Galicia es más roja
En resumen: la izquierda retoma el mando en casi todas las ciudades gallegas, con la excepción probable de Ourense, y en todas las diputaciones, con la excepción segura también de Ourense. Espectacular la barrida de Abel Caballero (PSOE) en Vigo. Fortaleza del BNG en Pontevedra y sorprendente el subidón de la izquierda coruñesa agrupada en la Marea Atlántica que lidera Xulio Ferreiro (aquel «tal Ferreiro», cuyas opciones reales de dar la campanada en Coruña comenté hace unas semanas).
¿Nueva política? Pues no, si miramos a las mayorías contundentes del PSOE y BNG en Vigo y Pontevedra, con alcaldes veteranos o veteranísimos. Pues sí, si miramos a Santiago, Ferrol o A Coruña. En todo caso, la mayoría social gallega bascula claramente hacia la izquierda. Las variables locales pueden variar en concellos medianos o pequeños, pero en el conjunto del país es así. Traducción política del malestar por los efectos de la crisis y de cómo se ha encarado desde el inmenso poder que acumulaban los conservadores.
Entramos ahora en la fase de negociaciones para los pactos de gobierno. Dice la ley electoral, vigente desde 1985, que gobierna el cabeza de lista que consiga la mayoría absoluta de los votos de los concejales. Si nadie la alcanza por sí mismo o mediante pactos, será alcalde el candidato de la lista más votada por los ciudadanos. Por tanto, no hay bloqueo posible como el que sufre Susana Díaz en Andalucía.
En esta fase habrá que mojarse. Todo puede ocurrir, pero la lógica política establece que, en un grado u otro, la izquierda habrá de entenderse para desalojar alcaldes populares. Sus electorados no se lo perdonarían a nadie, sobre todo a un PSOE en trance de recuperar sus señas de identidad más progresistas.
Contra lo que pueda parecer a primera vista, el Partido Popular no se ha hundido. Pero el subidón de hace cuatro años se ha desinflado lo suficiente como para que, sin mayoría absoluta y sin socios próximos con quien pactar (Ciudadanos no dio para tanto), tenga que entregar alcaldías muy importantes. Técnicamente, ha ganado en Galicia. Es quien más votos ha tenido, pero pierde mucho poder. Muchísimo, por más que Feijoo insista en la victoria cuantitativa. Por cierto, atención a su empeño, nada casual, en precisar que la fuerza del PP gallego es, con todo, diez veces superior a la del conjunto de España. Siempre jugando la carta de Madrid.
En unas elecciones locales se vota la gestión de un alcalde (premio o castigo), la ilusión con un proyecto nuevo o el ansia de recambio. Se vota el talante de un líder, conocido por el vecindario en las distancias cortas. Se vota su honradez, su capacidad para ordenar el pueblo/ciudad, su política de tasas, sus servicios sociales, la limpieza… En teoría, se votan cosas muy próximas y muy palpables, pero con frecuencia (sobre todo en el caso de los indecisos) también pesa la sintonía ideológica de fondo con unas siglas o, sensu contrario, el malestar con ellas por su gestión global en otras administraciones.
Desde la óptica estatal, en estas elecciones no se juzgaba, ni se valoraba la política económica del Gobierno central, ni la forma de Estado, ni el proceso independentista de Cataluña. Pero, a pesar de que España es país amplio, diverso y de escenarios políticos muy diferenciados en según qué comunidades (en País Vasco gana el PNV, por ejemplo), había mucha expectación por observar cómo encajaba el bipartidismo estatal la irrupción de dos nuevas fuerzas. O como respondía la opinión pública ante la corrupción (sobre todos en sitios como Madrid o Valencia). O cómo se reflejaba el estado de cabreo general por los recortes en los servicios públicos, el paro, la degradación salarial y la desigualdad galopante.
El PP va a perder el gobierno de autonomías «suyas» y muy probablemente las alcaldías de ciudades como Madrid, Valencia, Zaragoza o Sevilla. Si alguien quiso ver en estas municipales y autonómicas un ensayo para las generales de noviembre, pues el panorama se perfila negro para la derecha española de Rajoy, pero no todo lo radiante que quisiera para sí el PSOE. Efectivamente, los escenarios son ahora más abiertos y complejos y si los socialistas no levantan cabeza en Cataluña y otros lugares, las cosas se le complican mucho, porque los escaños catalanes siempre le resultaron vitales.
Novedades y aire fresco en Galicia y en España. Gobiernos inéditos. El tiempo dirá cómo se responde a la expectativa de que se gobierne de otra forma y con otros criterios políticos. Y no sólo el quién y el qué, sino, sobre todo, el cómo.