“Fuego amigo” contra Boris Johnson
Está claro que el deterioro institucional español, a diferencia del británico, no se mide por el número de botellas vacías en el jardín del presidente
Los grandes estadistas, basados en su dilatada y amplia experiencia, lo han repetido a lo largo de la historia: los compañeros de partido son una de las especies más depredadoras que hay en la naturaleza. Quien fuera primer ministro italiano, Giulio Andreotti, distinguía a los seres humanos entre “amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”. El premier británico, Winston Churchill, a quien se le adjudican infinidad de citas, parece que también se pronunció al respecto cuando aseguró que sus peores enemigos no estaban en la bancada de enfrente, entre los laboristas, sino en los asientos del Partido Conservador al que él pertenecía.
El actual primer ministro británico, Boris Johnson, ha podido comprobar estos días la certeza de quienes en el pasado advirtieron de los riesgos que entraña compartir unas siglas. Claro que él ya tenía cierta experiencia. No como diana a la que se lanzan los dardos, sino como avezado lanzador. Una pequeña diferencia que sin duda habrá podido comprobar y de la que habrá tomado buena nota. Y es que hay que recordar que fue precisamente Johnson quien lideró, así se dijo, la campaña interna que acabó derribando a la primera ministra Theresa May y que sirvió para que él se presentara como líder de los tories en las elecciones generales de finales de 2019.
Muchos dirán ahora que el rubio inquilino del 10 de Downing Street ha probado de su propia medicina. Y en cierta manera así ha sido. Una amarga pócima que, a diferencia de Theresa May, no ha terminado aún con la carrera de Johnson como primer ministro. Bien es cierto que ha visto las orejas al lobo y que las próximas semanas pueden ser cruciales, pero ese es precisamente el tiempo que necesita para calmar las aguas en su propio partido y tratar de poner fin a lo que en España llamaríamos “fuego amigo”.
Reino Unido Vs España
El sistema parlamentario de nuestro país, la propia ley electoral, la partitocracia y hasta la experiencia democrática propiamente dicha difiere sustancialmente de la británica. Una reacción de parlamentarios socialistas contra Pedro Sánchez, como la que han tenido los parlamentarios tories contra Johnson, es sencillamente impensable. Alguien dirá que el presidente del Gobierno de España no ha organizado nada parecido a los partygates de Johnson en plena pandemia, ni ha mentido como lo ha hecho su colega británico. Y en eso lleva razón quien lo diga.
Pero no es menos cierto que Pedro Sánchez ha mentido en otros aspectos y ha organizado sus propios festines de reales decretos, con la pandemia como pretexto, que han sido censurados por el propio Tribunal Constitucional. Por no hablar de la decisión sobre el Sahara tomada a espaldas de todos. Está claro que el deterioro institucional español, a diferencia del británico, no se mide por el número de botellas vacías en el jardín del presidente.
Pedro Sánchez ha mentido en otros aspectos y ha organizado sus propios festines de reales decretos
Lo que preocupa a los diputados conservadores que piden la dimisión de Boris Johnson no es tanto que haya mentido con sus fiestas y desmadres como las consecuencias que sus engaños tienen en el electorado. Hubo mentiras antes, durante y después del referéndum del Brexit y nadie dijo nada. La sociedad británica aceptó mayoritariamente lo sucedido. Es más, Boris Johnson ganó después las elecciones con amplio apoyo popular. En su partido todos estaban con él. Si ahora no lo están es debido a la creciente impopularidad de su líder y a las consecuencias que esto puede tener en unas futuras elecciones.
Hay que recordar que los cargos británicos que ocupan un escaño lo hacen tras conseguir mayoritariamente los votos en una circunscripción. Se deben por lo tanto a esos votantes y a la confianza que obtienen de ellos, no a la ejecutiva del partido que los coloca en una lista. Y los últimos sondeos apuntan a que el 55% de las bases del Partido Conservador están a favor de la censura a Johnson. Su impopularidad, según la oposición laborista, se debe más a la falta de medidas ante el incremento del coste de la vida que a las mentiras de unas fiestas en plena pandemia. Si Johnson se ha salvado es porque de momento no hay nadie en su partido con garantías para tomar las riendas en esta coyuntura.
Si Johnson se ha salvado es porque de momento no hay nadie en su partido con garantías para tomar las riendas en esta coyuntura
Decía más arriba que sería imposible una reacción contra Pedro Sánchez en la bancada socialista similar a la que ha vivido Johnson estos días. En España, una vez depositada la papeleta en la urna, los electores ya no ejercen presión ninguna sobre sus señorías. Estas saben que le deben su escaño a una ejecutiva y a un líder y que su suerte, por lo general, está inexorablemente unida a la de él. Es la diferencia entre una partitocracia y una democracia de varios siglos de historia.
Lo comprobaremos tras las elecciones andaluzas si es que los resultados son los que apuntan las encuestas. Una nueva derrota socialista tendrá como consecuencia el cierre de filas en torno a su líder. Nadie se atreverá ni interna ni públicamente a cuestionar a Pedro Sánchez. Porque quien lo haga no será un “compañero de partido”. Será un traidor.