»Francisco de Asís, si volviera a nacer, se dedicaría al vino»

Arturo San Agustín recrea una Europa olvidada en su primera novela, 'Antes de quitarnos las máscaras', un homenaje al mundo del vino

Un monárquico al final de su vida, ensimismado en lo que acababa de ser Europa. Esa imagen de Joseph Roth, agotado, herido y perplejo, sigue en la retina del periodista y escritor Arturo San Agustín, que con el propósito de entretener, refleja en su primera novela, Antes de quitarnos las máscaras (Comanegra), esa realidad social: la máscara para poder interactuar.

San Agustín insiste en que es «una historia de amor», pero está repleta de reflexiones sobre el mundo literario, sobre la ficción, y, principalmente, sobre el mundo del vino. Tanto, que San Agustín sentencia, consciente de que ofrece sabrosos titulares que «Francisco de Asís, si volviera a nacer, se dedicaría al vino, un buen vino asequible a todos los bolsillos». Ese Francisco de Asís, que ha inspirado al actual Papa Francisco.

El mundo que se va

¿Se ríe San Agustín? ¿Ironiza con el lector? Sí, le busca, le orienta y le hace soñar, con todo aquel mundo, las décadas de oro de Europa, con las grandes actrices y actores, de Hollywood, pero también europeos, italianos e italianas, claro. El mundo de la moda, y la aristocracia. Por eso vuelve a Roth, de quien cita su gran novela, La marcha Radetzky, o La leyenda del santo bebedor.

San Agustín admite, en una entrevista con Economía Digital, que el último Roth es una alegoría. «Es un mundo que se va, de forma definitiva, y él se refugia en sus valores, incluso recupera un pasado, idealizado, claro, apostando por la monarquía, para no asumir lo que viene a toda prisa».

Lo que vino fue el fascismo y el régimen nazi. San Agustín insiste en su historia de amor, en los personajes que se citan en la antigua abadía de Santa María de Retuerta, en Sardón del Duero, en Valladolid. Transformada en un hotel de lujo, rodeado de viñedos, los protagonistas se esconden con nombres falsos.

Se protegen unos de otros, y a San Agustín le sirve para lanzar constantes reflexiones en las que critica abiertamente la cocina de la literatura, de los best seller –construcciones con guión, con algún asesinato, infidelidades, corrupción y sexo—para vender ejemplares, y el exceso de protagonismo de la cocina, la de los cocineros que venden sus habilidades y han llegado a ser una especie de jugadores de fútbol muy bien pagados.

El miedo en Europa

Por ello, el escritor y periodista, que vivió también él los excesos de la profesión, cuando los medios vivían en la abundancia –nunca fue un periodo muy largo—certifica que, de otra manera, y con otros aires, «el fascismo ya ha llegado, aunque es más sutil», y se refiere al miedo que se ha instalado en todas las sociedades europeas, con la crisis económica y con los supuestos partidos de corte populista.

¿La novela entonces? Un canto al vino y a una Europa de aristócratas. ¿Es retrógrado, como ese último Roth amargado? No, San Agustín, siempre juguetón, insiste en que las gentes del vino son «la esperanza».

Y señala, ya en el libro: «Me gustan las gentes del vino. Hablan de cosechas, de lluvias, de soles. Las gentes del vino hacen, arriesgan e incluso recuperan paisajes, pueblos y monasterios o abadías. Por eso siempre conviene distinguir entre tierra y patria. La tierra es la realidad y la patria acostumbra a ser novela, tragedia, comedia e incluso vodevil. Y, desde luego, dinero». Queda todo dicho.

«Las princesas le disputan el terreno a las cenicientas»

Personajes ficticios y reales, con Umberto Eco asomándose por sus páginas, San Agustín lanza una pulla sobre esas clases altas que lo quieren todo, el bienestar, la sencillez y la máxima libertad. Y critica que sus vástagos acaben entrando en todos los campos, consciente de que hay y habrá una enorme competencia por los mejores trabajos y profesiones. «Las princesas le disputan el terreno a las cenicientas, que lo tienen cada vez más crudo», señala, aparentemente burlón, pero muy serio.

Sin embargo, no busquen más. «Lo que pretendo es entretener, que el lector lo pase bien, aunque identifique algunas de las críticas del periodista que se instala en Santa María de Retuerta, que no soy yo», asegura.

San Agustín, en todo caso, afirma que Antes de quitarnos las máscaras, es el producto de la promesa que le hizo a una culta aristócrata italiana en Roma, que le presentó Sergio Rodríguez, el director del Instituto Cervantes en la capital italiana.

Siempre Italia, siempre el vino, y el eterno Roth.