Fulvio Conti: ¡Endesa, el saqueo de España!
Endesa atropella a los pequeños accionistas. Hasta el punto de que un juez de Madrid (primera instancia número 52) obliga a la compañía a modificar su oferta pública, OPV, en estos términos: “Endesa está controlada en un 92% por la empresa pública italiana Enel, cuyos intereses entran en conflicto con la empresa española. Este factor de riesgo se une a la reducción de su crecimiento potencial y a la enorme deuda con la que antes no contaba”.
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho Enel? Ha vaciado Endesa y la ha dejado endeudada. Y Fulvio Conti ha sido el hombre fuerte de esta operación. Joven panadero, mandarín y políglota, Conti ha sabido explotar con agilidad la maraña financiera, industrial y política que mueve el mundo. Él y su actual sucesor en la cima de Endesa, Francesco Starace, son un buen ejemplo de la élite extractiva, según la versión al uso de Daron Acemoglu y James A. Robinson.
Ahora, la eléctrica revende a los pequeños accionistas una compañía con un pasivo que nunca podría enjugarse desinvirtiendo sus activos residuales (¿quiebra técnica?). Pero además, vende con engaño: acciones a 13,8 euros, muy por debajo de los 15,5 euros iniciales y un dividendo efectivo del 5,2%. O lo que es lo mismo, un poco de liquidez a cambio de nada. Es un saqueo torticero ante la pasividad de nuestro organismo regulador, la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
¿Se imaginan un atraco semejante en General Electric de Estados Unidos con el silencio cómplice de la SEC? Imposible. Pero aquí, esto es lo que está ocurriendo: los italianos nos han robado Endesa ante la pasividad (¡colaboración directa!) de las autoridades españolas. Es un saqueo diseñado en tiempos de José María Aznar, propiciado por il pensiero debole de Zapatero y rematado ahora por Rajoy. Un desahucio en el que el conservadurismo duro y la izquierda débil se han dado la mano una vez más.
Fulvio Conti surgió en la Italia de los mandarines. Gestionó Ferrovie-Trenitalia, el deficitario grupo estatal de ferrocarriles, y Montedison, tocada de muerte tras el suicidio del magnate Raúl Gardini, en 1993. Considerado un brazo económico en la Italia del Olivo, Conti es un descendiente de los años del sorpasso, el momento de los Agnelli, Romiti o De Benedetti, la anhelada potencia industrial, que sustituyó al sueño colonial del Duce. Con sólo 21 años, ingresó en la petrolera estadounidense Exxon Mobil y pronto alcanzó el puesto de director financiero de Mobil Oil Europe, con sede en Londres, donde adquirió un excelente inglés (domina a la perfección el español y el francés). En 1991 dejó el petróleo y se puso a vender comida, como administrador general de Sopas Campbell en Europa.
A finales de ese mismo año, regresó a Italia para hacerse cargo de la dirección financiera de Montedison-Compart, desde donde vivió el estallido de la tangentópolis, la corrupción institucionalizada. Quienes le conocen aseguran que volvió a Roma porque añoraba los partidos de fútbol de la Lazio en el Estadio Olímpico y porque echaba de menos la templanza de la Sperlonga, la playa favorita de los romanos, donde Conti tiene su residencia.
Endesa es el mal ejemplo del mundo empresarial del mismo modo en que la señora Mónica de Oriol es el esperpento de la subcultura económica. Pero no todo está perdido: el Consejo de la Competitividad ha colocado a César Alierta, presidente de Telefónica, en la futura CEOE de Juan Rosell. Un paso auspiciado, entre otros, por la primera línea ejecutiva de La Caixa, la entidad presidida por Isidre Fainé.
Endesa y Caixa fueron esferas concomitantes en la fusión fallida Endesa-Gas Natural, cuya consecución hubiese dado lugar a un gran conglomerado energético similar al que construyó Ruhrgas en Alemania. Pero no pudo ser. Quienes refutaron aquella operación de vuelo europeísta fueron Aznar y Pizarro (entonces presidente de Endesa). La empresa fue regalada a Enel sorteando una oferta de Acciona. De este modo, la gran compañía eléctrica fue italiana antes que catalana. Tal es el clima contaminado de la España metafísica, y así son sus residuos autoritarios. Si el pasado nos visita, será que no lo enterramos del todo hace 39 años, en el Valle de los Caídos.
Con el fin de siglo, Conti asumió su penúltimo reto: la dirección general de Telecom Italia, recién privatizada a través de un sistema pilotado que aspiraba a entregar la sociedad a un núcleo duro de grandes industriales italianos. Pero aquel sueño boloñés, encabezado por la familia Agnelli, también naufragó; resultó poco resistente y Telecom fue objeto de una OPA por parte de Olivetti. Conti dejó la compañía y fue aupado a la cúpula de Enel. Trató de absorber a la belga Electrabel, pero la francesa Électricité de France le ganó la mano. Solo le quedaba España, el nido de la energía y el ladrillo; y allí dirigió sus pasos.
Fue así como Conti cayó sobre un país desprovisto de sentido común. Ahora sabemos que sobre el robo de Endesa o sobre la estafa reciente de Castor (los 1.500 millones de euros pagados a Florentino Pérez irán con cargo a la tarifa) se ha cimentado la podredumbre del poder, la “ciudad veneno” de la que habló Dashiell Hammett. Son días de vacaciones para la verdad; mientras se desconectan los principios morales reaparece el cinismo tardío. Ante el atropello eléctrico, el mundo del ahorro queda herido de muerte. Los nuevos accionistas de Endesa sabrán muy pronto que han comprado un cascarón vacío.