Catalunya es singular en lo político y en lo económico. No existe un mapa político equivalente en España, si se exceptúa el vasco, al del territorio catalán. Algo análogo sucede con las organizaciones empresariales. Si en lo político tenemos una situación plagada de excepcionalidades (en el resto de España, todo se reduce a tres partidos: PP, PSOE e IU), en lo empresarial no es diferente.
Vayamos por ejemplo a cualquier comunidad autónoma del país: existen los representantes provinciales y autonómicos de la CEOE y una equivalencia en Cepyme. En Catalunya, no. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque la atomización del tejido empresarial catalán es equivalente a la de su tejido político y asociativo. Aquí hay más grupos excursionistas que posibilidades de que el Barça gane la liga (y eso se lo dice un culé).
Justo esta complejidad social y sociológica, riqueza dicen algunos, es la que ampara que después de muchos años, y por cuarta vez consecutiva en las dos últimas décadas, las organizaciones que se disputan y arrogan la representatividad del mundo empresarial vuelvan a reemprender unas conversaciones que por antiguas y dilatadas parecen anacrónicas. Foment del Treball, el brazo armado de la CEOE; o, dicho de otro modo, los impulsores y ahora regentes de esa organización española, quieren acabar con el menudeo existente en tiempos actuales.
Las excusas y coartadas son las de siempre: la crisis. Una crisis que vale para un roto y un descosido. Tanto da que sea para justificar la fusión con Pimec como para la ruptura. Ese concepto es tan ambivalente que si quieren lo pueden utilizar hasta para argumentar el pinchazo de una rueda de sus vehículos.
Otra cosa es lo que la ciudadanía opina. Es más, lo que opina la ciudadanía empresarial y política. Para la gran mayoría, partidarios de generar una grande y libre [patronal, por supuesto], el actual estado de debate y de colisión es una pérdida de eficacia y de competitividad inaceptable. Para la Administración, sobre todo para la Generalitat, se trata de un incordio permanente en términos de representatividad y de manejo de fondos públicos.
Sólo la unión definitiva parece tener sentido en este singular y marginal espacio público catalán. Sus protagonistas parecen estar dispuestos y disponibles a salvar una situación que se perpetúa de forma insostenible. Entonces, ¿si todos los protagonistas y mimbres están preparados, qué puede dificultar la unión?
Sólo los personalismos, la dificultad para el pacto (que contradice la historia catalana y su imagen exterior) son capaces de dar al traste con el proyecto de integración. La actual es la cuarta ocasión en la que los empresarios vuelven a negociar sobre su necesaria suma. ¿Serán capaces de lograrlo ahora? Nadie tiene la certeza apriorística de que la actual sea la buena. Si hay dudas sobre muchas cosas en Catalunya, ninguna de ellas es tan profunda como la relativa a la incapacidad empresarial para sumar en vez de restar cuando de colectivos se trata.
Foment ya no es la nobleza empresarial, porque su papel se ha redibujado en los últimos años. Y el lobby que fue ya ha perdido fuelle por más que eso duela en su sede de Via Laietana. Pimec tampoco es la única entidad que enarbola la bandera de las pimes. A su lado están otras asociaciones territoriales tan dinámicas como ambiciosas (Cecot es una de ellas) y las cámaras de comercio, que en su reformulación ocuparán espacios antes diseñados para las patronales. Unos y otros viven tiempos diferentes y si se muestran incapaces de alcanzar acuerdos pueden acabar demostrando a sus representados la ineficacia de su existencia.
Será la cuarta, pero lo importante es saber si será la definitiva. Si no lo es, quizá, como decía José Luis Perales, mañana sea tarde…