Gallardón y la batalla por el centro
La estrepitosa caída del ya ex ministro Gallardón obedece a claves internas y electorales. Sin duda, el amplio malestar que había ocasionado su proyecto de reforma de la ley del aborto pesó lo suyo en su hora final. Pero estoy seguro de que no sería igual si el cabreo no hubiese alcanzado también a un importante e influyente sector del propio Partido Popular. Oposición, movimientos, mareas y oleadas ya podríán haber agitado la opinión pública todo lo que pudiesen, que de no haberse producido una honda disensión interna, Rajoy y /o el PP no habrían cedido y habrían esgrimido el programa –igual que ahora hace el dimitido Gallardón– para sacar adelante su retro-reforma. Como con la LOMCE o con las tasas judiciales (fechoría esta última de la que también fue responsable el ex ministro de Justicia).
Gallardón siempre pisó fuerte en política con pretensión de verso suelto. Procedente de la derecha ilustrada, tan del gusto de su mentor Manuel Fraga, pasó durante muchos años por un centrista diferente en los modos y en los objetivos. Mantuvo ese pedigrí en el ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, avalado por continuas mayorías absolutas.
Su gran sueño, que ahora parece desvanecerse por completo, era llegar a la presidencia del Gobierno, lo que le llevó a sibilinas batallas internas con Esperanza Aguirre y con el propio Rajoy.
Pero ese gran magma de perfiles imprecisos y contornos líquidos que damos en llamar centro político cobija el caladero de votos que determina la victoria de la derecha o de la izquierda en las elecciones generales. Depende de cómo oscile. Pedro Sánchez, el nuevo líder socialista, lo ha mencionado varias veces en sus primeras declaraciones. Mensaje: el PSOE no se radicalizará por efecto rebote del éxito de Podemos, seguimos optando al votante de centro-izquierda.
Pues en el PP también lo saben. La línea dura de Gallardón agradaba a su electorado más conservador (el que se expresa a través del diario La Razón, por ejemplo), pero no tanto a otros sectores más templados. Las encuestas internas del partido cifraron en un 40% de votantes “populares” el número de descontentos con los planes de Gallardón en materia de aborto. Tema, pues, delicado y muy sensible entre el electorado liberal femenino, como es lógico.
Parece que Gallardón se negó a retocar a fondo su proyecto para calmar tempestades internas, que no oposiciones externas. No le falta razón al quejarse con amargura de que él solo cumplió el programa del partido, que se limitó a seguir la línea oficial en los últimos tiempos.
Un viejo juego de hipocresía muy frecuente en política: lo dejaron con el culo al aire. Rajoy, el Gobierno y el PP. Por eso se va. No lo tumba la oposición.