Fútbol para todos (y todas)
La Superliga es una iniciativade Florentino Pérez tan sensata en lo deportivo y en lo económico como pésimamente comunicada
Vivimos tiempos extraños, tiempos en los que futbolistas millonarios y políticos sin escrúpulos dicen que “el fútbol pertenece al pueblo” mientras dirigentes deportivos vinculados a la FIFA, ya sabe, ese benefactor organismo internacional que otorgó la celebración de campeonatos mundiales de fútbol a sangrientas dictaduras como la argentina de Videla claman por la “democratización del fútbol”, el deporte que ellos mismos dirigen con mano de hierro desde hace casi un siglo sin sonrojarse lo más mínimo.
Por supuesto, estoy hablando de la Superliga, una iniciativa de Florentino Pérez tan sensata en lo deportivo y en lo económico como pésimamente comunicada que ha terminado cayendo sobre los centenarios huesos del Real Madrid.
Pero déjenme que vuelva por un momento a la Argentina, concretamente al 2009, un año en el que en medio de una de las periódicas crisis económicas que asolan este maravilloso país con la puntualidad de un monzón, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió dar un volantazo épico a su valoración ciudadana sacándose de la manga la iniciativa “Fútbol para todos”.
La Superliga es una iniciativa tan sensata en lo deportivo y en lo económico como pésimamente comunicada
Fútbol para todos (FPT para los amigos) era un despropósito que consistía básicamente en expropiar los derechos televisivos al concesionario de las retransmisiones de la liga argentina (curiosamente el opositor grupo Clarín) para emitir semanalmente dos partidos en abierto por la televisión pública “gratis total”.
La presentación de FPT fue retransmitida en riguroso directo por TV y a ella acudieron más de 800 políticos, sindicalistas y futbolistas con la presidenta Cristina Fernández, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona y Diego Armando Maradona ejerciendo de anfitriones y el himno argentino a todo lo que daban los altavoces. Un verdadero espectáculo.
Gracias a FPT (entre otras muchas otras cosas), la presidenta Kirchner remontó en su valoración ciudadana y fue reelegida para un segundo mandato.
Con el programa FPT el estado argentino se pasó 7 años, en plena crisis económica, financiando clubs, fichajes, sueldos de futbolistas y mordidas de dirigentes de la AFA, 12 de los cuales acabaron en los tribunales por llevarse el dinero crudo, momento en el que incluso Maradona, uno de los integrantes de la foto del lanzamiento del proyecto, levantó la voz diciendo que los gestores futbolísticos de su país se “se robaron hasta la leche del gato”.
Por culpa de la inseguridad jurídica que creó FPT, los clubes argentinos no solo tuvieron que prescindir de sus grandes y consagradas estrellas, vendidas muchos años antes a clubes europeos, sino que se vieron obligados a poner en el mercado a sus jugadores más jóvenes, descapitalizando de talento su liga nacional y convirtiendo finalmente a su antaño gloriosa selección albiceleste en una triste sombra de lo que fue.
Miren, no voy a defender aquí la Superliga de Florentino Pérez, un desastre estratégico y comunicacional impropio de su trayectoria empresarial, pero si el fútbol europeo quiere hacer sombra a los profesionalizadísimos espectáculos globales en los que se han convertido la NBA, la NFL o la NHL, urge comenzar a pensar en sacar de la ecuación del fútbol a las diversas mafias federativas que no han dejado de enfangar al deporte que dicen defender.
Porque, queridos amigos, no se dejen engañar, esta no es una pelea entre buenos y malos, no es una batalla entre quienes quieren que el fútbol sea “del pueblo” y quienes quieren privatizarlo, no es una riña entre los clubes ricos y el fútbol de base…
Lo que tenemos delante no es otra cosa que una guerra por el poder en la que lo que está en juego es el control del fútbol, una máquina de hacer dinero a nivel mundial y de generar consensos políticos a nivel de cada nación, cuyo crecimiento se ve seriamente afectado por unos gestores económicamente irresponsables y políticamente perversos.
Igual que en Argentina.