Florentino Pérez: el dictador plebiscitario

Florentino renace desde la cartera el mismo día en que Mourinho se va desde el corazón. El pobre “primo Basilio” (el entrenador en la piel del protagonista de Eça de Queiroç) huye hacia el centro de su sentimentalidad. Se va “allí, donde me quieren”, a Londres, la metrópoli ensimismada que nombró sires a Stanley Matthews o a Bobby Charlton. Que encumbró a los suyos en la figura de Sir Alex Ferguson. Pero que nunca reconocerá a un portugués de las colonias.

El atrabiliario Mourinho se cree querido, pero sus afectos se reducen a Roman Abramovich, el millonario ruso que compró el Chelsea para reimpulsar la transversalidad de Sloane Square. Al entrenador le tiran los paseos en bici por Tite Street, cotillear desde la acera la mansión de Hugh Grant, las tiendas de King’s Road o el mercado de flores junto al jardín botánico de Dover House. Es un chico de provincias que anhela ir de compras con sus hijos o esperarlos a las puertas del colegio sin ser asaltado por los vecinos en busca de autógrafos o de bronca.

Basilio vuelve a la capital del mundo, mientras que su mentor, Florentino, se queda en Madrid, la ciudad del cemento, donde el constructor ha forjado una fortuna digna de salir en la revista Forbes. El presidente de ACS se comporta como dueño absoluto de la empresa que, sin embargo, controlan accionarialmente los hermanos March, nietos del gran mallorquín, Juan March. El que costeó la campaña de Franco contra la II República y que puso patas arriba al siglo XX, empeñado en la limpieza étnica del macizo de la raza. Siempre se sale con la suya. Es experto en recalificaciones con el soporte de Fomento, de la alcaldía de Madrid y de la Comunidad autocomplaciente pegada a la depresión de Guadarrama. El Real Madrid tiene unos ingresos superiores a los 500 millones de euros, gracias a los últimos contratos de patrocinio con Emirates, a los derechos de televisión, a su poderoso merchandasing y a los abonos de la masa social donde se trufan sus prohibitivos palcos cinco estrellas. Pero también tiene una deuda financiera superior a los 500 millones estructurada a base de un pasivo a corto muy superior a las obligaciones del largo plazo.

Florentino se sacará de la manga la otra esquina del Bernabéu. Volverá a vender los mejores jamones de la despensa y algún día dejará al Madrid con un balance inmanejable. Todo por la Décima. La ansiada Champions que se resiste a volver a las vitrinas del club. Florentino vive todavía en el siglo XX y preside el club más grande de la pasada centuria. Su industria es el pasado; su mentalidad, la nostalgia. Pero para mantener el plebiscito que lo encumbra, este dictador cercano, casi entrañable, es capaz de todo. Incluso, como se ha visto, de mantener en el poder a Mourinho, un icono internacional de la mala educación.

Su modelo se asfixia. Al Madrid no le va tan bien como antes y su ACS ofrece ya síntomas de agotamiento. El modus operandi de Florentino es especulativo: comprar barato y vender caro. Pero, en su ciclo bajo, la economía es deflacionaria y lo seguirá siendo durante bastante tiempo. Él exportó al fútbol el modelo de la contratista. ACS gana concursos públicos de obra civil poniendo su músculo financiero sobre la mesa. Después se sienta en el portal de su casa a la espera de que el tiempo y el valor de los activos hagan el resto. Cuando el cadáver de su enemigo pasa por delante de su puerta, él sabe que ha laminado a sus opositores. Pero desde que se pinchó el globo, la empresa constructora desinvierte y se desapalanca para ganar rentabilidad. Su última desinversión han sido los aeropuertos de Atenas, Budapest, Dusseldorf, Hamburgo, Sydney y Tirana, propiedad de su filial alemana Hochtief. Florentino está troceando Hochtief con la ayuda de Paribas Macquaire, PBN y Société Général, según afirma Bloomberg. Su creatividad destructiva no conoce límites. El beneficio neto de ACS cae. En el último ejercicio se ha vendido Clece, la filial de servicios –solo le queda el tocho, razón de su padecer– y en el anterior se bajó de Iberdrola con 117 millones de euros en el bolsillo. Su pugna con Del Rivero por el control de la eléctrica fue arbitrada por el astuto presidente Sánchez Galán, experto en introducir caballos de Troya en las guerras accionariales.

Florentino reina en su casa (el Real Madrid) y gobierna fuera: en América (33% de su cifra de negocios), Asia-Pacífico (40%) y el resto de Europa, donde ACS desparrama sus intereses. Cuando a su empresa le aprieta el zapato, entrega una pieza, como hizo el año pasado cuando vendió Thiess Vaste Management. En lo puramente futbolístico, él encarna mejor que nadie las iniquidades del personalismo; su democracia censitaria es más propia de los tercios familiares del antiguo régimen que del sufragio libre de los socios. Quiere un Madrid remozado alrededor de su estrella, Christiano Ronaldo. Pero el futbolista calla y no otorga, de momento. También quiere a Gareth Bale, pero el Tottenham afirma que no venderá al futbolista galés ni por 200 millones de euros. Bale es la piedra angular del proyecto de los Hotspurs y, además, Chelsea, PSG, Manchester City y MnU han superado de largo la oferta del Madrid.

Hace ya mucho de su paso por la política. El ingeniero de caminos ordenado y casi cartesiano, que participó en la operación Reformista de Miquel Roca, ya no encandila con la palabra. La entraña futbolística de Marca, As, Punto Pelota y compañía (la central lechera de Floren) le ha reducido a busto balbuciente, como se ha visto en sus últimas apariciones. Se presenta a la reelección protegido por el palio de una exigencia mínima en materia de avales, que él mismo ha creado.

Nadie le hará sombra. Él ha inventado un lenguaje que para los demás es una jaula. Ha creado una tierra propia, como hicieron Faulkner con su Yoknapatawa, Benet con su Región o Clarín con su Vetusta. Es el artífice de una forma de hablar en la que las élites blancas se sienten concernidas, desde La Moraleja a Puerta de Hierro. Pero lastimosamente, el Madrid transversal, la calle, con su enorme diversidad, enmudece a su paso.