Fira de Barcelona: el juego del descarte
No hay consenso, y cuando no hay consenso hay dedazo. Ya le pasó a Aznar en su día, y la actuación ha creado escuela.
Es lo que ha pasado, este lunes, cuando la Cámara de Comercio de Barcelona, con su presidente Miquel Valls al frente, decidió quiénes iban a ser sus nuevos consejeros en Fira de Barcelona. De ellos debía salir un nuevo presidente. Y el nuevo presidente será el antiguo, el actual, el factótum de Freixenet, Josep Lluís Bonet.
Lampedusa y su fábula ya lo explicaron hace tiempo: lo mejor es cambiarlo todo para que no cambie nada. Y justo. Eso es lo sucedido en Fira de Barcelona, una de las instituciones motrices de la ciudad. Habrá renovación de cargos, pero los justos.
Los órganos de gobierno de la cámara, junto a la Generalitat y el Ayuntamiento, las instituciones que tienen voz y voto sobre la institución ferial, han decidido que Bonet permanezca en la presidencia de la entidad pese a su voluntad de alejarse y después de desempeñar el cargo durante los últimos ocho años.
Fira de Barcelona tiene varios retos pendientes. Debe adecuar su estructura a los nuevos tiempos. En términos de estructura (personal, staff, visibilidad…), pero también en otras dimensiones. Para quienes aspiraban a presidir la feria ese segundo aspecto es fundamental.
Los políticos convergentes querían que el instrumento ferial fuera otro más al servicio de la causa patriótica. Para ese cometido habían autorizado la operación de asalto a la presidencia de Carles Vilarrubí, empresario, vicepresidente de banca Rochstild y del FC Barcelona.
En el ámbito político tampoco se veía mal que la nueva presidencia recayera en manos de Enric Crous, cervecero de profesión, sociovergente de carnet, pero maragallista de espíritu. El PP intentaba colocar a sus peones con más pena que gloria. Enrique Lacalle, hombre de puente aéreo y asesor de noble, aspiraba al sillón más por voluntad personal que por posibilidades reales.
Luis Conde, cazatalentos de segunda generación tampoco había recabado más apoyos que los, inexplicables para muchos de los suyos, del alcalde Trias. Menos aún después de fichar a Esperanza Aguirre para promover su negocio. Poner la empresa por delante de la patria o lo políticamente correcto no ha sido una gran decisión.
La decisión beneficia la paz momentánea y al director general de la institución, Agustí Cordón, que seguirá siendo el auténtico líder de la institución, gracias a sus sobradas y demostradas capacidades.
Otra cosa son los egos y las vanidades personales, que han sido tan damnificadas como ninguneadas después de tantos meses de preparativos. Pero esta elección nunca podrá considerarse como tal. Llámenle aplazamiento. En sentido estricto, más que elegir, lo que han hecho es descartar.