle, el tráfico de drogas y la metástasis de la corrupción en un país desde siempre intranquilo.

 
Ahora toca invierno en Ucrania y allí se está a merced del suministro de gas ruso
 

Es el dilema, entre Rusia y Europa. Se diría que Europa no estaba preparada para ese golpe de mano de Putin. Y amenazar desde Bruselas con una posición de fuerza quizás no sea lo más aconsejable. Flaqueza de Europa por contraste con la garra ancestral del oso ruso. Cuando Putin opta por el predominio de la fuerza y la coacción sobre la norma, ¿cómo comportarse?

Moscú firma con Ucrania convenios de cooperación industrial a cambio de que se deshagan sus vínculos crecientes con la UE. Ucrania va así alejándose de la esfera occidental. No tiene todas las garantías de que Putin cumpla con sus promesas. La primera es bajar el precio del gas.

Ya hay heridos. Grupos nutridos de ucranianos están en la calle para derrocar al Gobierno que truncó la aproximación a la Unión Europea y tuvo que ceder ante Putin. Ciertamente, no todo es tan sencillo y en las protestas callejeras hay un elemento de nacionalismo radical y de excluyente. Es inevitable el paralelo con el fracaso de las primaveras árabes. El poder está en las calles de Kiev. Todo es posible.

La democracia ucraniana carece de anclajes y respeto por la ley. En extensión es el segundo país de Europa. Con una minoría rusa activa, la violencia no anda lejos y ya asoma una extrema derecha homologable con lo peor de cada casa. La clave siempre es la estabilidad y la coherencia de unas normas de juego que la ambición expansionista de Putin deja en suspenso, a la espera de que Ucrania acepte sus dictados y la subordinación de sus intereses.