¡Fiesta de la libertad! ¡No pasarán!
«La crisis en Catalunya es el fracaso de la transición española». Así lo afirmó el diputado de Junts pel Sí, Lluís Llach, en una entrevista en el diario francés La Tribune. Llach aseguró, también, que el Gobierno español se esconde bajo la Constitución para decir que defiende la legalidad, pero el diputado critica que esa es una Constitución que «se aprobó con las armas sobre la mesa». No le falta razón. Y es que cuando algo empieza mal, a menudo acaba mal.
La Constitución de 1978 sólo se explica porque 80 años antes, los militares españoles volvieron a las andadas un maldito 18 de julio de 1936 y provocaron una guerra civil que acabó con el triunfo fascista y la imposición de la dictadura franquista. Les guste o no a quienes, por genealogía o por mala fe, intentan reescribir la historia de España, la nube negra franquista enturbió el amanecer democrático español. La Constitución fue un pacto de mínimos que la mayoría de catalanes votaron porque tenían confianza que con el cambio se conseguiría de verdad la libertad que se había perdido en 1939.
Claro está que algunos de los principios que incluyó esa Constitución no se explican sin la presión ejercida por el catalanismo. Sin aquel primer Onze de Setembre de 1976, por ejemplo, cuando la Assemblea de Catalunya convocó una manifestación en Sant Boi para realzar la unidad nacional de los catalanes. Entre los oradores, al lado de líderes de las izquierdas, estaba Miquel Roca, en nombre de CDC, e, incluso, un venerable representante de lo que quería ser una reedición de la Lliga, Octavi Saltor, que fue aplaudido a rabiar por los jóvenes izquierdistas allí presentes.
La transversalidad de entonces no es la de ahora, también hay que decirlo, porque los que este viernes han organizado un acto conmemorativo de lo que fue la Diada de 1976 parece que son tan manipuladores como los antiguos nostálgicos del franquismo, como denuncia incluso el hijo de Jordi Carbonell, escandalizado por la distorsión que el izquierdismo trasnochado catalán hace de la figura de su padre y del acto sanboyano.
En Sant Boi el lema era «Llibertad, Amnistia, Estatut d’Autonomia». Una tríada mínima para que en Cataluña la oposición al franquismo, que fue muy activa, mucho más que en otros territorios, pudiese creer en el proceso político que se estaba abriendo en España.
La mayoría de lo que podríamos denominar generación de 1976, ahora ya ve que «es imposible cambiar España». El hartazgo es superlativo y no desea que otra generación de catalanes tenga que esperar otras cuatro décadas para sentirse libres y reconocidos como lo que son: un pueblo singular, con una idiosincrasia tan mestiza como pueda serlo la norteamericana, pero que desea ser libre para dejar de pedir perdón por lo que es y lo que quiere ser.
El Onze de Setembre de 1936, Ventura Gassol, por aquel entonces consejero de Cultura, pronunció un discurso radiofónico sobre los «destinos de Cataluña y la consagración de su fe en la Libertad, en el Derecho y en la Justicia», como resume la crónica de La Vanguardia del día siguiente.
Gassol, que en 1937 se marchó a París para evitar que le matasen los de la FAI, para que vean ustedes hasta qué punto los defensores de la libertad pueden ser estúpidos siendo presa del fanatismo izquierdista, no por eso dejó de creer en las palabras que había pronunciado el año anterior: «¡Fiesta del Once de septiembre! Nadie está ausente en la mesa de tu conmemoración. Nunca como hoy pudimos ver representados estamentos de Cataluña, los dignos —¡ah! Los que no lo son no están ni estarán jamás entre nosotros— […] ¡Hermanos caídos por nosotros y por la humanidad! Que al levantar hoy nuestro puño en loor vuestro, sintamos toda la dulce inquietud de una presencia sagrada que nos anime y nos conduzca a la victoria. ¡Por Cataluña! ¡Por todos los pueblos hermanos de España! ¡Por la libertad, con vuestra alma!».
Gassol no estuvo en Sant Boi, volvió a Cataluña el 22 de julio de 1977. Hoy, sin embargo, estoy seguro de que se habría apuntado al tramo de Tarragona de la manifestación de este año del 11-S, puesto que era de Selva del Camp, y hubiese desempolvado la estelada de Estat Català, el partido de los primeros «separatistas» al que pertenecía, al igual que el presidente Puigdemont acudirá a Salt, punto de encuentro de los soberanistas gerundenses. Se trata de que no pasen de una vez por todas «los que no están ni estarán jamás entre nosotros» y de acabar con esa historia cíclica de ententes imposibles y de fracasos monumentales que nos atenazan desde hace años, lo que aburre incluso a los patriotas.